miércoles, 6 de mayo de 2020

De basurero a jardín. El barrio Moravia de Medellín

[por Jaime Arturo Sánchez Trujillo]


    Este jardín colorido me recuerda los talleres literarios que realicé en el barrio Moravia a fines del siglo pasado con niños, niñas y adultos mayores; arriba y abajo, a lo largo y ancho de la montaña, en momentos en los cuales aún se paseaban grupos armados por sus alrededores. Ellos me mostraron la gran entrega, capacidad y deseo de aprendizaje de una de las poblaciones más marginadas de la ciudad, que no obstante la situación, se comprometió activamente en su participación. Aún no estaba sembrado el jardín ni había centro cultural, solo una pequeña biblioteca que funcionaba en la parte de arriba de una casa de dos pisos y abajo en el primero estaba el salón donde se realizaba uno de los 5 talleres que cubrían las distintas zonas del barrio.

    Allí tuve también la primera dolorosa experiencia como tallerista en las comunas de Medellín. Llegando a las actividades me encontré en el salón de clase y en dos oportunidades con el velorio de alumnos que habían sido acribillados por grupos paramilitares. Igual suerte corrió después de terminados los talleres Ubaldino, asistente en los talleres y habitante del barrio. Primero lo secuestraron y le hicieron “los interrogatorios de rigor”. Más tarde simularon un combate y después de asesinarlo, lo tiraron a un despoblado rural con prendas de camuflaje; fue uno de tantos falsos positivos de esa época. A Ubaldino luego de asesinado, lo llevaron como trofeo de “la seguridad democrática” a una inspección, pero optaron más tarde por desaparecer el cuerpo, porque se dieron cuenta que el cadáver mostraba comprometedoras huellas de tortura. La infame violencia nunca ha tenido límites, Ubaldino fue desaparecido primero vivo y después de muerto también.

    En un aparte de “CUENTOS POR COBRAR”, escrito que abarca relatos de 50 años sobre Medellín anoto lo siguiente acerca del barrio:

    (…) Moravia se había convertido en el gran barrio de los "recién llegados". Ahora allí se levantaba un complejo de historias de víctimas de la violencia, de seres desarraigados llegados de la desgracia rural. De desplazados y migrantes de muchos lugares del país, que se amontonaban en casuchas construidas con cartón, madera vieja y desechos. La basura compactada en el lugar, que hacía de basurero municipal, sirvió de base a zonas altas y laterales donde se levantaron las improvisadas viviendas, que se comunicaban entre sí por intrincados caminos, escalerillas y estrechos puentes, a un lado del río Medellín.
    En las orillas del río, una corriente gris y maloliente arrastraba las sobras y químicos de más de un millar de fábricas de Medellín. Y todo tipo de objetos; de desperdicios ciudadanos que flotaban al garete: bolsas negras repletas "de algo", harapos, tarros, empaques vacíos de todos los colores, botellas de plástico, troncos, muebles, electrodomésticos. Y animales desollados por los gallinazos, que aterrizaban allí, buscando alimento en las playas de piedra qua aparecían y desaparecían con los aguaceros. A veces también pasaban personas muertas, como en los ríos Magdalena y Cauca.

    Ahí vivía gente expulsada desde la violencia de mitad de siglo, y poco a poco fueron llegando otras familias de destechados, expulsados por las nuevas violencias del campo, o de las partes altas circundantes de la ciudad, que ya eran territorio de guerra. Gentes sin nada, que nunca paraban de llegar; trabajadores informales, recicladores y muchas personas, que escarbando el río se proveían algún sustento. Buceadores suicidas, que pasaban horas ahí metidos, montados en rudimentarias canoas, sacando con palas la gravilla y arena con cascajo, para vender a los volqueteros.

El río de la despelucada “raza paisa”  y los alrededores, que hasta los años 30 del siglo pasado era un sitio de esparcimiento privilegiado, cotidiano, donde se pescaba y pecaba, donde se hacían paseos de olla con sancocho de gallina y la gente chapoteaba en sus aguas frescas, limpias, con paya incluida; un sitio hasta para ver tigres, había sucumbido, había muerto a manos de la pujanza de los dueños usureros paisas, que vivían en sitios holgados, seguros y planos del Valle Aburra.

    Pero lo más sorprendente de todo en el nuevo barrio, era un pequeño circo plantado en toda la cima de las basuras. Sus dueños eran una pareja de veteranos que ayudados por sus hijas y dos pequeños perros criollos, daban funciones diarias en horas de la noche. Allí siempre hubo mucho público atento a un espectáculo que era novedoso para las circunstancias y donde la familia circense que lo realizaba, para poder cubrir los variados actos del espectáculo, se turnaba en grupos de dos o tres. Eran al mismo tiempo taquilleros, payasos, trapecistas, magos y domadores... ( cap 21-   Cuentos por Cobrar- 2003)  


FOTOS
1. Panorámica de  Moravia antigua
2. Casa dela cultura actual.
3. De basurero a jardín. Vista actual.























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