[por Norberto Malaj]
¿Por qué Cuba no fue (ni podrá) ser otro Vietnam?
[Miguel Díaz Canel y Raúl Castro en la asunción del nuevo presidente de la República de Cuba, el 19 de abril de 2018.]
El
castrismo constituyó un fenómeno único en la historia latinoamericana. El
movimiento nacionalista 26 de julio nació de las entrañas de una fracción de la
pequeño burguesía cubana que seguía a uno de sus partidos nacionalistas
‘clásicos’: el Ortodoxo, cuyo máximo dirigente fue Eduardo Chibás. Fidel se
declaraba admirador de éste y en ese partido abrevó el 26 de Julio. Ni uno ni
otro formularon jamás reivindicaciones que trascendieran la lucha contra la
“corrupción” y a lo sumo un conjunto de planteos antiimperialistas, que no
rozaban la propiedad privada.
La
tradición antiimperialista de la pequeño burguesía cubana destaca sobre cualquiera
otra del continente. En el año 1933 bajo el liderazgo entre otros de Antonio
Guiteras, un joven revolucionario, cae la dictadura de Machado y se forma un
gobierno revolucionario nacionalista (el de “los cien días”) que se recuerda en
Cuba como el más radical anterior a la revolución triunfante de 1959. El
programa de Guiteras estuvo relativamente a la izquierda del programa del
partido Ortodoxo e incluso del 26 de Julio.
Dos
anécdotas: a) ambos líderes nacionalistas citados mueren trágicamente (Guiteras
asesinado por sus enemigos; Chibás se quita la vida); b) el stalinismo cubano
(que en 1933 seguía la política ultraizquierdista y criminal del ‘tercer
período’ de la Comintern) dio la espalda al gran movimiento nacionalista de
1933, lo mismo que ocurrió con la revolución de 1959. El castrismo —eliminado
el Che, estatizados los sindicatos, anulados los partidos políticos y
transformado el PC stalinista en un aparato de estado— concluye desde el poder
en una amalgama de la tradición antiimperialista de Martí, Guiteras y Chibás y
la del stalinismo cubano que actuaba bajo las órdenes de Moscú.
El
fenómeno vale de modo general para toda América Latina. El PCA fue
anti-yrigoyenista en el ‘tercer período’’, fue pro-gorila en el 45 y volvió a
ir a la rastra del nacionalismo peronista tras la Libertadora (la cual el PC también apoyó). Casi un calco de lo que
hizo el PC/PSP cubano hasta 1959.
En
1958/9, el 26 de Julio se apoyaba en la simpatía de la importante ‘colonia’
cubana de Nueva York. Mucho más importante es que un ala menor, llamémosla
democratizante, del imperialismo norteamericano coqueteaba con el movimiento
liderado por Fidel Castro. Claro que Batista terminó sostenido y pertrechado
por los yanquis —y fue el último baluarte del capital norteamericano en la
isla—, pero no debe olvidarse que el ex sargento y dictador era sostenido por
todo el nacionalismo oligárquico del subcontinente —entre ellos Perón. Antes
Batista había gobernado incluso con el apoyo del Partido Popular cubano. El
stalinismo de la isla cambió su nombre durante la Segunda Guerra Mundial bajo
la impronta del PC de los EE.UU. que en medio de la contienda había decidido,
en caso de guerra entre su país y la URSS, apoyar al imperialismo
norteamericano. El PC cubano, a diferencia de la mayoría de los PCs del
subcontinente que tenían de capanga a Codovilla —el alfil argentino de Moscú—
era partidario entonces de Eric Browder, el líder del PC yanqui.
El 26 de
Julio y el castrismo, no sin crisis y sobre todo como fruto de una enorme
presión de masas fue mucho más lejos que aquel programa del partido Ortodoxo y
emprendió un ataque al imperialismo y al capital que dio lugar en Cuba a la
primera gran expropiación del capital imperialista en América Latina. Un estado
sui generis que alcanzó rasgos de una peculiaridad absolutamente única.
Por un
lado, fue obra no de una dirección obrera ni siquiera forjada en la tradición
del marxismo. El stalinismo de la isla le dio la espalda al movimiento castrista
hasta las vísperas del 1º de enero de 1959. Peor aún fue la conducta del
stalinismo latinoamericano, bajo el faro del ‘insigne’ argentino que llevó al
PCA detrás de la Unión Democrática, que
hizo que prácticamente hasta 1966/8 el aparato de los seguidores del Kremlin se
negase a apoyar a Cuba. Cuando finalmente lo hizo fue para respaldar el curso
burocrático (antes el PC boliviano y Fidel habían dejado al Che abandonado en
el altiplano).
Por otro
lado, ese estado nunca permitió la organización autónoma de las masas. Fidel y
su hermano conquistaron una autoridad bonapartista que nunca fue la misma en el
tiempo ni tampoco tuvo el mismo carácter. Mientras a los inicios de los 60 el
bonapartismo castrista tuvo un claro norte antiimperialista (a pesar de todos
sus límites) a partir del alineamiento de Fidel junto a la burocracia rusa tras
la invasión soviética de Checoslovaquia (1968) el castrismo fue adquiriendo un
rol cada vez más conservador. Del apoyo al combate de Salvador Allende contra
la dictadura del proletariado en Chile, Fidel pasó con armas y bagajes al
virtual apoyo a la dictadura videliana (el castrismo se negó a respaldar la
lucha por los derechos humanos en nuestro país).
Con todo, la deriva del castrismo debe medirse
sobre todo en el terreno del desarrollo de las fuerzas productivas del país. En
este plano, el castrismo mostró su hilacha nacionalista más tradicional —o sea,
volvió en forma creciente a sus ‘fuentes’. Al castrismo le vale, a pesar de su
periplo ‘socialista’ de casi 70 años, las generales del nacionalismo
latinoamericano desde el APRA peruano y el MNR boliviano al varguismo en
Brasil, desde el PRI mexicano al peronismo, desde el sandinismo de Ortega en
Nicaragua al chavismo venezolano: termina siempre a los pies del imperialismo
mundial. Una vez terminada la sociedad del castrismo con la burocracia rusa el
primero fue completamente incapaz de abrirse un horizonte por fuera de la
restauración del capital, lo que se fue imponiendo en forma muy acentuada desde
1990/3.
Bien
mirado, el nacionalismo de contenido burgués de América Latina (y del mundo
entero) anticipó y/o acompañó el recorrido de todas las direcciones ‘comunistas’
(stalinistas) que frente al derrumbe de regímenes políticos asfixiados, sin
perspectiva —la construcción del “socialismo en un solo país” fue siempre una
quimera anti marxista y ahistórica— y cayeron bajo la férula de las leyes del
capital.
La
revolución socialista –enseña el leninismo-trotskismo, y lo verifica la
práctica histórica de todo el siglo XX— se inicia en la arena nacional pero
sólo puede triunfar y concluir a escala mundial. A la inversa, si esto no
ocurre la energía revolucionaria se disipa y las tendencias restauracionistas
reaparecen una y otra vez. Es otra manifestación de la ley del desarrollo
desigual y combinado del desenvolvimiento histórico contemporáneo, que en la
época presente de decadencia imperialista se paga con nuevas guerras y
catástrofes sociales de no estructurarse la dirección proletaria revolucionaria
—la IV Internacional— y allanarse el camino a la revolución socialista
victoriosa.
Cuba no
es Vietnam …
La
burocracia ‘socialista’ cubana hace 20 años por lo menos que intenta imitar el
‘modelo’ vietnamita de reformas capitalistas. La prensa cubana ha dado sobradas
pruebas de la “admiración” de Raúl Castro por el ejemplo del país del sudeste
asiático. Es obvio que no nos referimos al proceso de lucha antiimperialista
del Vietcong que liquidó la mayor intervención imperialista de EE.UU. desde la
Segunda Guerra Mundial.
¿Por qué
la burocracia castrista no alcanzó ese objetivo y ahora que pone el pie en el
acelerador “el éxito de su aplicación está más comprometido que nunca” —como
dice el economista cubano Mario Valdés Navia, partidario también de la reforma
(La Joven Cuba, 12/12)?
Primero,
por las propias dudas y resistencias de la burocracia castrista; segundo,
porque Cuba estuvo siempre bajo la sombra del imperialismo norteamericano y del
´bloqueo´. Si bien los yankis insinuaron atenuarlo bajo Obama —política que
Trump torció; aunque sólo muy relativamente. Por último, la economía
capitalista mundial en el presente ha agravado (pandemia de por medio) todas
sus tendencias recesivas y catastróficas relativamente inexistentes cuando
Vietnam (y/o China) recorrieron su periplo de ‘integración’ al mercado mundial.
Aun así la burocracia castrista, como señalan los análisis más sensatos,
incluso de declarados ‘reformitas’ —o sea que apoyan las medidas
devaluacionistas y de dolarización económica de la isla anunciadas días atrás—
se ha lanzado a “cruzar el Rubicón” en el peor momento.
Vietnam
tras la guerra de emancipación, primero contra el imperialismo francés y
después el yanqui, logró primero la unificación del país y luego, paradójica y
contradictoriamente, una integración en el mercado mundial capitalista,
alcanzando un relativo desarrollo de sus fuerzas productivas aunque su
desenvolvimiento social es mucho más controvertido. Vietnam en estos 45 años no
sólo selló la ‘paz’ con sus ex colonizadores sino que se asoció con ellos en
una escala sin precedentes. A los cinéfilos (y a los no también) les recomendamos
la película de Spike Lee, Five Bloods
—Cinco Sangres— que da cuenta del proceso restauracionista que transformó a la
legendaria Hanoi en una de los principales asientos de Mc Donalds en el mundo.
La misma Hanoi que hizo frente a los bombardeos de napalm y derrotó, en 1975, a la potencia por
excelencia de occidente en la mayor guerra de liberación triunfante desde la
posguerra.
Desde
aquella estrepitosa derrota yanqui, Vietnam transitó una de las parábolas más
sorprendentes de los últimos 45 años. Bajo la férrea dictadura de uno de los
PCs más stalinistas —Ho Chi Minh y sus sucesores fueron más lejos que el
maoísmo y el titismo en su represión de las disidencias en el proceso de emancipación
nacional, en primer lugar de los trotskistas. Ninguno de los citados antes —no
fueron precisamente ‘santos’ para destruir a los partidarios de la revolución
permanente y la IV Internacional— llegó tan lejos.
Ni bien
derrotados los yanquis, el Partido Comunista de Vietnam siguió un proceso
restauracionista propio y acompañó, simultáneamente, la trayectoria del proceso
del mismo signo de China, primero bajo Deng ahora con Xi Ping (sin por esto
existir uniformidad entre uno y otro proceso. En particular China y Vietnam
chocaron sobre sus relaciones con sus vecinos —especialmente frente al régimen
de Corea del Norte hubo notorias diferencias). Vietnam se asoció fuertemente,
en forma reciente, con la burocracia china, Japón y Australia en la iniciativa
de un virtual mercado común pan-asiático del Pacífico bajo la batuta china, el
que amenaza la hegemonía norteamericana en toda la región.
… ni
podría serlo
Toda una
serie de voceros cubanos afirma que el factor determinante para el giro brusco
a favor de la “unificación monetaria” —previsible, pero como ya vimos
largamente retrasado— fue el triunfo de Biden en las elecciones de EE.UU. Como
ya afirmamos en otras oportunidades, más que oxígeno Cuba debiera esperar de
EE.UU. un salvavidas de plomo.
Una vez
más el economista cubano Carmelo Mesa-Lago acaba de recordar que “el senador
demócrata cubano-americano Bob Menéndez, (es el) presidente del Comité de
Relaciones Exteriores del Senado”. El mismo vocero dice que ahora habría que ir
más lejos que cuando estaba Obama: “el gobierno cubano tendría que hacer
algunas concesiones a las que se negó bajo Obama” (La Joven Cuba, 22/12). ¿Alguien puede creer que el halcón Biden —el
mismo que impulsó todas las intervenciones imperialistas de los últimos 40 años—
va a servir a una política imperialista que no esté en línea con esa tradición?
Cuba se
enfrenta a un escenario que trasciende sus grandes momentos históricos
precedentes. La posibilidad de que el castrismo deshilachado restaure cierto
igualitarismo es imposible. No existe una alternativa a un segundo ‘período
especial’. Como ha planteado Jorge Altamira: “La clase obrera y los
trabajadores de Cuba están forzados a plantarse frente a esta salida
capitalista catastrófica, con su propio programa. La cuestión es de naturaleza
política: ¿quién va a liderar la transición del viejo régimen –la burocracia
estatal y gerencial, o las masas? La columna vertebral de un programa
socialista pasa por la lucha contra el 'rodrigazo' y el control obrero, por un
lado, y por una campaña de apoyo del proletariado internacional contra el
bloqueo del imperialismo. Es cierto que el ‘rodrigazo’ de Miguel Díaz-Canel, el
presidente de Cuba, y de Raúl Castro, ha sido forzado por los perjuicios
económicos del bloqueo yanqui y la pandemia, pero también por la oportunidad o
pretexto que ella ofrece para contener y asfixiar la movilización popular. La
evolución de los estados ante el avance del flagelo no ha sido zanjada todavía,
como tampoco el alcance social del impacto del virus, ni su efecto último sobre
la bancarrota capitalista que se desarrolla desde la crisis asiática de 1997 y
la de ‘las hipotecas’ de 2007/8. Todo esto será develado, en última instancia,
por una lucha de clases de características históricas excepcionales. La crisis
cubana tiene lugar en medio de un desarrollo revolucionario en América Latina,
y otro potencialmente mayor en los Estados Unidos”.
(26 dic 2020)