El planeta ha llegado al límite del
maltrato con el abuso que de sus recursos naturales, de la biodiversidad, de la
vida de sus habitantes, que de su naturaleza total hacen las élites.
El respeto por
la integridad de todos los seres vivos, por la libertad y dignidad humana ha
sido convertido por una minoría abusiva e insensata que acapara el poder y las
riquezas, en meros formalismos administrados a capricho para la perpetuación de
su exclusivo beneficio.
La casi
totalidad del mapamundi, traspasando todas las fronteras, sus poblaciones, sus
geografías, han quedado devastadas poco a poco por las guerras, el despojo, las
desigualdades, la codicia e insensibilidad criminal de una minoría abusiva.
El grito del
ciudadano afroamericano George Floyd que ha visto y escuchado todo el planeta,
mientras que en total y humillante indefensión, era brutalmente asfixiado hasta
la muerte a plena luz del día en las calles de los EE.UU por un agente del
supremacismo capitalista, este último grito de un ciudadano que era asesinado
en el país de lo que irónicamente se llamó el sueño americano y la cuna de la
democracia moderna; nos ha dejado en una sola frase el resumen y el legado de
lo que debería ser de ahora en adelante, el grito general de un mundo indignado
con la infamia de las élites en el siglo 21.
El grito
contra lo que padecen hoy el 90 % de la humanidad y la naturaleza a lo largo y
ancho de la vastedad de la tierra: “No puedo respirar”.
Debería ser grito de todos los
días y en todo lugar. Hasta que tengamos la mañana en que salga limpio de
escorias y sin exclusiones el sol.
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