jueves, 8 de marzo de 2018

Una versión de «Las manos de Jeanne-Marie» de Arthur Rimbaud

(por: Alberto a. Arias)



   [ Hoy, 8 de marzo de 2018, se realiza un histórico paro y movilización en muchas ciudades del mundo, como una gran paso en la lucha de las mujeres por su emancipación social y política. Además, este próximo 28 de marzo se cumplirán 147 años de la proclamación de la Comuna de París. Las fechas pueden ser una buena excusa, pero las grandes luchas se retroalimentan y proyectan más allá de sí mismas todos los días de todos los años. ]


    1. Breve nota contextual

    Suele suceder que hay poemas que se benefician con segundas lecturas o bien después de haber comprendido algo más del contexto.
    El poema «Las manos de Jeanne-Marie», de Arthur Rimbaud, gira en torno al despliegue de unas oposiciones (en una situación histórica concreta: la Comuna de París de 1871) entre unas manos femeninas delicadas o entregadas al buen pasar, y otras manos, también femeninas, pero curtidas, rústicas, entregadas al trabajo duro, la lucha y la rebelión.
    Dice bien un recopilador de las obras de Rimbaud al afirmar que “Rimbaud glorifica a las mujeres del pueblo en general, y particularmente a las combatientes de la Comuna” [1], con este poema que tiene como protagonista a Jeanne-Marie, una de sus “petroleras” (pétroleuses), es decir: una de las piqueteras “incendiarias” que resistieron a los inescrupulosos y criminales “restauradores del orden” capitalista.
    Hasta donde sabemos, todavía es cuestión de controversia la estadía del joven poeta en París durante la Comuna. Lo álgido de los sucesos revolucionarios ocurre entre abril y mayo de 1871. Se supone que Rimbaud estuvo hasta fines o mediados de abril en París o en las cercanías.
    Pero no es ese el tema principal que deberá preocuparnos a la hora de ubicar a Rimbaud frente a la Comuna, sino el conocer cuáles son aquellos de sus poemas que pueden y deben ser relacionados con los sucesos del París de abril-mayo 1871, y su significación poética y revolucionaria profunda.
    «Las manos de Jeanne-Marie», el más emotivo –en nuestra opinión– de sus poemas del periodo comunero, también ha suscitado interpretaciones diversas e incluso opuestas (incluso algunas místico-delirantes), como suele sucederles a muchas de las obras de Rimbaud. Mas para nosotros no deja dudas: se trata, como se ha dicho, de un canto al heroísmo de las piqueteras de la Comuna, la “primera revolución obrera”.
    Es útil recordar que Marx hace una apasionada defensa de los “incendiarios” de la Comuna, en su obra «La guerra civil en Francia», de 1871:  «La Comuna era, pues, la verdadera representación de todos los elementos sanos de la sociedad francesa, y por consiguiente, el auténtico gobierno nacional. Pero, al mismo tiempo, como gobierno obrero y como campeón intrépido de la emancipación del trabajo, era un gobierno internacional en el pleno sentido de la palabra. A los ojos del ejército prusiano, que había anexado a Alemania dos provincias francesas, la Comuna anexaba a Francia los obreros del mundo entero. [...] La gran medida social de la Comuna fue su propia existencia, su labor. Sus medidas concretas no podían menos de expresar la línea de conducta de un gobierno del pueblo por el pueblo. [...]  Maravilloso en verdad fue el cambio operado por la Comuna en París. De aquel París prostituido del Segundo Imperio no quedaba ni rastro. [...] París trabajaba y pensaba, luchaba y daba su sangre; radiante en el entusiasmo de su iniciativa histórica; dedicado a forjar una sociedad nueva, casi se olvidaba de los caníbales que tenía a las puertas. [...] En cada uno de sus triunfos sangrientos sobre los abnegados paladines de una sociedad nueva y mejor, esta infame civilización, basada en la esclavización del trabajo, ahoga los gemidos de sus víctimas en un clamor salvaje de calumnias, que encuentran eco en todo el orbe. Los perros de presa del "orden" transforman de pronto en un infierno el sereno París obrero de la Comuna. [...] En el momento del heroico holocausto de sí mismo, el París obrero envolvió en llamas edificios y monumentos. Cuando los esclavizadores del proletariado descuartizan su cuerpo vivo, no deben seguir abrigando la esperanza de retornar triunfales a los muros intactos de sus casas. El Gobierno de Versalles grita: "¡Incendiarios!", y susurra esta consigna a todos sus agentes, hasta en la aldea más remota, para que acosen a sus enemigos por todas partes como incendiarios profesionales. La burguesía del mundo entero, que mira complacida la matanza en masa después de la lucha, ¡se estremece de horror ante la profanación del ladrillo y la argamasa!”. [2]
    Por lo demás, un pequeño gran detalle: cuando Rimbaud escribe su poema tiene apenas 17 años. No olvidemos que a menudo se pretende encasillar a Rimbaud en la rebeldía juvenil “inoperante y sin salida” (sic). Pero aquí queda indeleble la desmentida: un canto ‘communard’ (comunero) de la juventud rebelde y revolucionaria, compuesto por un lúcido joven poeta.
    Por todo lo antedicho: Qué mejor que dedicarles nuestra versión e interpretación poético-musical a los jóvenes que luchan contra el capitalismo, y a Elsa Rodríguez, piquetera de la revolución.

    2. Presentaciones públicas de esta versión

         a) Una aclaración

    Puede alguien preguntarse: ¿Cómo es que quien no domina lo suficiente el idioma francés se atreve a dar una versión de uno de los mejores poemas de Rimbaud?
    Me sucedía con este poema que, de todas las versiones halladas, no encontraba una que me conformara. Las había horribles (incluso hasta tornar incomprensible el poema) y las había apenas “pasables”. Dejando a un lado las meras y burdas tergiversaciones, todas me parecían más o menos alejadas de la intencionalidad poética de la composición original.
    No me justificaré: a la vista (y al oído) está lo realizado. Pero que quede claro: jamás me hubiera atrevido a hacerlo público si una experta en la lengua francesa, como la profesora Irma Biojout de Azar, no hubiera revisado mi trabajo y aportado lo que era necesario aportar, hasta darme su aval: “Me gusta más... [esta] versión por su musicalidad... [...] Le deseo mucho éxito en su presentación”. (Mensaje del 30/11/2013).

         b) Tres presentaciones públicas

    El 19 de diciembre de 2013, en una reunión al aire libre que el Partido Obrero realizó (como todos los fines de año) en la Argentina, participamos con el músico Luis Mihovilcevic (compañero de Signos del Topo y de Sonoridades Alternativas) en la mesa de Poesía. Allí presentamos la versión al castellano de “Las manos de Jeanne-Marie”. Luis Mihovilcevic había compuesto una pieza musical que ejecutó en vivo con su melódica en forma simultánea a mi lectura del poema. En esa ocasión decidí acompañar el poema con tres pequeñas láminas que fuimos desplegando mientras ocurría la lectura, con el propósito de demostrar cómo en muchos medios (en la web sobre todo) se ilustra este poema con imágenes de manos dulcificantes que apuntan a tergiversar la significación profunda, política y social, de este magnífico poema. Terminábamos, por supuesto, con la imagen de las manos que adjudico al retrato de una auténtica Jeanne-Marie comunera, piquetera e “incendiaria”.
    Posteriormente, el 6 y el 27 de junio de 2015, este poema formó parte de las presentaciones que hicimos como grupo Signos del Topo, también junto con Luis Mihovilcevic y otros compañeros, en el teatro “La Ranchería” de Buenos Aires, en el evento «Corpus poeticus (creación colectiva 2015)». El poema, teatralizado y musicalizado, era acompañado nuevamente por la poderosa imagen de estas manos “amorosas [...] maravillosas, bajo el gran sol de amor pleno, sobre el bronce de las metrallas a través de París insurrecto”.


    3. «Las manos de Jeanne-Marie», de Arthur Rimbaud


Jeanne-Marie tiene las manos fuertes,
manos sombrías que curtió el verano,
manos pálidas como las manos muertas.
—Mas ¿son de Juana estas manos?

¿Se han untado las cremas oscuras
sobre charcas de voluptuosidades?
¿Se han empapado en lunas
de estanques de serenidades?

¿Han bebido de los cielos bárbaros,
tranquilas sobre rodillas exaltantes?
¿Han liado cigarros puros
o traficado con diamantes?

¿Han marchitado las flores de oro
sobre los pies ardientes de las Madonas?
Lo que en su palma resplandece y duerme
es la sangre negra de las belladonas.

¿Manos cazadoras de dípteros
que bombinean las azulaciones
aurorales hacia los nectarios?
¿Destilan veneno estas manos?

Oh! ¿qué Sueño las ha asaltado
en sus pandiculaciones?
¿Un sueño inaudito de Asias,
de Khenghavars o de Siones?

—Estas manos no se han tostado sobre
los pies de los dioses ni vendido naranjas:
estas manos no lavaron las mantillas
de pesados chiquillos sin mirada.

Estas no son manos de prima
ni de obreras de frente amplia
a las que un sol ebrio de alquitranes
quema, en el bosque hediendo a fábrica.

Son dobladoras de espinazos,
manos que jamás hacen mal,
¡más fatales que las máquinas,
más fuertes que un caballo!

Inquietas como hogueras,
y sacudiendo sus temores,
¡su carne canta las Marsellesas
y jamás los Eleisones!

Apretarían vuestros cuellos, oh mujeres
malignas, triturarían vuestras manos,
oh mujeres nobles, vuestras manos infames
llenas de carmines y de blancos.

¡Tuerce el cráneo de las ovejas
el brillo de estas manos amorosas!
¡Pone el gran sol un rubí
en sus falanges sabrosas!

Como a un seno de ayer, las bruñe
la mancha del populacho;
¡el dorso de estas Manos es el sitio
que todo Rebelde altivo ha besado!

¡Están pálidas, maravillosas,
bajo el gran sol de amor pleno,
sobre el bronce de las metrallas
a través de París insurrecto!

¡Oh! — ¡a veces – Manos sagradas,
Manos donde tiemblan nuestros labios
jamás desembriagados – en vuestros puños
grita una cadena de anillos claros!

Y a veces, Manos de ángel,
hay en nuestro ser un extraño sobresalto
cuando se hace sangrar vuestros dedos
pretendiendo desatezaros.
                                                    
                                                           (versión: Alberto a. Arias)




Les mains de Jeanne-Marie  (Arthur Rimbaud)


Jeanne-Marie a des mains fortes,
Mains sombres que l’été tanna,
Mains pâles comme des mains mortes.
– Sont-ce des mains de Juana ?

Ont-elles pris les crèmes brunes
Sur les mares des voluptés ?
Ont-elles trempé dans des lunes
Aux étangs de sérénités ?

Ont-elles bu des cieux barbares,
Calmes sur les genoux charmants ?
Ont-elles roulé des cigares
Ou trafiqué des diamants ?

Sur les pieds ardents des Madones
Ont-elles fané des fleurs d’or ?
C’est le sang noir des belladones
Qui dans leur paume éclate et dort.

Mains chasseresses des diptères
Dont bombinent les bleuisons
Aurorales, vers les nectaires ?
Mains décanteuses de poisons ?

Oh ! quel Rêve les a saisies
Dans les pandiculations ?
Un rêve inouï des Asies,
Des Khenghavars ou des Sions ?

– Ces mains n’ont pas vendu d’oranges,
Ni bruni sur les pieds des dieux :
Ces mains n’ont pas lavé les langes
Des lourds petits enfants sans yeux.

Ce ne sont pas mains de cousine
Ni d’ouvrières aux gros fronts
Que brûle, aux bois puant l’usine,
Un soleil ivre de goudrons.

Ce sont des ployeuses d’échines,
Des mains qui ne font jamais mal,
Plus fatales que des machines,
Plus fortes que tout un cheval !

Remuant comme des fournaises,
Et secouant tous ses frissons,
Leur chair chante des Marseillaises
Et jamais les Eleisons !

Ça serrerait vos cous, ô femmes
Mauvaises, ça broierait vos mains,
Femmes nobles, vos mains infâmes
Pleines de blancs et de carmins.

L’éclat de ces mains amoureuses
Tourne le crâne des brebis !
Dans leurs phalanges savoureuses
Le grand soleil met un rubis !

Une tache de populace
Les brunit comme un sein d’hier ;
Le dos de ces Mains est la place
Qu’en baisa tout Révolté fier !

Elles ont pâli, merveilleuses,
Au grand soleil d’amour chargé,
Sur le bronze des mitrailleuses
À travers Paris insurgé !

Ah ! quelquefois, ô Mains sacrées,
À vos poings, Mains où tremblent nos
Lèvres jamais désenivrées,
Crie une chaîne aux clairs anneaux !

Et c’est un soubresaut étrange
Dans nos êtres, quand, quelquefois,
On veut vous déhâler, Mains d’ange,
En vous faisant saigner les doigts !


***
                              (8 de marzo de 2018)
                                  Alberto a. Arias

 NOTAS:
[1] Louis Forestier, en las “Notas” al libro: «Poésies / Une saison en enfer / Illuminations» de Arthur Rimbaud (Gallimard, 1973).

[2] Nos place seguir citando largamente el texto de Marx: «Cuando los gobiernos dan a sus flotas de guerra carta blanca para "matar, quemar y destruir", ¿dan o no dan carta blanca a incendiarios? Cuando las tropas británicas prendieron fuego alegremente al Capitolio de Washington o al Palacio de Verano del Emperador de China, ¿eran o no incendiarias? Cuando los prusianos, no por razones militares, sino por mero espíritu de venganza, hicieron arder con ayuda del petróleo poblaciones enteras como Chateaudun e innumerables aldeas, ¿eran o no incendiarios? Cuando Thiers bombardeó a París durante seis semanas, bajo el pretexto de que sólo quería prender fuego a las casas en que había gente, ¿era o no incendiario? En la guerra, el fuego es un arma tan legítima como cualquiera otra. Los edificios ocupados por el enemigo son bombardeados para prenderles fuego. Y si sus defensores se ven obligados a evacuarlos, ellos mismos los incendian, para evitar que los atacantes se apoyen en ellos. El ser pasto de las llamas ha sido siempre el destino ineludible de los edificios situados en el frente de combate de todos los ejércitos regulares del mundo. ¡Pero he aquí que en la guerra de los esclavizados contra los esclavizadores –la única guerra justificada de la historia– este argumento ya no sería válido en absoluto! La Comuna se sirvió del fuego pura y exclusivamente como de un medio de defensa. Lo empleó para cortar el avance de las tropas de Versalles por aquellas avenidas largas y rectas que Haussmann había abierto expresamente para el fuego de la artillería; lo empleó para cubrir la retirada, del mismo modo que los versalleses, al avanzar, emplearon sus granadas que destruyeron, por lo menos, tantos edificios como el fuego de la Comuna. Todavía no se sabe a ciencia cierta cuáles edificios fueron incendiados por los defensores y cuáles por los atacantes. Y los defensores [de la Comuna] no recurrieron al fuego hasta que las tropas versallesas no habían comenzado su matanza en masa de prisioneros. Además, la Comuna había anunciado públicamente, desde hacía mucho tiempo, que, empujada al extremo, se enterraría entre las ruinas de París y haría de esta capital un segundo Moscú; cosa que el Gobierno de Defensa Nacional había prometido también hacer, claro que sólo como disfraz, para encubrir su traición. Trochu había preparado el petróleo necesario para esta eventualidad. La Comuna sabía que a sus enemigos no les importaban las vidas del pueblo de París, pero que en cambio les importaban mucho los edificios parisinos de su propiedad. Por otra parte, Thiers había hecho ya saber que sería implacable en su venganza. Apenas vio, de un lado, a su ejército en orden de batalla y del otro, a los prusianos cerrando la salida, exclamó: "¡Seré inexorable! ¡El castigo será completo y la justicia severa!". Si los actos de los obreros de París fueron de vandalismo, era el vandalismo de la defensa desesperada, no un vandalismo de triunfo, como aquel de que los cristianos dieron prueba al destruir los tesoros artísticos, realmente inestimables de la antigüedad pagana. [...] Todo este coro de calumnias, que el Partido del Orden, en sus orgías de sangre, no deja nunca de alzar contra sus víctimas, sólo demuestra que el burgués de nuestros días se considera el legítimo heredero del antiguo señor feudal, para quien todas las armas eran buenas contra los plebeyos, mientras que en manos de éstos toda arma constituía por sí sola un crimen. La conspiración de la clase dominante para aplastar la revolución por medio de una guerra civil montada bajo el patronato del invasor extranjero –conspiración que hemos ido siguiendo desde el mismo 4 de septiembre hasta la entrada de los pretorianos de Mac-Mahon por la puerta de Saint Cloud– culminó en la carnicería de París. [...]  El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera. Y a sus exterminadores la historia los ha clavado ya en una picota eterna, de la que no lograrán redimirlos todas las preces de su clerigalla.» [Karl Marx: “La guerra civil en Francia”, 1871]


2 comentarios: