[Entrevista: Colectivo Signos del Topo]
[Las imágenes aquí publicadas corresponden a la edición en papel de la revista Signos del Topo Nº 1, diciembre de 2011.]
[Alberto Luis Ponzo]
[Las imágenes aquí publicadas corresponden a la edición en papel de la revista Signos del Topo Nº 1, diciembre de 2011.]
[Alberto Luis Ponzo]
«Nombre de nombres
piel de pieles
Oscuro cielo
orificio de voces
Línea rota
boca de bocas
aire de otros aires (...) »
de «Palabra humana», A. L.
P.
SdT — Cuéntanos, por favor, sobre tu infancia y juventud.
ALP— Nací en 1916 en Buenos Aires, en el barrio de Palermo, San
Salvador 4171. Allí vivimos hasta mis cuatro o cinco años. Mis primeros
recuerdos son del “campo”, que era entonces la ciudad de Banfield, donde con
mis padres y mis dos hermanos vivimos hasta mis ocho años, para estar más cerca
de la Capital. Mi padre, que había venido de Italia a los 12 años y era
cortador sastre, debía viajar hasta Constitución, y todavía tengo en mis oídos
el rumor del calentador Primus con el que se calentaba su desayuno. Allí tuve
mis primeros juguetes, tan distintos de los sorprendentes importados de China,
que ahora prefieren los chicos. Con mi hermana Amelia cruzábamos el cerco de
unos vecinos que habían plantado frutillas y las “robábamos” a la hora de la
siesta, después de haber saltado de la cama, donde mi mamá nos obligaba a
dormir… Son recuerdos que intenté expresar en “La casa de Azara y otros
poemas”, librito publicado en 1994.
Regresamos a Buenos Aires al cumplir yo ocho años, pues era la edad en
que se ingresaba a la escuela primaria.
Recuerdo muchas cosas de ese tiempo, pero sobre todo de cuando íbamos
a visitar a mis tíos y abuelos, que vivían en el barrio de Belgrano, en una
hermosa casa que ocupa hoy la familia del único nieto, Enrique Banfi, médico
psicoanalista y artista plástico. Todo ahí me hace volver a días muy felices:
la galería de entrada, una gran sala donde se reunían las dos familias, el
dormitorio, la vieja cocina, el jardín y el fondo arbolado… Sigo viendo aquello
en algunas fotografías con mis padres y hermanos, Amelia y Alfredo. En una
plaqueta que titulé “Mendoza 2641” ,
de 1990, dije lo que sentía y todavía me parece tan vivo, porque la casa sigue
estando y las sensaciones también. Por esos años nos habíamos mudado a una casa
en Villa Crespo, donde ocupábamos unas habitaciones y alquilábamos las demás,
en la calle Lerma. (El poema “Lerma 526” , del libro “De ayeres y desmemorias”, de
1998, se refiere a esa época).
Los “inquilinos” siempre terminaban siendo amigos, y con uno de ellos
fui a ver años después algunos partidos de fútbol. En aquel tiempo era fácil
encontrar vivienda, y en la misma cuadra, entre Malabia y Acevedo, cambiamos
tres veces de casa, hasta ocupar una que fue sólo para nuestra familia. Durante
este período de adolescencia y juventud comencé a ver las películas más famosas
en un cine que estaba a dos cuadras de allí, el “Rialto”, sobre la calle
Rivera, hoy Córdoba. A veces revivo lo que hacía en el barrio, los juegos y
partidos en la calle, hasta alguna pelea y el miedo cuando nos corría un
“vigilante a caballo”.
En 1932 ingresé al colegio nacional “Nicolás Avellaneda”, donde conocí
a mi primer gran amigo, Rafael Barnij, que estaba un año más adelantado.
Escribía poemas gauchescos y los recitaba. Nos vimos muchas veces desde
entonces y nos leíamos los “versos” que escribíamos. Nos encontrábamos en su
casa de la calle Jufré y hasta cantábamos letras de los tangos más populares.
En la ciudad de Santa Fe, donde pasó sus últimos años, lo visitamos y
prolongamos la amistad con sus hijos.
De ese tiempo también recuerdo
que celebrábamos alegremente el Carnaval, y disfrazados con otros chicos del
barrio recorríamos los alrededores con una “murga” muy precaria, cantando
versos horribles para obtener algunas monedas… Otras pruebas de mi audacia
poética quedaron olvidadas en las páginas de una revista estudiantil, “Ideas”,
que todavía conservo por ser la primera que me atreví a dirigir con dos
compañeros del Colegio Avellaneda.
Después de vivir un largo tiempo en Palermo, recuerdo que ocupamos un
departamento en la calle Lavalleja 854, al fondo de un largo pasillo. Un día
fui a ver si todavía estaba el edificio… y una alta pared me mostró duramente
otra realidad… Siendo todavía muy joven, sin el conocimiento de cosas que no se
decían o no llegaba a comprender, perdí a mi madre, y años después, en
noviembre de 1937, luego de una larga enfermedad, falleció mi padre, que había
sido despedido de la Casa donde comprábamos nuestra ropa. Sin contar en
aquellos años con una indemnización, mi hermano mayor afrontó desde entonces el
sostén de la familia.
Al año siguiente ingresé a la Facultad de Medicina y me recibí de
doctor en Odontología en 1943. Mis deseos eran otros, porque me gustaba
escribir y dibujar, pero mi hermano me convenció de que hiciera esa carrera,
que era más “práctica” que la de Letras o Artes Plásticas. Y desde entonces hay
otra historia, otros recuerdos, y otro destino, quizás para nuevas preguntas.
SdT — ¿Cómo, por qué y cuándo empezaste a dejar que tus poemas
surgiesen?
ALP — El tema poético, y cuándo empezó, es cosa difícil de contar. Si
bien siempre me gustó escribir, y en el Colegio hacía con alguna facilidad las
“composiciones” que me indicaban, sería muy pretencioso decir que escribía
poemas, o algo parecido. Como todos los chicos, leía a algunos clásicos
españoles, tenía que saber lo que pasaba en la literatura argentina y leer
algunas obras del siglo pasado y de la actualidad. De manera que no puedo decir
con exactitud cuándo empecé o dejé que “brotaran” esos poemas.
Hubo una época previa... con imitaciones, expresiones sentimentales,
con un aprendizaje elemental basado en ciertas preferencias literarias. Esto es
muy común y no hay autor o autora que no haya vivido tales experiencias.
Después suceden cosas reveladoras y que de algún modo provocan la necesidad de
escribir un poema.
Antes, los grandes maestros nos han ayudado a salir de lo peor que nos
puede suceder: creernos buenos, iluminados y superiores a los demás. En mi
caso, confieso que pequé en muchas oportunidades al publicar por mero gusto,
por estar con otros que lo hacían y de esta manera lograban hacerse conocer,
por recibir algún comentario u opinión, y porque parecería que se necesitara un
halo exterior, un halago, un apoyo público o compensación por el trabajo
realizado.
Para responder a tu pregunta debería reconocer, en primer lugar, que
en muchos momentos, sin buscar nada, brotan o se acercan las palabras. Pero no
hay un nacimiento porque sí o sin razones. Tenemos encima la realidad, somos
parte de ella y por ella vamos, o nos extraviamos.
[Portada del primer libro editado en 1960
por Alberto Luis Ponzo]
SdT — Tus poemas navegan por unos mares y no por otros. ¿Cuáles son
unos y otros?
ALP — Los mares a que te refieres no los he elegido casi nunca: me han
llevado a ellos todas las cosas que pasan y me pasan. Pero reconozco también
que en otras épocas tenía ideas muy equivocadas, como las que tienen tantos
autores de ahora sobre lo que hacen y creen que tienen necesidad de difundir,
sin pensar en los demás.
Hay grandes errores en nuestra individualidad, en el “yo” que tarda en
llegar al “nosotros” para escribir o pensar cualquier cosa. Uno de los peores
males de nuestra época, literariamente hablando, es la inmodestia, el
autoritarismo poético, la pompa que exhiben algunos creyendo que su papel en la
sociedad es superior al de otros por el hecho de escribir poesía. No han aprendido
las enseñanzas de esos enormes Maestros, como fueron para mí Juanele Ortiz,
César Vallejo, Jacobo Fijman, Roberto Juarroz, Raúl Gustavo Aguirre, Antonio
Porchia y tantos otros.
SdT — ¿Con qué poetas has tenido un diálogo vital y creativo, útil
en el gran sentido de la palabra?
ALP — Con algunos de los mencionados he tenido un diálogo creativo,
como dices en tu pregunta. Los conocí de cerca, hablé con ellos, leí su obra y
escribí muchos artículos sobre ellos, en libros o revistas literarias. Me refiero
sobre todo a Juanele, Porchia, Juarroz, Aguirre, y más cerca, los poetas amigos
que considero de mucho valor y honestidad, enseñando también ellos una lección
de poesía y vida humanamente profunda.
SdT — ¿Cuáles de tus poemas y colecciones propios son tus
preferidos?
ALP — De todo lo que he escrito tengo preferencia por un libro que me
“abrió” el mundo latinoamericano: “Historias salvajes”, en 1976. Anteriormente
había publicado “A puertas abiertas”, de 1969, que distribuyó Editorial Losada
gracias a un queridísimo amigo, poeta y capitán de la marina mercante: Ariel
Canzani D.
Y hay también otro libro que publicamos con Alba, “Poesía olvidada”,
con textos de muchos años escritos en pequeñas ediciones para los amigos. Y en
estos días, unos cuadernillos de “Miniletras”, en ediciones de 30 ejemplares
para amigos, con poemas míos y de Alba, Aguirre, Juarroz, Rubén Vela, Norberto
Alessio, Roberto Santoro, Fulvio Milano, Julio Cortázar, etc.
Cada libro tiene su historia y la publicación obedece a causas o impulsos
diversos, cosas inexplicables que con el tiempo pueden dar lugar al fracaso. No
hay autor que no se arrepienta de algo que ha escrito, pero tal vez así se van
yendo los errores y aparecen más claros después los verdaderos motivos para
hacer el libro. Entonces sí, se publica porque nuestras palabras no deben
quedar solas, se enriquecen con la comunicación y nos salvan un poco del
aislamiento, como si no hubiera otra cosa para pertenecer al mundo viviendo en
la relación más íntima.
SdT — ¿Hubo lecturas o quehaceres literarios, o poéticos, en el
periodo entre tu inicio en la profesión de odontología y tu primer libro
publicado? Me refiero, si no me equivoco, al periodo que va desde 1943-44 hasta
1960… ¿Es así? ¿Qué recuerdos o experiencias son las más fuertes de esa época?
ALP — Para responder tendría que dividir en dos partes tu pregunta.
En la primera, durante el periodo inicial de mi profesión, las
lecturas en literatura no fueron tan frecuentes como después, ya en actividad y
en una situación más libre y favorable. Desde ese momento en adelante sólo
puedo señalar las breves aproximaciones al quehacer poético de nuestro país,
las distintas generaciones y los autores más nombrados, pero sin mayores
preferencias. Me había recibido y tenía que dedicarme a mi trabajo, para no
depender de la ayuda familiar. Sólo recuerdo algunas conferencias sobre los
temas que conocía un poco y algunos “ejercicios” sin importancia... Como no
podía comprarme el equipo dental para instalarme en alguna parte, empecé a
trabajar en un consultorio del Parque Chacabuco, acreditado y con mucha
clientela. El profesional que lo ofrecía en un aviso para colaborar con él, era
medio loco y bastante desprolijo para presentarse ante la gente. Me decía que
él iba a “gobernar”, y había guardado paquetes de alimentos en un baño, como
reserva por la situación social que se vivía... Fue durante la primera
presidencia de Perón (1944). Pero yo me reía después, sin que lo sospechara, y
atendía seriamente tres veces por semana su consultorio. Con lo que cobraba,
sin gasto alguno, podía solucionar mi problema de “recién recibido” y ninguna
posibilidad todavía de ejercer la profesión particular.
SdT — ¿Cómo conociste a Alba? ¿Cómo empezó esta relación que muchos
conocemos como fundamental en tu vida? ¿Qué lugar tiene Alba y, en general, la
mujer o lo femenino, en tu obra? ¿Cómo fueron los años siguientes, ya juntos?
ALP — Esto me lleva a los recuerdos o experiencias más fuertes del
periodo, como decís: mi casamiento con Alba (6 de abril de 1946) en Nueva
Palmira. ¿Cómo la conocí y cómo empezó esta relación? Ella escribió años
después algo que lo “explica” mucho mejor que si lo hiciera yo: “Los hilos /
dispersos / desconocidos / insospechados / alguna vez / se juntan” (“Arenas
movedizas”)... Si bien hubo algunas manos que movieron esos hilos, cartas y
poesía, fue por azar (palabra que me gusta más que destino) que nos conocimos,
viviendo en ciudades distintas y con tareas muy diferentes, ella en Nueva
Palmira [Uruguay] dedicada a la docencia y otras tareas culturales (entre ellas
una serie de notas para los jóvenes y sus primeros poemas en el periódico
“Alas”, en 1939) y yo estudiando en Buenos Aires sin tener aún muy claro lo que
iba a hacer... Lo cierto es que aquellos “hilos dispersos”, en los que no era
ajena la poesía, se unieron y nos llevaron más lejos de lo que podíamos
esperar, a pesar de los lazos familiares y laborales que ella mantenía en su
ciudad. Durante los años previos a nuestro casamiento, nos escribíamos mucho y
cuando yo podía viajaba hasta allá, en una lancha que hacía el recorrido
Tigre-Carmelo. Un modesto micro nos acercaba en pocos minutos a la “villa
tranquila” que, según cuenta Alba, le asombró al trasladarse desde Dolores,
donde había nacido, con sus padres y hermanos. Habitaron una antigua propiedad
(lamentablemente desaparecida) que pertenecía a una famosa Logia Masónica y a
pocos metros Don Antonio, el padre de Alba –un ser excepcional, de cultura poco
común– había instalado un Hotel, donde ahora tiene su sede el Club Nacional.
Mi relación con Alba fue fundamental en mi vida. Ella ha estado y
seguirá estando en todo lo que escribo, poemas, ensayos o lo que sea. No sé si
habrá otra forma de crecer, de fracasar menos y de hacer mejor las cosas,
dentro del quehacer literario o en la vida diaria. Creo con firmeza que antes
“era” una persona y desde entonces soy “otra”, espiritualmente hablando.
De la casa que ocupábamos al casarnos, muy cerca del Parque Chacabuco,
nos trasladamos a un departamento en la misma zona, donde instalé mi consultorio
propio, y el doctor que soñaba con reemplazar a Perón, al enterarse, me
“despidió”... En 1947 nació Ariel, fallecido en un trágico accidente junto a su
esposa, al poco tiempo de su casamiento (1979). Suceden después grandes e
intensas experiencias. Los nacimientos de Ada Cristina (1949) y ya en Castelar,
donde estamos desde 1951, de Ariana Gloria (1960). En la casa que alquilamos
vivía Mirco Repetto, un conocido y gran dibujante de la Editorial Dante
Quinterno. Toda una historia en mi profesión y la familia ya establecida,
estudios y mil quehaceres de Alba, viajes diarios al “Dispensario de Niños” de
Martínez, en el municipio de San Isidro, donde muchas veces escribía cuando no
tenía que atender.
SdT — ¿Qué balance podés hacer de aquellos primeros poemas y
aquellos primeros libros? ¿Qué rescatás de ellos, qué ves como límite o
limitación en ellos?
ALP — Rescato ahora algunas cosas que responden a tu pregunta: los
primeros poemas y los libros… Hubo intentos, limitaciones, ambiciones, como
todos los que tenemos alguna facilidad o disposición para la escritura. Es un
ejercicio a veces inconsciente, en el que surgen tendencias oscuras, formas de
autoconocimiento y adaptación al medio social.
SdT — Hay en tus poemas una permanente interrogación sobre la identidad,
sobre el poder decir, la interrogación existencial... ¿Cómo ves esto? ¿Qué
cosas del mundo y sus circunstancias sentís que tienen lugar principal en tus
poemas?
ALP — Tal vez sea cierto lo que decís al juzgar lo que escribo, algo
así como una «interrogación sobre la identidad». Yo agregaría: también sobre el
medio socio-cultural, sobre el mundo tal como es y se hace distinto, visto
desde lo que sabemos y lo que ignoramos. Todo importa y nada deja de causarnos
dudas y dificultades en esta ardua tarea creativa. Pero lo esencial es estar
“despierto”, como diría Roberto Juarroz.
SdT — Si tuvieras que elegir un puñado de poemas (o conjuntos) para
recomendar su lectura a lectores de toda condición, ¿cuáles elegirías de entre
los poetas de toda época y lugar, y cuáles entre los tuyos?
ALP — En cuanto a los poemas o conjunto de poemas para recomendar, no
me animo a dar indicaciones amplias de cada época, pues todo depende de nuestra
formación o las influencias que tenemos o nos guían. En mi caso, a los ya
mencionados Vallejo, Juanele, Porchia, Fijman y Aguirre, les agregaría
Felisberto Hernández y el nicaragüense Ernesto Cardenal.
Entre los trabajos míos no sabría qué elegir. Eso lo dejaría para
algún lector muy generoso o que tenga afinidad con lo que intento transmitir...
Son muchos años de obras diferentes y circunstancias muy variadas,
desde las cosas íntimas hasta las que tienen relación con la vida y el mundo,
con sus limitaciones. Podría ser, por fin, algo que todavía no escribí y que
cumpliera —eso me gustaría— con tu deseo y el mío de llegar a una buena
“interrogación existencial”...
[Manuscrito publicado en "Los poemas y sus poetas", Nº 0, 2011]
SdT — Decías antes: “De todo lo que he escrito tengo preferencias
por un libro que me ‘abrió’ el mundo latinoamericano: Historias salvajes, en
1976. ¿Por qué esa preferencia?
ALP — Un nuevo libro es la corrección de todos los anteriores o el
complemento de lo que creemos más válido en el tiempo, teniendo en cuenta
nuestros propios cambios y los diversos sucesos socioculturales en movimiento.
En ese librito me pareció indispensable suprimir la puntuación y las
mayúsculas, con el fin de lograr mayor libertad expresiva “muy lejos de la
exquisitez o el autobarroquismo”, como escribió Roberto Juarroz en la
contratapa. Quizás por esa simple razón de “renovación” del lenguaje,
adaptándolo a las ideas que tenía entonces, he dicho que me interesa más que
otras obras. Pero lo esencial es que habíamos regresado de un viaje de
vacaciones a México y Perú, en junio de 1976. Nuestras experiencias fueron muy
intensas al conocer de cerca la cultura indígena, la grandiosidad de las obras
y costumbres de los pueblos prehispánicos. Tres meses antes habían prestado
juramento Videla, Massera y Agosti, ya condenados y execrados como miembros de
la Junta militar que se propuso “reorganizar la Nación”. Los diarios anunciaron
la “total normalidad en el país”, suspendidas las actividades de los partidos
políticos, gremios y entidades empresarias. Tal el clima o el ámbito
intelectual y social en que nacieron las “historias salvajes”. Pasados los
años, pienso que nuestra experiencia americana, con los valores existentes y
una concepción universal y humana opuesta al absolutismo y la alineación, nos
habían salvado al reconocer otra forma de vida y solidaridad.
[Izq.: Portada de la revista "Hojas del Caminador", Nº 1, oct. 1978, ilustrada por Salvador Galup.]
[Der.: Portada de la revista "Hojas del Caminador", Nº 51, nov.2005, editada por A. L. Ponzo y A. Correa Escandell.]
SdT — ¿Qué lugar ocupa en tu tarea la “composición” del poema, es
decir, la elaboración? ¿Qué importa más que nada en tu momento de ponerte a
escribir? ¿De dónde nacen tus poemas? ¿Qué lectores te gustaría tener?
ALP — Creo, en base a una tarea de muchos años, que al escribir cuento
con una “composición” interior, que me permite elegir las palabras y dar tiempo
para aquellas que no sabemos cómo nacen. La espera es la mejor consejera,
siempre que existan, desde luego, esas cosas que da la lectura y la historia
personal, con las enseñanzas recibidas desde el origen. Importa también
desconfiar de los resultados pasajeros, “convivir” con los fracasos y evitar la
elaboración apresurada.
Lo que uno hace viene de muy lejos, aunque parezca lo contrario. Tan
lejos como la distancia al silencio o al vacío. Un gran poeta que me ha honrado
con su amistad, Raúl Gustavo Aguirre, resumió así su relación con la poesía:
“El lenguaje que soy”. Y este “ser” en nuestras palabras no hace caso de lo
transitorio o lo inmediato; se hace realidad donde mejor nos representa.
En cuanto a la última pregunta... Como para todos nosotros el
“círculo” de lectores es muy reducido, no tengo preferencias. No sé si me
agradarían los que leen a un autor por la propaganda o el éxito momentáneo, con
la aclaración de que no es algo sustancial…
SdT — ¿Hay “esencialismo” o “sintetismo” en tus poemas? ¿Hay
“ismo’’ alguno en tus poemas?
ALP — Si hay algo, si puede decirse que conseguí concretar una buena
línea... la clasificación no es lo importante. En todo caso sería más lógico
que lo hiciera algún crítico, y entonces tendría la respuesta. Es muy fácil
encasillar lo que uno escribe, adoptando el “ismo” más ajustado a los temas o
modalidades del texto. Pero es mejor una poesía libre de “ismos”…
SdT — ¿Cómo ves el presente de aceleración tecnológica y
científica? ¿Cómo ves la marcha de la humanidad y el mundo actual?
ALP — Todo eso no lo veo como político, ni como sociólogo, ni como
economista o escritor; lo veo y lo padezco como ser humano. Me pregunto yo
ahora: ¿Qué debería hacer, y cómo responder frente a tan profundos
interrogantes acerca del presente y el futuro?
Cuando estuvimos en Cuba, allá por 1979, vimos unos carteles en las
calles de La Habana que me parecen buenos ejemplos de política social. Decía
uno: “Para tener hay que trabajar”. Otro: “Queremos una paz con respeto, con
independencia y seguridad para todos”. Y otro: “Desplegó alas la victoria”. Y
éste: “Señores imperialistas: no les tenemos absolutamente ningún miedo!”. Y
por fin el que más tuvo que ver con la revolución cubana: “A conquistar el 2000
con el estudio, el trabajo y nuestra lucha”… ¿No son éstas maneras directas y
transparentes de ver las cosas del mundo con alguna esperanza?
Recordemos estas palabras de César Vallejo: “El artista es un ser
libérrimo y obra muy por encima de los programas políticos, sin estar fuera de
la política». La lúcida frase del poeta peruano nos ayuda a entrar en estos
temas de la actualidad, que ninguno de nosotros podría ignorar, y corresponde
que nos den soluciones los que gobiernan. Pero si éstos nunca se han preocupado
por ir más allá de sus estrechas plataformas políticas, queda a cada uno hacer
lo que sabe, puede o prefiere hacer. Viendo cómo marcha la humanidad en los
“mapas del poder”, los márgenes de acción dependen de la actividad elegida, sea
en el orden social, en el arte o en las infinitas cosas que podemos realizar.
Para todo esto, lo que más importa es la responsabilidad, la honradez y el
espíritu de lucha. Y la Poesía es una de los más nobles instrumentos en la
búsqueda de una sociedad justa para el “conjunto humano”.
(marzo 2008)
[Entrevista: Signos del Topo]
[Publicada en el sitio web de Signos del Topo
desde el 11 octubre 2010. Asimismo, en la Colección “Los poemas y sus poetas”
editada por Alberto Luis Ponzo y Alberto a. Arias, de julio 2011; y luego en el Nº 1 de la revista Signos del Topo, diciembre de 2011.]
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