[por Damián A. Melcer]
El pasado domingo 27 de enero en Brasil, en
la ciudad de Santa María del estado de Rio Grande do Sul, murieron más de 200
jóvenes y más de 100 quedaron hospitalizados luego de que se incendiara un
boliche donde se encontraban festejando. La mayoría de las víctimas tenía entre
18 y 20 años.
Entre las victimas encontraron a dos integrantes
de la banda de música “Pimenta e seus Comparsas”, la cual fue responsabilizada
por el uso de fuegos artificiales en el escenario. Los que habrían causado que
se iniciara el incendio, según diversos comentarios.
La respuesta inmediata ante la pregunta
sobre los responsables de este hecho apuntó a los jóvenes y a los músicos que
llevaban adelante su actividad. Se estableció una comparación con la masacre
sufrida en el boliche Cromañón, en Buenos Aires, ocho años atrás y se instaló,
una vez más, la indignación sobre un tipo de comportamiento irresponsable y
desmedido de los jóvenes.
Los jóvenes fueron a divertirse un sábado
como cualquier otro. Los músicos fueron a ofrecer un show como cualquier otro
show al que tienen acostumbrado a su público. El empresariado sabía a quién
contrataba, era de público conocimiento que la banda –hasta el momento
inculpada– realizaba shows y bailes con “…
innovación en estructura, efectos visuales y pirotécnicos que hacen toda la
diferencia en la identidad exclusiva de la banda”, como figura en su propia
página web. Hasta aquí, entonces, nada nuevo.
Los músicos fueron a hacer lo que saben
hacer, lo que difundían y lo que se sabía. Los jóvenes fueron a hacer lo que
hacen en sus momentos de diversión. Tanto unos y otros se encontraron en un
nuevo terreno, un terreno desconocido; en definitiva, un terreno que auguraba
un desenlace mortal. Los jóvenes y los músicos ingresaron a un espacio que era
una trampa mortal, expresión última de inoperancias políticas, ineficaces
controles y negocios empresariales.
El boliche es la trampa
Como afirmó el diario O Globo, había una sola posibilidad de salida que era la puerta
principal. El boliche se constituye en “una trampa mortal”. No había
puertas de emergencias, para tal fin se utilizaba la misma puerta por la que se
ingresa. La construcción de este tipo de establecimiento tenía la finalidad de
controlar el ingreso, por un lado, pero fundamentalmente que no pueda irse la
gente sin antes haber pagado lo consumido.
Efectivamente, la primera reacción de la
seguridad privada del boliche, ante el intento de salir por parte de los
jóvenes frente al fuego, fue cerrar la puerta. La única puerta evidenció su
finalidad, persuadir cualquier intento de irse sin permiso. La máquina
empresarial diseñó el boliche pensando en garantizar que nadie saliera sin
haber realizado el pago de lo consumido. No piensa en cómo garantizar la vida
humana. Eso no genera valor.
En declaraciones públicas a los medios de
comunicación, el comandante del cuerpo de Bomberos, coronel Guido Pedroso de
Melo, se ocupó de dejar en claro que las dimensiones de la puerta principal
permitían el funcionamiento de la misma como salida de emergencia. Es notable
esa declaración de un representante del Estado que muestra cómo
la ganancia empresarial es contemplada y avalada desde el Estado.
El aval se evidencia desde el momento en
que el Estado autoriza el funcionamiento del local en cuestión. Tendrá que
pasar un poco más de tiempo para que podamos conocer los vínculos más profundos
entre los empresarios del boliche y los funcionarios públicos. Por lo pronto sí
sabemos que el club tenía su licencia de funcionamiento vencida. "Estaba vencida desde agosto de 2012.
La licencia es necesaria para el funcionamiento normal de la casa",
resaltó el teniente coronel Moisés da Silva Fuchs. Sin embargo, el club
nocturno seguía funcionando y realizando eventos masivos. Se calcula que su
capacidad permitida fue doblemente superada.
La trampa no solo era la estructura edilicia,
como deja entrever al diario Folha
Rodrigo Lemos Martins –guitarrista del grupo Gurizada Fandangueira que tocó
minutos antes–, que al intentar apagar el fuego notó que los extintores no
funcionaban. El mundo de la fachada evidencia toda su hipocresía en el real de
la muerte.
La ausencia de un plan claro de evacuación,
la carencia de alarmas de incendio, de mangueras y aspersores e indicaciones
visibles de salida; algo que cualquiera un poco entrenado en la habilitación de
locales podría darse cuenta, pone de relieve la complicidad del Estado con los
ahorros empresariales, ya sea por su acción directa o por omisión. Ese boliche
no reunía las condiciones mínimas internacionales para una habilitación. Sin
embargo, por el bien de la recaudación seguía funcionando.
La desesperante huida de Dilma
hacia el lugar de los hechos
Los medios reflejaron como un gran acierto
de Dilma el suspender todas sus actividades, retirarse de la CELAC e ir a
visitar a las familias de los jóvenes fallecidos. Están en lo cierto, la muerte
de los jóvenes por causas evitables y por responsabilidades sociales es
potencialmente explosivo. La muerte de los jóvenes es la muerte de energías
dispuestas a intervenir en el mundo con una concepción renovadora.
La acción de la Presidenta va a
contrasentido. Su presencia ahora es la evidencia de la complicidad del Estado
con los negocios empresariales. Es también la necesidad de contener la bronca
social que estas muertes injustas despertarán. Muertes que se enmarcan en un contexto
muy especial para Brasil en su conjunto. Según Valdir Pignatta e Silva,
especialista en seguridad contra incendios, “…
esta tragedia puede tener un denominador común con otras recientes ocurridas en
Brasil, como el derrumbe de tres edificios el año pasado en el centro de Río de
Janeiro o el descarrilamiento de un tranvía turístico en un barrio de esta
ciudad en 2011.” (Diario Uno).
Reuters de Sao Paulo publicó, en estos
días, que según datos oficiales casi 40.000 personas murieron mientras trabajaban
en construcciones edilicias. Los sucesos están vinculados a la ausencia de
medidas de seguridad, costosas para las empresas, mientras aumentó
exponencialmente la industria de la construcción en Brasil.
Dilma conoce todo esto y sabe que una de
las preocupaciones de los organizadores del inmediato Mundial de fútbol que se
realizará en Brasil 2014 no solo está puesta en los estadios sino en los
alrededores. Como lo declaró al diario La
Nación Pedro Trengrouse, consultor de la ONU para el Mundial, “El verdadero riesgo no está vinculado con
los escenarios deportivos”, debido a que una vez afuera la gente sale a
pasear, a bailar, a disfrutar del viaje que realizó. La presencia presidencial
busca mantener en pie las inversiones por millones que le acarrea el negocio
del Mundial de Fútbol, para mostrarse como un Estado a la altura de las
circunstancias generando cierta sensación de control.
El boliche es el Estado
Moacyr Duarte, un especialista en gestión
de emergencias y desastres de la Universidad Federal de Río de Janeiro y
coordinador del Programa de Posgraduación en Ingeniería dijo que la
causante de la muerte de estos jóvenes fueron "… elementos simples: fallas administrativas, fallas regulatorias,
fallas de inspección, fallas de planificación. Ellos llevaron a la
tragedia".
En declaraciones recogidas por la BBC
encontramos que Luiz Antonio Cosenza, presidente de la Comisión de
Análisis y Prevención de Accidentes del Consejo Regional de Ingeniería y
Agronomía de Río de Janeiro dijo, que "…
más de 50% de los accidentes es por falta de mantenimiento".
A esta altura de lo relevado ya debemos
darle carácter de masacre y no de tragedia a lo sucedido. La tragedia hace
referencia al dolor que se sufre a causa de situaciones evitables. En cambio la
masacre da cuenta de una estructura montada para que sucedan las tragedias y en
este sentido es necesario denominar con toda precisión porque es necesario
responsabilizar a los reales responsables de lo ocurrido.
El futuro inmediato no es
promisorio
Diario
O Globo informa que, un día después
de la tragedia, el municipio inició la investigación sobre la existencia de los
boliches nocturnos y pide información a los bomberos sobre la caducidad o no de
licencias de los mismos. Esto pone a luz la precariedad del régimen social
donde nuestros jóvenes y nosotros desarrollamos nuestras actividades
recreativas. La tendencia a partir de acá será la concentración en grandes
locales, el cierre de muchos locales medianos y el surgimiento de espacios
“clandestinos” recreativos en peores condiciones debido a las exigencias
leoninas que surgirán como medidas de control.
El martes 29 se realizó una movilización
reclamando justicia en donde se congregaron alrededor de 20 mil personas
aplaudiendo, con carteles y diversas formas de expresar su indignación. El
gobierno nacional para responder a esto decidió enviar, en base a un informe
del Secretario de Seguridad Pública de Río Grande do Sul, a “todas las fuerzas de seguridad pública”, las
cuales ya han sido movilizadas hacia el estado de Santa María. Cabe preguntarse
si, luego de esta masacre es necesario fuerzas de seguridad o equipos de
orientación psicológica, médicos para los más de 100 hospitalizados, camas e
instrumentos de curación. ¿Acaso las fuerzas de seguridad pública cumplirán
tareas de contención emocional de la población? O por el contrario, ¿estas
fuerzas pretenden ser un instrumente de disuasión ante el reclamo popular?
Concentración empresarial y contención
armada terminan siendo las soluciones que se le ofrece a la población en su
conjunto. Mientras los negocios siguen en pie y el lucro rige la vida de los
hombres.
Los jóvenes en el mundo actual,
nuestro mundo en común
La violencia es el desamparo generalizado
que resulta de una estructura montada sobre el beneficio del capital.
De todo lo mencionado se desprende que el
hecho en el boliche “Kiss” no puede ser considerado como un episodio aislado.
Es una muestra más de la estructura social, política y económica del Brasil
pero que no se aleja demasiado de nuestras estructuras políticas y económicas.
Es acá donde el caso Cromañón permitió sacar a luz la misma estructura de
vínculos empresariales, políticos y de seguridad. Las coimas a los funcionarios
como así también los arreglos monetarios con la comisaría de la zona.
La educación del hombre (niños, jóvenes y
adultos) está enteramente determinada por el medio social dentro del cual crece
y se desarrolla. Sin embargo este medio no siempre influye directa e
inmediatamente, por el contrario el medio actúa de manera distorsionada puesto
que es aprehendido en cierta singularidad y mediante aspectos generales
revestidos de ideología.
Debemos tomar en consideración la
existencia de una violencia fundante, la que debe ser analizada e interpretada
para que pueda ser aprehendida y a partir de entonces intervenir sobre la
misma. La violencia fundante es la que nos encuentra en nuestra cotidianeidad
completamente desprotegidos, ante esa violencia nuestra subjetividad se topa
con el desamparo que, al decir de Enrique Carpintero “… vivencia una falta de contención del mundo externo en relación al
mundo interno” (Revista Topía Nº
66).
Esa violencia fundante que no garantiza la
vida de los jóvenes cuando van a un boliche a bailar, porque el boliche reúne
todos los condicionantes de una relación mediada por el afán de lucro, impulsa
diversos modos de actuar en nuestro mundo particular. Impulsa los estados de
ánimos alterados, aumentan las tendencias al suicidio, aumentan las acciones de
presión, acoso y maltrato de diversa índole. Un estudio del 2011 en Brasil, “Mapa da Violencia os Jovens do Brasil”, indica
un exponencial aumento de mortandad entre los jóvenes por razones vinculadas a
la violencia (por homicidio, por accidentes automovilísticos y suicidios).
Cuanto más aumenta la ganancia empresarial,
que se reparte entre funcionarios políticos y policiales, más riesgo de vida
sufre la población que no participa de ese entramado de vínculos y
negocios. Lo sufre de manera directa, como vimos en la masacre del
boliche Kiss y por otro lado lo sufre mediante las alteraciones de la
subjetividad singular.
Borrar del análisis la violencia fundante
es garantizar la impunidad de hoy, reaseguro de una nueva masacre más adelante
si las cosas no cambian. Se torna necesario buscar los modos de contener a los
jóvenes en un marco de relaciones vinculares no supeditas por el capital en
donde la sensación de desamparo pueda ser abordada y superada en pos de una
construcción alternativa de los modos de vida
Una sociedad que ve morir a sus jóvenes y
que hace de la víctima el victimario es una sociedad que se ha condenado. Solo
falta quien la entierre.
(29/01/2013)