["Los niños de Lídice", escultura de Marie Uchytilová.
Foto extraída de www.en.wikipedia.org/wiki/Lidice ]
Foto extraída de www.en.wikipedia.org/wiki/Lidice ]
Durante mucho tiempo se creyó que la desaparición forzada de personas fue puesta en práctica por los nazis a partir de diciembre de 1941 en Francia, aplicada contra miembros del maquis (resistencia) francés. En el año 1940 se dio a conocer el decreto sobre temas que debían ser guardados en secreto. El decreto Noche y Niebla era uno de ellos (referente a la desaparición de personas), es de septiembre de 1941. Sólo se halló la transcripción para el Ejército hecha por el mariscal Keitel, con fecha 9 de diciembre de 1941. Posteriormente en publicaciones de mujeres y hombres republicanos españoles, pudo comprobarse que ya en 1938-39, muchos prisioneros de la Guerra Civil Española fueron llevados a campos de concentración en Alemania. Una de las barracas donde se alojaba a las mujeres republicanas se llamaba Noche y Niebla.
La única orden de asesinato firmada por Hitler es la de Eutanasia del 1º de septiembre de 1939, previa al decreto de los temas secretos, fecha de la Invasión a Polonia por parte de los nazis y comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Gracias a Germaine Tillon, citada por Jacques Hassoun (1), sobreviviente de Ravensbrück, se ha descubierto el origen del nombre kitsch dado por los nazis a la desaparición de personas. En el Acto III de El Oro del Rhin, Alberich, el Nibelungo, dice: “El yelmo está bien, ¿ejercerá el encanto? ¡Noche y Niebla! Vuélvame invisible”. Luego de esta fórmula (2), su figura desaparece elevándose una columna de niebla. Es, pues, la fórmula de la invisibilidad.
Cómo se extendió esta fórmula para los niños lo encontramos en el discurso de Himmler en Posen del 4 de octubre de 1943. Gracias al historiador Abraham Huberman –quien me facilitó el texto de Karl Dietrich Bracher (3)– puedo transcribir lo que importa de ese discurso, uno de los tres en los que se anunció la “Solución Final” (Endlosung). Dice Himmler: “Un SS debe tener fundamentalmente presente esto: con nadie que no sea de nuestra misma sangre hemos de ser honrados, decentes, leales y amigos. Me es completamente indiferente cómo les pueda ir a los rusos o a los checos. Todo lo que haya de buena sangre nuestra en otros nos lo llevaremos, robándoles los niños, si fuera necesario, para educarlos entre nosotros”.
En 1985, con motivo del 40º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, con la colaboración de todos los países europeos se hizo un documental sobre qué fue lo que pasó con los niños robados-desaparecidos. Allí aparecían madres que, cuarenta años después, reclamaban por sus hijos, y se daban datos que iban de los doscientos mil a ochocientos mil niños robados, sobre todo en Polonia, Yugoslavia, el resto de los países del Este y la Unión Soviética. Pude ver ese documental en la televisión mexicana. Acá en la Argentina siempre fue ignorado, pese a que me encargué de llamar la atención sobre el mismo ¿Qué pasó con esos niños, unos pocos rescatados, pero los más perdidos para siempre? ¿Cuál fue la reacción de padres, familiares directos, gobiernos afectados? ¿De qué manera la conciencia universal quedó marcada por este crimen?
[Lectura de «Actualización de 'Cuestiones sobre la Historia del robo-desaparición
de niños'" por Osvaldo Cucagna, en el evento: "Un nombre sin nombre, Orquestalia, y otras ediciones de Signos del Topo", realizado en El Archibrazo, CABA, el 8 junio 2013. En la foto, de izq. a derecha: Alberto a. Arias, Pablo De Cruz, Osvaldo Cucagna y Cecilia Heredia.]
Nunca supe de un debate acabado sobre este tema hasta que,
leyendo el libro de Gitta Sereny sobre Albert Speer, el arquitecto de
Hitler (4), encuentro, casi perdido, un documento estremecedor. Gitta Sereny,
periodista e historiadora húngara, trabajó con estos niños robados tratando de
conseguir la devolución a sus verdaderos padres, como funcionaria encargada del
bienestar infantil en la UNRRA (United Nation Relief and Rehabilitation
Administration), en la zona norteamericana de Alemania, en 1945, estando a
cargo del equipo de Rastreo de Niños durante un semestre. De entrada logró
rescatar a unos cuarenta y cinco niños, de tres a ocho años, a los que, con
doscientos de otras regiones, llevó a Polonia en la primavera de 1946 (5).
Ese Programa de Rastreo de Niños se abandonó poco después,
cuando sólo se había descubierto una fracción del presunto total de 250.000
(teniendo en cuenta esto sólo para el área de control de Estados Unidos en
Alemania). Centenares de niños a los que se había ubicado y miles que restaban
ser hallados fueron sometidos al máximo dolor de no ser devueltos a sus
verdaderas familias. Dice Gitta Sereny: “En una de las decisiones más
arbitrarias jamás adoptadas por la burocracia, los gobiernos británico y
norteamericano, ahora inmersos en la guerra fría con los Soviets, decretaron
que no debían devolverse los niños para que fueran educados en el comunismo. En
una carta de respuesta a mis protestas, el Departamento de Estado norteamericano
dijo que estaba actuando totalmente en beneficio de los niños, porque no se
debía permitir que los sometieran al adoctrinamiento que sin duda soportarían y
cuya seguridad física no podía garantizarse si volvían a la Unión Soviética...
Luché durante meses contra esa monstruosa decisión, apoyada siempre por Jack
Withing, director de la UNRRA en la zona norteamericana. Pero perdimos, y estos
niños doblemente brutalizados en el plano psicológico primero en función de
grotescos principios raciales de los nazis y después por absurdas razones
ideológicas de sus presuntos liberadores, fueron enviados al exterior: Estados
Unidos, Australia y Canadá, para vivir en otro país extraño, con una lengua
desconocida, nuevamente adoptados o prohijados por extranjeros”.
Es conocida la influencia de lo germano y nazi en el
ejército argentino; Osvaldo Bayer lo mostró muy bien en el film Panteón Militar. Admiradores
de los generales nazis más asesinos, conocedores de su literatura, parece que
también digirieron muy bien el discurso de Himmler del 4/10/43. Lo mismo que
los representantes máximos de la Iglesia Católica, tanto Juan Pablo II como la
mayoría de los principales obispos, que jamás ordenaron a los capellanes
denunciar quiénes habían robado a los niños durante la última dictadura militar
argentina. No hay que olvidar que la obediencia debida (Foucault lo mostró en
sus investigaciones) fue creada en el interior de la Iglesia, durante los
primeros siglos de su funcionamiento. Es significativo que la expresión alemana
que se usa para “Obediencia Debida” significa “Obediencia de cadáver”, que es
la usada por los primitivos cristianos. Si a esto sumamos el papel que jugaron
los patrones de nuestros militares respecto a los desaparecidos niños europeos,
podríamos comenzar a entender mejor por qué no se termina de rescatar a
nuestros niños, pese al enorme y laudable accionar de las Abuelas de Plaza de
Mayo. Este accionar, como el de las Madres y otros Organismos de Derechos
Humanos se vio oscurecido por el seguidismo a las políticas del kirchnerismo,
olvidándose que sus ejecutores durante veinte años jamás se ocuparon de los
Derechos Humanos ni de los Niños Desaparecidos.
(octubre 2012)
Notas:
1. Jacques Hassoun, El exilio de la memoria. La ruptura de Auschwitz, Editorial
Xavier Bóveda, 1998. Llamada 26, pág. 38. El libro de Germaine Tillon es Ravensbrück,
Editorial Le Seuil, 1988.
2. La fórmula en alemán es: "Nacht und Nebel, niemand gleich". La
traducción literal de la última expresión es “nadie como él”. La evocación del
Führer, admirador incondicional de Wagner, a cuyos festivales en Bayreuth
concurría aun durante la guerra.
3. Karl Dietrich Bracher, La dictadura alemana, Tomo 2, Alianza
Universidad, Cap. 8, ‘El sistema de dominación en la guerra’, págs. 181-182.
4. Gitta Sereny, Albert Speer, el arquitecto de Hitler: su lucha con la
verdad, Editorial Javier Vergara, 1996. Este texto ya me había permitido
descubrir, por el número de afiliación de Speer al Partido Nazi (474.481 del
1/3/31), que Martin Heidegger se había afiliado antes de esa fecha (312.589).
Así lo publiqué en un artículo en 1988 al presentar el libro de Víctor Farías
"Heidegger y el Nazismo". Posteriormente decubrí que la edición
francesa en que leí el texto, estaba equivocada. El verdadero número, posterior
al de Speer, aparece en la edición castellana del libro de Farías.
5. El relato de Gitta Sereny se encuentra en las páginas 230-232. Si bien se
conduele de los padres “adoptivos” alemanes, sin entender que fueron cómplices
del robo-desaparición, su conducta en cuanto a la devolución es impecable. Por
otra parte, es totalmente meritoria la develación de toda la verdad respecto a
Speer. Gitta Sereny, de vivir tendría 89 años. Posteriormente tomó actitudes
ambiguas respecto al tema. Es bueno señalar que nunca se le ocurrió aspirar al
Premio Nobel por los más de 250 niños devueltos a sus verdaderos familiares ni
por su denuncia de los miles a los que se impidió el retorno. Lo mismo pasó con
Irena Sendler, ciudadana polaca que salvó a más de dos mil niños judíos del
Ghetto de Varsovia. Hubo quienes la propusieron para el Premio Nobel, que nunca
se le concedió. Murió hace unos años. Acá se ignoró siempre olímpicamente a las
dos. Es totalmente lamentable que se busque obtener el Premio Nobel, por haber
recuperado niños robados. Premio que se ha otorgado a criminales como Henry
Kissinger y Barack Obama, por ejemplo. Un Premio, sea cual fuere, no compensará
nunca la pérdida de un nieto.
El artículo original, sin las
actualizaciones, fue publicado en el Nº 10, de setiembre de 1999, de la
revista Cuentas pendientes (editada por la Cátedra Libre de DDHH de
la Facultad de Filosofía y Letras, a cargo de Osvaldo Bayer).