(por: Alberto a. Arias)
[ Hoy, 8 de marzo de 2018, se
realiza un histórico paro y movilización en muchas ciudades del mundo, como una
gran paso en la lucha de las mujeres por su emancipación social y política.
Además, este próximo 28 de marzo se cumplirán 147 años de la proclamación de la
Comuna de París. Las fechas pueden ser una buena excusa, pero las grandes
luchas se retroalimentan y proyectan más allá de sí mismas todos los días de
todos los años. ]
1. Breve nota contextual
Suele suceder que hay
poemas que se benefician con segundas lecturas o bien después de haber
comprendido algo más del contexto.
El poema «Las manos de
Jeanne-Marie», de Arthur Rimbaud, gira en torno al despliegue de unas
oposiciones (en una situación histórica concreta: la Comuna de París de 1871)
entre unas manos femeninas delicadas o entregadas al buen pasar, y otras manos,
también femeninas, pero curtidas, rústicas, entregadas al trabajo duro, la
lucha y la rebelión.
Dice bien un recopilador de
las obras de Rimbaud al afirmar que “Rimbaud glorifica a las mujeres del pueblo
en general, y particularmente a las combatientes de la Comuna” [1], con este poema que tiene
como protagonista a Jeanne-Marie, una de sus “petroleras” (pétroleuses),
es decir: una de las piqueteras “incendiarias” que resistieron a los
inescrupulosos y criminales “restauradores del orden” capitalista.
Hasta donde sabemos,
todavía es cuestión de controversia la estadía del joven poeta en París durante
la Comuna. Lo álgido de los sucesos revolucionarios ocurre entre abril y mayo
de 1871. Se supone que Rimbaud estuvo hasta fines o mediados de abril en París
o en las cercanías.
Pero no es ese el tema
principal que deberá preocuparnos a la hora de ubicar a Rimbaud frente a la
Comuna, sino el conocer cuáles son aquellos de sus poemas que pueden y deben
ser relacionados con los sucesos del París de abril-mayo 1871, y su
significación poética y revolucionaria profunda.
«Las manos de
Jeanne-Marie», el más emotivo –en nuestra opinión– de sus poemas del periodo
comunero, también ha suscitado interpretaciones diversas e incluso opuestas
(incluso algunas místico-delirantes), como suele sucederles a muchas de las
obras de Rimbaud. Mas para nosotros no deja dudas: se trata, como se ha dicho, de un canto al heroísmo de las
piqueteras de la Comuna, la “primera revolución obrera”.
Es útil recordar que Marx
hace una apasionada defensa de los “incendiarios” de la Comuna, en su obra «La
guerra civil en Francia», de 1871: «La
Comuna era, pues, la verdadera representación de todos los elementos sanos de
la sociedad francesa, y por consiguiente, el auténtico gobierno nacional. Pero,
al mismo tiempo, como gobierno obrero y como campeón intrépido de la
emancipación del trabajo, era un gobierno internacional en el pleno sentido de
la palabra. A los ojos del ejército prusiano, que había anexado a Alemania dos
provincias francesas, la Comuna anexaba a Francia los obreros del mundo entero.
[...] La gran medida social de la Comuna fue su propia existencia, su labor.
Sus medidas concretas no podían menos de expresar la línea de conducta de un
gobierno del pueblo por el pueblo. [...] Maravilloso en verdad fue el
cambio operado por la Comuna en París. De aquel París prostituido del Segundo
Imperio no quedaba ni rastro. [...] París trabajaba y pensaba, luchaba y daba
su sangre; radiante en el entusiasmo de su iniciativa histórica; dedicado a
forjar una sociedad nueva, casi se olvidaba de los caníbales que tenía a las
puertas. [...] En cada uno de sus triunfos sangrientos sobre los abnegados
paladines de una sociedad nueva y mejor, esta infame civilización, basada en la
esclavización del trabajo, ahoga los gemidos de sus víctimas en un clamor
salvaje de calumnias, que encuentran eco en todo el orbe. Los perros de presa
del "orden" transforman de pronto en un infierno el sereno París
obrero de la Comuna. [...] En el momento del heroico holocausto de sí mismo, el
París obrero envolvió en llamas edificios y monumentos. Cuando los esclavizadores
del proletariado descuartizan su cuerpo vivo, no deben seguir abrigando la
esperanza de retornar triunfales a los muros intactos de sus casas. El Gobierno
de Versalles grita: "¡Incendiarios!", y susurra esta consigna a todos
sus agentes, hasta en la aldea más remota, para que acosen a sus enemigos por
todas partes como incendiarios profesionales. La burguesía del mundo entero,
que mira complacida la matanza en masa después de la lucha, ¡se estremece de
horror ante la profanación del ladrillo y la argamasa!”. [2]
Por lo demás, un pequeño
gran detalle: cuando Rimbaud escribe su poema tiene apenas 17 años. No
olvidemos que a menudo se pretende encasillar a Rimbaud en la rebeldía juvenil
“inoperante y sin salida” (sic). Pero aquí queda indeleble la desmentida: un canto ‘communard’ (comunero) de
la juventud rebelde y revolucionaria, compuesto por un lúcido joven poeta.
Por todo lo antedicho: Qué
mejor que dedicarles nuestra versión e interpretación poético-musical a los
jóvenes que luchan contra el capitalismo, y a Elsa Rodríguez, piquetera de la
revolución.
2. Presentaciones públicas
de esta versión
a) Una
aclaración
Puede alguien preguntarse:
¿Cómo es que quien no domina lo suficiente el idioma francés se atreve a dar
una versión de uno de los mejores poemas de Rimbaud?
Me sucedía con este poema
que, de todas las versiones halladas, no encontraba una que me conformara. Las
había horribles (incluso hasta tornar incomprensible el poema) y las había
apenas “pasables”. Dejando a un lado las meras y burdas tergiversaciones, todas
me parecían más o menos alejadas de la intencionalidad poética de la
composición original.
No me justificaré: a la
vista (y al oído) está lo realizado. Pero que quede claro: jamás me hubiera
atrevido a hacerlo público si una experta en la lengua francesa, como la
profesora Irma Biojout de Azar, no hubiera revisado mi trabajo y aportado lo
que era necesario aportar, hasta darme su aval: “Me gusta más... [esta] versión
por su musicalidad... [...] Le deseo mucho éxito en su presentación”. (Mensaje
del 30/11/2013).
b) Tres
presentaciones públicas
El 19 de diciembre de 2013,
en una reunión al aire libre que el Partido Obrero realizó (como todos los
fines de año) en la Argentina, participamos con el músico Luis Mihovilcevic
(compañero de Signos del Topo y de Sonoridades Alternativas) en la mesa de
Poesía. Allí presentamos la versión al castellano de “Las manos de
Jeanne-Marie”. Luis Mihovilcevic había compuesto una pieza musical que ejecutó
en vivo con su melódica en forma simultánea a mi lectura del poema. En esa
ocasión decidí acompañar el poema con tres pequeñas láminas que fuimos
desplegando mientras ocurría la lectura, con el propósito de demostrar cómo en
muchos medios (en la web sobre todo) se ilustra este poema con imágenes de
manos dulcificantes que apuntan a tergiversar la significación profunda,
política y social, de este magnífico poema. Terminábamos, por supuesto, con la
imagen de las manos que adjudico al retrato de una auténtica Jeanne-Marie
comunera, piquetera e “incendiaria”.
Posteriormente, el 6 y el 27 de junio de 2015, este poema formó parte de las
presentaciones que hicimos como grupo Signos del Topo, también junto con Luis
Mihovilcevic y otros compañeros, en el teatro “La Ranchería” de Buenos Aires,
en el evento «Corpus poeticus (creación colectiva 2015)». El poema, teatralizado
y musicalizado, era acompañado nuevamente por la poderosa imagen de estas manos
“amorosas [...] maravillosas,
bajo el gran sol de amor pleno, sobre el bronce de las metrallas a través de
París insurrecto”.
3. «Las manos de
Jeanne-Marie», de Arthur Rimbaud
Jeanne-Marie tiene las
manos fuertes,
manos sombrías que
curtió el verano,
manos pálidas como las
manos muertas.
—Mas ¿son de Juana
estas manos?
¿Se han untado las
cremas oscuras
sobre charcas de
voluptuosidades?
¿Se han empapado en
lunas
de estanques de
serenidades?
¿Han bebido de los
cielos bárbaros,
tranquilas sobre
rodillas exaltantes?
¿Han liado cigarros
puros
o traficado con
diamantes?
¿Han marchitado las
flores de oro
sobre los pies
ardientes de las Madonas?
Lo que en su palma
resplandece y duerme
es la sangre negra de
las belladonas.
¿Manos cazadoras de
dípteros
que bombinean las
azulaciones
aurorales hacia los
nectarios?
¿Destilan veneno estas
manos?
Oh! ¿qué Sueño las ha
asaltado
en sus pandiculaciones?
¿Un sueño inaudito de
Asias,
de Khenghavars o de
Siones?
—Estas manos no se han
tostado sobre
los pies de los dioses
ni vendido naranjas:
estas manos no lavaron
las mantillas
de pesados chiquillos
sin mirada.
Estas no son manos de
prima
ni de obreras de
frente amplia
a las que un sol ebrio
de alquitranes
quema, en el bosque
hediendo a fábrica.
Son dobladoras de
espinazos,
manos que jamás hacen
mal,
¡más fatales que las
máquinas,
más fuertes que un
caballo!
Inquietas como
hogueras,
y sacudiendo sus
temores,
¡su carne canta las
Marsellesas
y jamás los Eleisones!
Apretarían vuestros
cuellos, oh mujeres
malignas, triturarían
vuestras manos,
oh mujeres nobles,
vuestras manos infames
llenas de carmines y
de blancos.
¡Tuerce el cráneo de
las ovejas
el brillo de estas
manos amorosas!
¡Pone el gran sol un
rubí
en sus falanges
sabrosas!
Como a un seno de
ayer, las bruñe
la mancha del
populacho;
¡el dorso de estas
Manos es el sitio
que todo Rebelde
altivo ha besado!
¡Están pálidas,
maravillosas,
bajo el gran sol de
amor pleno,
sobre el bronce de las
metrallas
a través de París
insurrecto!
¡Oh! — ¡a veces –
Manos sagradas,
Manos donde tiemblan
nuestros labios
jamás desembriagados –
en vuestros puños
grita una cadena de
anillos claros!
Y a veces, Manos de
ángel,
hay en nuestro ser un
extraño sobresalto
cuando se hace sangrar
vuestros dedos
pretendiendo
desatezaros.
(versión:
Alberto a. Arias)
•
Les
mains de Jeanne-Marie (Arthur Rimbaud)
Jeanne-Marie
a des mains fortes,
Mains sombres que l’été tanna,
Mains pâles comme des mains mortes.
– Sont-ce des mains de Juana ?
Ont-elles
pris les crèmes brunes
Sur les mares des voluptés ?
Ont-elles trempé dans des lunes
Aux étangs de sérénités ?
Ont-elles
bu des cieux barbares,
Calmes sur les genoux charmants ?
Ont-elles roulé des cigares
Ou trafiqué des diamants ?
Sur
les pieds ardents des Madones
Ont-elles fané des fleurs d’or ?
C’est le sang noir des belladones
Qui dans leur paume éclate et dort.
Mains
chasseresses des diptères
Dont bombinent les bleuisons
Aurorales, vers les nectaires ?
Mains décanteuses de poisons ?
Oh !
quel Rêve les a saisies
Dans les pandiculations ?
Un rêve inouï des Asies,
Des Khenghavars ou des Sions ?
–
Ces mains n’ont pas vendu d’oranges,
Ni bruni sur les pieds des dieux :
Ces mains n’ont pas lavé les langes
Des lourds petits enfants sans yeux.
Ce
ne sont pas mains de cousine
Ni d’ouvrières aux gros fronts
Que brûle, aux bois puant l’usine,
Un soleil ivre de goudrons.
Ce
sont des ployeuses d’échines,
Des mains qui ne font jamais mal,
Plus fatales que des machines,
Plus fortes que tout un cheval !
Remuant
comme des fournaises,
Et secouant tous ses frissons,
Leur chair chante des Marseillaises
Et jamais les Eleisons !
Ça
serrerait vos cous, ô femmes
Mauvaises, ça broierait vos mains,
Femmes nobles, vos mains infâmes
Pleines de blancs et de carmins.
L’éclat
de ces mains amoureuses
Tourne le crâne des brebis !
Dans leurs phalanges savoureuses
Le grand soleil met un rubis !
Une
tache de populace
Les brunit comme un sein d’hier ;
Le dos de ces Mains est la place
Qu’en baisa tout Révolté fier !
Elles
ont pâli, merveilleuses,
Au grand soleil d’amour chargé,
Sur le bronze des mitrailleuses
À travers Paris insurgé !
Ah !
quelquefois, ô Mains sacrées,
À vos poings, Mains où tremblent nos
Lèvres jamais désenivrées,
Crie une chaîne aux clairs anneaux !
Et
c’est un soubresaut étrange
Dans nos êtres, quand, quelquefois,
On veut vous déhâler, Mains d’ange,
En vous faisant saigner les doigts !
***
(8 de marzo de 2018)
Alberto a. Arias
NOTAS:
[1] Louis Forestier, en las “Notas” al libro: «Poésies / Une saison en enfer /
Illuminations» de Arthur
Rimbaud (Gallimard, 1973).
[2] Nos place seguir citando largamente el texto de Marx: «Cuando los gobiernos dan a sus
flotas de guerra carta blanca para "matar, quemar y
destruir", ¿dan o no dan carta blanca a incendiarios? Cuando las tropas
británicas prendieron fuego alegremente al Capitolio de Washington o al
Palacio de Verano del Emperador de China, ¿eran o no incendiarias? Cuando
los prusianos, no por razones militares, sino por mero espíritu de venganza,
hicieron arder con ayuda del petróleo poblaciones enteras como Chateaudun e
innumerables aldeas, ¿eran o no incendiarios? Cuando Thiers bombardeó a París
durante seis semanas, bajo el pretexto de que sólo quería prender fuego a las
casas en que había gente, ¿era o no incendiario? En la guerra, el fuego es un
arma tan legítima como cualquiera otra. Los edificios ocupados por el enemigo
son bombardeados para prenderles fuego. Y si sus defensores se ven obligados a
evacuarlos, ellos mismos los incendian, para evitar que los atacantes se apoyen
en ellos. El ser pasto de las llamas ha sido siempre el destino ineludible de
los edificios situados en el frente de combate de todos los ejércitos regulares
del mundo. ¡Pero he aquí que en la guerra de los esclavizados contra los
esclavizadores –la única guerra justificada de la historia– este argumento ya
no sería válido en absoluto! La Comuna se sirvió del fuego pura y
exclusivamente como de un medio de defensa. Lo empleó para cortar el avance de
las tropas de Versalles por aquellas avenidas largas y rectas que Haussmann
había abierto expresamente para el fuego de la artillería; lo empleó para
cubrir la retirada, del mismo modo que los versalleses, al avanzar, emplearon
sus granadas que destruyeron, por lo menos, tantos edificios como el fuego de
la Comuna. Todavía no se sabe a ciencia cierta cuáles edificios fueron
incendiados por los defensores y cuáles por los atacantes. Y los defensores [de
la Comuna] no recurrieron al fuego hasta que las tropas versallesas no habían
comenzado su matanza en masa de prisioneros. Además, la Comuna había anunciado
públicamente, desde hacía mucho tiempo, que, empujada al extremo, se enterraría
entre las ruinas de París y haría de esta capital un segundo Moscú; cosa que el
Gobierno de Defensa Nacional había prometido también hacer, claro que sólo como
disfraz, para encubrir su traición. Trochu había preparado el petróleo
necesario para esta eventualidad. La Comuna sabía que a sus enemigos no les
importaban las vidas del pueblo de París, pero que en cambio les importaban
mucho los edificios parisinos de su propiedad. Por otra parte, Thiers había
hecho ya saber que sería implacable en su venganza. Apenas vio, de un lado, a
su ejército en orden de batalla y del otro, a los prusianos cerrando la salida,
exclamó: "¡Seré inexorable! ¡El castigo será completo y la justicia
severa!". Si los actos de los obreros de París fueron de vandalismo, era
el vandalismo de la defensa desesperada, no un vandalismo de triunfo, como
aquel de que los cristianos dieron prueba al destruir los tesoros artísticos,
realmente inestimables de la antigüedad pagana. [...] Todo este coro de
calumnias, que el Partido del Orden, en sus orgías de sangre, no deja nunca de
alzar contra sus víctimas, sólo demuestra que el burgués de nuestros días se
considera el legítimo heredero del antiguo señor feudal, para quien todas las
armas eran buenas contra los plebeyos, mientras que en manos de éstos toda arma
constituía por sí sola un crimen. La conspiración de la clase dominante para
aplastar la revolución por medio de una guerra civil montada bajo el patronato
del invasor extranjero –conspiración que hemos ido siguiendo desde el mismo 4
de septiembre hasta la entrada de los pretorianos de Mac-Mahon por la puerta de
Saint Cloud– culminó en la carnicería de París. [...] El París de los
obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una
nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase
obrera. Y a sus exterminadores la historia los ha clavado ya en una picota
eterna, de la que no lograrán redimirlos todas las preces de su clerigalla.»
[Karl Marx: “La guerra civil en Francia”, 1871]