[por: Alberto a. Arias]
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Alberto
a. Arias — El propósito es
abordar cuestiones fundamentales. Y todas van hacia el mismo centro: la
revolución socialista posible. Hace siete años (con ocasión del juicio a Savas
Michael-Matsas, atacado en Grecia por ‘Amanecer Dorado’) advertíamos: «Con esta cita de Trotsky en relación con los nazis en
1933, desde Signos del Topo hacemos un llamado a considerar con la máxima
seriedad todo lo que se relaciona con el resurgimiento y fortalecimiento del
fascismo en el mundo a la fecha, incluida la ideología nazi.» ¿Cuál
cita de Trotsky? La siguiente: «¿...Tal vez han
asimilado los estalinistas la sabiduría pacifista de que la única guerra
permisible es la “puramente defensiva”? Que Hitler nos ataque primero, luego
nos defenderemos. Este fue siempre el razonamiento de la socialdemocracia
alemana: que primero ataquen los nacionalsocialistas abiertamente la
Constitución, ah, luego... etc. No obstante, cuando Hitler atacó abiertamente
la Constitución, ya era demasiado tarde para defenderla. Quien no vence al
enemigo cuando éste todavía es débil; quien le deja pasivamente fortalecerse y
reforzarse, proteger su retaguardia, crear un ejército propio, recibir apoyo
del exterior, asegurarse aliados; quien deja al enemigo completa libertad de
iniciativa: ése es un traidor, incluso si los motivos de su traición no son
prestar servicio al imperialismo, sino la debilidad pequeñoburguesa y la
ceguera política» (León Trotsky: “La lucha contra el fascismo en Alemania”,
1933).
Transcurrió
menos de una década y los hechos están a la vista en cuanto al resurgimieno del
nazismo, no ya solo las diversas variantes fascistas y fascistoides. ¿Qué
reflexión te sugiere todo esto?
Norberto
Malaj — Las tendencias al
fascismo anidan en el imperialismo contemporáneo hace mucho tiempo. El nazismo
no fue el primer régimen totalitario. El fascismo nació en Italia a inicios de
la década del ‘20, e igual que el otro llegó al poder por vía ‘democrática’. Los
alumbraron las burguesías de ambos países y, más importante aún, los
imperialismos ‘democráticos’ urbi et orbi
saludaron el devenir del ‘orden’ en esos países. Las tendencias pro-fascistas
en Inglaterra y EE.UU. fueron notorias antes de la guerra. Aún hasta Pearl
Harbor, EE.UU. abrigaba la ilusión de una paz por separado con Japón (que ya
entonces integraba el Eje) y toda un ala del imperialismo norteamericano no
quería embarcarse en la guerra en Europa. Prefería, a su manera, que los
imperialismos rivales se debilitaran. Todas las potencias —no solo las que
abrazaron el totalitarismo nazi-fascista— y todas las burguesías del mundo
querían que Hitler cumpliera lo que había prometido: liquidar a la URSS.
Deshacerse del régimen soviético (por lejos que hubiera llegado Stalin en la
degeneración del primer estado obrero y en el exterminio de la vanguardia
revolucionaria), esa era una aspiración común de totalitarios y ‘demócratas’. Mientras
esto ocurría, la resistencia al fascismo apareció firmemente en los Balcanes y
Yugoslavia más temprano que tarde. Luego fue el turno de Italia, donde también
la resistencia la encabezó exclusivamente la izquierda. Las viejas monarquías
en el exilio —la yugoslava, la griega; la primera asilada en Londres, la
segunda en El Cairo, por entonces principal asiento de Inglaterra en todo Medio
Oriente— o las que fueron preservadas bajo el fascismo (y… un tiempo después, como la de Italia), todas
intentaron sobrevivir de la mano de los ‘aliados’. El movimiento de las masas
lo impidió. Esas monarquías ‘constitucionales’ habían apañado al fascismo y las
masas no iban a permitir su retorno. Cuando la resistencia en esos países
empalma, además, con la derrota hitleriana en Stalingrado y el avance del ejército
Rojo, recién entonces las ‘democracias’ reaccionan, cierran los acuerdos
contra-revolucionarios (Teherán en adelante), dirigidos a contener el ascenso
obrero y la revolución que el viejo Trotsky había pronosticado. Un ascenso
revolucionario de características históricas extraordinarias —no repetido hasta
el presente. Los ‘demócratas’ que antes habían intentado ‘apaciguar’ a Hitler (pacto
de Munich), ahora no dudan en llamar de ‘bombero’ a Stalin para que discipline
a los PCs de todo el mundo. La Unión
Democrática gorila-stalinista de 1945 en la Argentina tuvo su correlato a
escala mundial. Thorez en Francia y Togliatti en Italia lograron contener por
‘izquierda’ esos ascensos revolucionarios en esas dos ciudadelas claves del
viejo continente, salvando allí el orden burgués prácticamente disuelto y
cuestionado por un doble poder revolucionario. En Yugoslavia no lo lograron (el
PC de Tito se negó a acatar a Stalin –como va a ocurrir después en China con
Mao) y en Grecia ocurrió lo peor —la mayor de las tragedias. Como el país ya
estaba en manos de la resistencia armada popular, cuando los alemanes se
retiran pactan con un gobierno fantoche que respondía a aquella monarquía
despreciada. Ese gobierno títere de Churchill entra en Atenas sostenido en
tropas inglesas que nada tienen que envidiar al accionar de las nazis, que se
acaban de retirar. Inglaterra se dirige no a “liberar el país” del hitlerismo
sino a aplastar la resistencia que había terminado primero con la ocupación
italiana-hitleriana. Los ingleses y el gobierno monárquico restaurado se apoyan
en las mismas organizaciones colaboracionistas derechistas del período anterior
y practican un baño de sangre que cuesta cientos de miles de víctimas. Grecia,
más que ningún otro caso, demostraba que entre fascismo y ‘democracia’ no había
fronteras delimitadas. El fascismo dejaba su lugar a otro régimen totalitario
que va a ser tan o más cruento que el anterior en Grecia, que se apoya, como ya
se ha dicho, en las mismas milicias fascistas o filo-fascistas en que se
sostenía el régimen de la ocupación. Si la guerra civil que se desató entonces
en Grecia no condujo a la victoria de la resistencia, como en Yugoslavia, se
debió a la conducta criminal del PC griego, que se sometió a los dictados de
Stalin.
Resumiendo:
de modo general el ascenso o ‘resurgir’ de la derecha y el fascismo es un
fenómeno que se explica no porque las masas son ‘desinteresadas’, ‘apáticas’ o se
muestren ‘derrotadas’, como piensa un amplio sector de la izquierda argentina y
mundial. Las tendencias fascistas van y vienen según los vaivenes de la
economía y de la lucha de clases, a escala de cada país y a escala mundial.
Mirá vos lo que ocurre con Trump en EE.UU., con Bolsonaro en Brasil o con
Piñera en Chile. La izquierda impresionista caracterizó esos ascensos como el
registro de un ‘planchazo’ de las masas. Tenemos ahora el ascenso más grande de
la lucha democrática y de clases de EE.UU. por lo menos desde la década del ‘30
del siglo pasado —superando los registros de la lucha antirracial de los años 60
y del movimiento contra la guerra de Vietnam. Trump está en caída libre en
todas las encuestas; el movimiento obrero de Chile está en su ascenso más
grande desde la época de la Unidad
Popular y en Brasil se esperan acontecimientos decisivos en las próximas
semanas. En los tres casos por supuesto también destaca la conducta pusilánime
de los llamados ‘demócratas’ que están más asustados por el eventual devenir
del movimiento de las masas que por el terror que les provoca la derecha. Esta
dinámica es lo que hay que destacar. Los revolucionarios apostamos al
desarrollo de una izquierda consecuente, que no repita los errores del pasado,
que no se someta a esos ‘demócratas’ que tanto daño provocan.
Una
reflexión más. Cuando escribo estas líneas se difunde que dos legisladores del
FIT-U votaron con los K (que fueron
los que tomaron la iniciativa) una declaración de apoyo al sionismo de carácter
inadmisible. Los K actuaron en este
terreno como agentes de la derecha mundial (que el macrismo por supuesto
acompañó). En nombre de la lucha contra el antisemitismo, la izquierda permitió
traficar una iniciativa de la derecha pro-fascista sionista que pretende acusar
de antisemitismo cualquier crítica a la actuación del estado de Israel contra
el pueblo palestino. Quiere decir que se censura incluso a los propios judíos,
una porción cada vez más creciente de los cuales advierte que el sionismo no es
lo mismo que judaísmo, o incluso se revela como su negación. Elementos
intelectuales de las filas del judaísmo —de ninguna manera el sionismo (aunque no
faltaron las vertientes ‘izquierdistas’ de éste), alimentaron en gran medida el
pensamiento socialista y revolucionario. El sionismo, en cambio, se emparenta
cada vez más con las prácticas del fascismo. ¿Nos damos cuenta de la
importancia de la comprensión política y de la necesidad de la clarificación de
los problemas?
A. a.
— Es fundamental lo que decís
sobre comprensión y clarificación. Esto nos lleva al tema del rol de la
“conciencia (política y de clase) de la necesidad”. A menudo se buscan
justificaciones, más que explicaciones. Las masas explotadas se insurgen ante
su estado de necesidad –o las necesidades de su situación concreta. Y la
historia muestra repetidamente que las masas generalmente son obligadas a
retroceder tanto por la violencia ejercida contra ellas (la sujeción o la
represión) como por la acción (o reacción) retardataria de sus dirigentes, a
menudo en nombre del “socialismo” e inclusive del “comunismo”, lo que implica
que hay algo bastante poco esclarecido sobre el profundo poder de cooptación
que tiene el capital sobre los dirigentes de masas con supuesta conciencia de
clase, que terminan machacando con eso de “las masas no dan”. ¿No hay un
verdadero divorcio entre las masas de trabajadores (la mayor parte sumida en la
pobreza) y quienes, según la afirmación de Lenin (eso sí, escrita en la época
de su lucha contra el “economicismo”), deberían ser quienes lleven a la clase
obrera –“desde fuera de la relación económica”– la “conciencia política de
clase”, con el supremo objetivo de la derrota de la burguesía y la conquista
del poder? Habría que buscar las razones profundas de semejante mecanismo
cooptador y semejante divorcio.
N.M. — Me permito, primero, una corrección. En
forma relativa no es la “necesidad” la que requiere una conciencia. El
socialismo es la acción consciente de la clase obrera que deja de actuar como
clase en sí –hoy diríamos ‘zombie’–
para transformarse en clase para sí —en
términos de Marx. Es decir, es la conciencia
de su necesidad histórica, de un giro revolucionario en la conciencia
popular que supere la lucha inmediata o reivindicativa. Sólo en este sentido,
la “conciencia revolucionaria” viene de “afuera”. Más bien, en términos de los
clásicos del marxismo el socialismo es hacer consciente el proceso inconsciente
de la lucha de clases o de las masas. Cuando en nombre del socialismo o de Marx
una organización obrera o de izquierda actúa en defensa del orden burgués está
traicionando los ideales o principios socialistas, abandona no sólo los
principios del socialismo sino que opera su pasaje al campo de la reacción. El
divorcio consiste en eso, en una traición imperdonable a las necesidades
históricas de los explotados, que estos pagan muy caro, bajo la forma de
terribles derrotas, incluso del abandono de las organizaciones que un día
consideraron suyas y por las cuales dieron todo. El obrero alemán que construyó
hasta los años 30 las más grandes organizaciones sindicales y políticas de la
clase obrera de Europa, es el mismo obrero que bajo la traición de la II y la
III Internacionales cae bajo las fauces del hitlerismo y es llevado a la
barbarie de la Segunda Guerra Mundial.
A.
a. — Volviendo al tema del
fascismo. Es impresionante ver a Bolsonaro marchando con un mástil con la
bandera tripartita de la potencia imperialista y sus satélites (EE.UU., Israel
y Brasil). Y ahí están los regímenes de Hungría, la India, entre tantos otros,
como posibles perros de presa “estatales” dispuestos a colaborar... Y la
historia ha demostrado que movimientos fascistas brotan rápidamente en los
países económicamente más avanzados, pero en crisis, dependiendo de las
circunstancias pero siempre con las multifacéticas ideologías ‘nacionalistas’
como base.
¿Puede
todo esto significar que el imperialismo hoy se está viendo obligado, por el
grado de la crisis, a intentar temprana y rápidamente el máximo control posible
de las masas? ¿O, al contrario, estamos ante las dificultades del imperialismo
para armar su “entente fascistoide”? De una manera o de otra, ¿no parece ser
más o menos inminente el desenlace de una debacle global, aunque a muchos ni se
les ocurra pensarlo o imaginarlo? ¿Cómo se analiza esta dinámica?
N. M.
— La humanidad nunca se desenvolvió
en forma lineal y unívoca. Menos que nunca bajo el capitalismo. Las tendencias
al fascismo son un signo de descomposición y barbarie de la época imperialista,
pero esas tendencias de ningún modo se desenvuelven en el vacío. Las derrotas de
las masas por fuertes que sean no anulan la lucha de clases que, por otra
parte, igual que el capital se expresa en la arena mundial y nacional
simultánea y contradictoriamente. Esto significa muchas veces contradicciones y
contra tendencias según los países. En medio del ascenso revolucionario de la
posguerra, como ya dije de características nunca vistas, los proletariados de
España y Portugal no se levantaron. ¿Es que no fue entonces tan grande? No.
Ocurrió que, una vez más, el stalinismo pactó con Occidente la preservación de
Franco y Salazar. La gran escritora española Almudena Grandes —no sé si
proponiéndoselo, ya que Almudena no oculta sus simpatías con el PC español—
describe en sus libros magistralmente el fenómeno. Recomiendo la lectura, en
particular, de su Inés y la alegría.
Mientras Europa se debatía en la barbarie de la Segunda Guerra Mundial los
países de América Latina, relativamente, se encontraban con economías
reactivadas y movimientos obreros muy activos (de un modo general vale para
todo el mundo semicolonial). Las transformaciones que sufre nuestro proletariado
en ese período son fundamentales, especialmente porque sus direcciones
´tradicionales´ el PC y el PS —o sea, partidos de izquierda– se pasan con armas
y bagajes a la defensa del orden oligárquico-imperialista. Es imposible
comprender el ascenso del peronismo al margen de ese fenómeno. Las simpatías
del ascendente peronismo con el Eje son, relativamente, completamente
secundarias frente a la sublevación política que expresa el nacionalismo
burgués, que a pesar de sus enormes limitaciones, da lugar a la satisfacción de
un conjunto de reivindicaciones fundamentales de las masas. Volviendo al
principio, entonces. Una vez más, la democracia impotente (y junto a esto los
fracasos de la izquierda stalinista y democratizante) alimentan el fascismo.
Claro que, además, nunca hay que olvidar que ulteriormente el fracaso del
fascismo llevó a casi toda Europa a situaciones revolucionarias en la mayoría
de los países (desde Bélgica a Yugoslavia, desde Italia a Francia).
Relativamente sólo no ocurrió en muy pocos países importantes —como es el caso
de Inglaterra, pero aun así es imposible explicar el “estado de bienestar” de
la posguerra al margen de la enorme derrota del totalitarismo nazi-fascista. Si
no ocurrió en Alemania fue porque los ‘aliados’ se dieron a la tarea de la
destrucción y división del proletariado más importante de Europa. Bombardearon
Alemania para destruir sus ciudades (lo que no habían hecho nunca para acabar
con las cámaras de gas o las vías férreas que conducían a los campos de
concentración). El ejército rojo envió a Alemania soldados-campesinos incultos
a los que se permitió millones de
violaciones de mujeres, jóvenes y niñas. Stalin desmanteló la industria
de Alemania Oriental. Los “tres grandes” victimizaron al pueblo alemán como si
hubiese sido el responsable de la dictadura hitleriana. Ni hablar de la
partición contra-revolucionaria que hicieron del país; la cual fue reforzada
por la burocracia totalitaria más tarde con uno de los muros más nefastos de la
historia (el de Berlín). Y algo más: el capital relativamente se reconstruyó
sobre bases ‘democráticas’, pero preservando no sólo el totalitarismo
stalinista (que se impuso finalmente en todos los países donde el primero fue
—¡contradictoriamente!— expropiado), sino también en toda la península ibérica.
¡Los regímenes filo-fascistas del franquismo y del salazarismo duraron 30 años
más!
Ésta es
la dinámica concreta, real. El otro aspecto de tu pregunta nos lleva a un viejo
debate en las filas del marxismo. ¿Existe la posibilidad de un “orden
internacional” contra-revolucionario, una especie de súper-imperialismo capaz
de saldar las disputas inter-imperialistas y cerrar filas contra las masas? La historia
zanjó por la negativa esta hipótesis que formuló antes que nadie Kautsky (que
en verdad formuló a la inversa: el súper imperialismo derivaría pacíficamente,
según él, en el socialismo). Ojo, no es que el imperialismo no amenace con
nuevas catástrofes y barbaries (¡como si hubiéramos conocido pocas!). El
desenvolvimiento de tendencias fascistas es relativamente permanente –como lo
prueban tantos fenómenos desde los EE.UU. de Trump, a la Hungría de Orbán, la
India de Modi y el estado sionista de Netanyahu. El problema es que la base del
imperialismo es la propiedad privada cuyo asiento tiene lugar a escala
nacional. La burguesía es una clase mundial, pero su base de sustentación está
en cada país. Las burguesías imperialistas pueden cartelizarse (en ramas o
sectores, lo que suelen hacer), pero están condenadas a chocar y disputarse el
mismo botín. Es la propia dinámica del proceso de acumulación capitalista la
que lleva a la anarquía del mercado, a escala nacional e internacional. Los
monopolios imperialistas no pueden eliminar la competencia del mercado, al
contrario, la exacerban al máximo y, en último término, dirimen sus disputas
por medio de la guerra.
A.
a. — Pero ¿no son el
peronismo y otros “nacionalismos” movimientos de contención
pseudo-nacionalistas, montados sobre un ascenso de masas y reclamos obreros y
populares crecientes? ¿No son, en definitiva, tributarios de una “burguesía
nacional” que no puede zafar de su vínculo con el capital internacional?
N. M.
— En primer lugar, cuando me referí
al fenómeno del peronismo en sus orígenes primero corresponde decir que la
conducta que señalé del PC o del PS tuvo un carácter contra-revolucionario
directo frente a un ascenso anti-imperialista y nacional genuino, indiscutible.
En esas circunstancias sería criminal poner un signo igual entre la acción de
la oligarquía cipaya del Contubernio (y la conducta de la izquierda tradicional
que se sometió a ella) y el nacionalismo burgués ascendente que choca con el
anterior. Este nacionalismo tiene su razón de ser en la opresión nacional que
coloca no sólo a la clase obrera, sino relativamente al conjunto de la nación
oprimida en una condición de yugo colonial contra el que se subleva. La Unión Democrática gorila (con el PC y el
PS adentro) representaba los intereses de la primera. ¿Cómo debemos orientar a
los trabajadores en una situación semejante? Por supuesto que someterse al nacionalismo
burgués sería también criminal, aun si éste pudiera actuar en un sentido
progresivo. Es que el nacionalismo de este carácter intentará siempre valerse
de su posición dirigente para sacrificar los intereses de la clase obrera. Se
impone una lucha independiente de una como de otra fracción de la burguesía y
el imperialismo, demostrando que el nacionalismo de contenido burgués nunca
podrá llevar a buen puerto las reivindicaciones antiimperialistas, agrarias y
nacionales. La izquierda en el ‘45 fue gorila (o se ‘abstuvo’, lo que en
circunstancias tales significa capitular frente a las tareas nacionales). Luego
se transformó en filo-nacionalista cuando el nacionalismo perdió incluso todo
rasgo progresivo y cerró filas con la opresión nacional (vale para el PC, pero
incluso para toda una serie de variantes del seudo-trotskismo —Moreno, Posadas,
Jorge A. Ramos, etc.
A.
a. — Volviendo al tema
de la guerra… Es notoria la inevitabilidad del involucramiento de las naciones
en la crisis global del capital. La creciente disputa interimperialista (EEUU,
China, Rusia, Europa, etc.) crece a pasos agigantados, ¿no?
N. M.
— La mayoría de las guerras de los
últimos 50 años en todo el mundo han sido guerras por procuración, en la que se
enfrentan diversas burguesías respaldadas por diversos bloques imperialistas. Vale
claramente para las más recientes: las guerras civiles de Siria y Libia e
incluso para el actual conflicto entre Armenia y Azerbaiján. El último punto:
China. China protagonizó en los últimos 40 años el proceso de restauración
capitalista más ‘exitoso’. O sea que, sobre la base de la súper explotación de
una clase obrera joven y semi-militarizada, la burocracia aspira a
transformarse definitivamente en burguesía. De ahí a que lo logre faltan varios
pasos y los escollos no son pocos (el más importante: la conducta de la propia
clase obrera china). China ha recorrido un camino que hicieron otros países
atrasados que alcanzaron determinado grado de industrialización pero que están
lejos, sin embargo, de ser nuevas potencias imperialistas. Que China y otros
países subdesarrollados hayan acercado su distancia con los anteriores dice más
de la decadencia de esas potencias que de la vitalidad de los últimos. Son
estas cuestiones fundamentales las que alimentan una dinámica que nos dice que
el futuro está potencialmente lleno de explosiones por venir. Nada más lejos de
la realidad que un mundo apático o condenado a la barbarie. Cada paso que dan
las clases dominantes no hace más que acrecentar, simultáneamente, las tendencias
a la revolución.
A. a.
— La tan vapuleada “tendencia
al colapso del capitalismo” parece hoy estar haciéndose evidente, en muchos
casos de modo distorsionado, incluso a los ojos de quienes querrían cerrarlos
para no ver. Teniendo en cuenta que el derrumbe capitalista no se producirá en
condiciones propicias para la humanidad sin la lucha aguerrida, consciente y
consecuente del proletariado (partidos revolucionarios, gobierno de los
trabajadores, dictadura del proletariado, una internacional activa) por la
instauración del socialismo internacional, te pregunto: ¿No hay que analizar
definitivamente “de otra manera” (aggiornada, quiero decir) el choque
definitivo de las clases en el sentido de que la clase obrera cuenta ahora, a
nivel general, con herramientas nuevas y experiencias históricas
que le dan al siglo 21 un carácter de “tierra promisoria” para la caída
definitiva del sistema mundial capitalista?
N. M.
— Las cosas nunca se presentan a
los revolucionarios de forma ‘idílica’. Cuando Marx y Engels se proponen fundar
la Primera Internacional los partidos obreros y la independencia política de
los trabajadores eran todavía casi una quimera. ¿Cómo olvidar que en aquel
intento se sumó a los bakuninistas (1868), o sea al “anarquismo”, el que
permaneció hasta 1872 cuando las divergencias con motivo de la fallida Comuna
de París llevó primero a la expulsión de estos y poco tiempo después a la
propia disolución de la Internacional? A partir de que el capital entra
definitivamente en su fase “final”, en términos de Lenin, es decir en su etapa
de agonía, descomposición y hasta putrefacción, lo cual no es un fenómeno del
siglo XXI, sino que se inició tempranamente en los albores del siglo XX, la
humanidad entró en lo que, más que “tierra promisoria”, Lenin llamó un período
irreversible de guerras y revoluciones. El capital no tiene alternativas a esto:
en términos de Rosa Luxemburg, es “socialismo (revolución) o barbarie”. El
capitalismo condena a la humanidad a contradicciones irreversibles, cada vez
más grandes: por momentos se aggiornan
tiempos revolucionarios y por momentos ocurre lo contrario; lo que nunca se
presenta de forma uniforme ni siquiera de manera universal. El capitalismo no
puede operar como un régimen de fascismo universal y mecánico. Eso no existe ni
existirá jamás.
Las
fuerzas productivas, y la más importante de ellas en todo sentido, la fuerza de trabajo, el hombre social, el homo
sapiens de nuestra época desarrollada con recursos inmensos de todo tipo a
su alcance, esta fuerza productiva esencial
y, tras esta, todas las que fue capaz de desarrollar la humanidad hasta el
presente; todas están estranguladas desde el punto de vista de su potencial
desarrollo. Es éste el problema estratégico. El capitalismo amenaza la
existencia no sólo del género humano, sino de las condiciones más elementales
del medio ambiente, de nuestro ecosistema. Fijate vos la incapacidad del
capital para tratar con la presente pandemia de coronavirus. A pesar de los
extraordinarios recursos tecnológicos, científicos, etc., la sociedad
capitalista parece retroceder a las épocas de las cavernas. Un régimen social
que se niega a defender a su fuerza de trabajo con el uso masivo de barbijos,
garantizando la cuarentena hasta tanto se encuentren los medios para combatir
la enfermedad mediante una vacuna, es un régimen de barbarie. En la edad media
la población moría porque no había medios para combatir la peste. Ahora los
trabajadores mueren porque el capital pretende que la fuerza de trabajo siga
rindiendo plusvalor, sin importar que mueran millones de seres humanos.
La tecnología bajo el capitalismo es un medio
para la explotación obrera. El aprovechamiento que los trabajadores podamos
hacer de ella es solo marginal o, mejor dicho, el capital lo subordina a lo
anterior. No se debe confundir el orden de los factores. Por supuesto que nos
debemos aggiornar en el sentido de
usar todos los recursos técnicos que favorezcan el desenvolvimiento de nuestras
ideas. Pero debemos ser conscientes de que la revolución no vendrá de la mano de
la ‘tecnología’ sino de la capacidad de los trabajadores, la juventud y los
movimientos de resistencia a estructurar una salida propia, socialista,
revolucionaria. En este sentido bien valdría decir algo básico: hay que volver
a las fuentes, a Marx y a Lenin.
A. a.
— Y a Trotsky y Rosa Luxemburg,
¿no?
N. M.
— Por supuesto, pero en honor a la
síntesis y a que el lector nos lea, te propongo que esta pregunta y otras que
seguramente tendrás queden para la próxima.
[Buenos Aires, julio-octubre 2020]
(CONTINUARÁ)