[por Norberto Malaj]
Disputas interimperialistas, racismo, etc.
La
pandemia de coronavirus reveló hasta qué punto en el presente el desarrollo de
las fuerzas productivas está subordinada a la razón de ser de la producción
capitalista: generar plusvalor va siempre primero. Vale en forma especial para
las necesidades básicas, entre ellas los insumos médicos. De ahí que la
pandemia de covid lejos de validar la potencialidad de los recursos
extraordinarios del mundo moderno para combatir el virus puso al rojo vivo
hasta qué punto el capital sacrifica la salud y la vida de los trabajadores, la
fuerza productiva Nro. 1, en aras de conquistar el beneficio a cualquier
precio.
La
producción de insumos para combatir la pandemia es para el capital sólo una
“mercancía” más. Le valen las generales de la ley de las mercancías: no importa
si se trata de un medicamento, de alimentos o de armas. Todos esos bienes se
producen como mercancías, con el fin de que cada industria valorice el capital
invertido (producir plusvalor que genera la explotación del trabajo
asalariado). La producción privada de medicamentos y la anarquía capitalista,
como ocurre con casi todas las mercancías bajo el capitalismo, llevan
normalmente a la sobreproducción. O a su contrario, como ocurre en el presente
con la pandemia de covid. Los extraordinarios recursos tecnológicos al alcance
del hombre son neutralizados por el régimen social anacrónico. El capital
procede ex post las crisis, no las prevé. Opera ciegamente. El capital a nivel
mundial no ‘escuchó’ las alertas de la pandemia desatada en China y siguió su
marcha como si nada. Sólo cuando la pandemia llegó a los grandes países
capitalistas el capital reaccionó, siempre buscando sobre todo la preservación
de la explotación de la fuerza de trabajo a lo que sea. Fue lo que ocurrió con
las fábricas automotrices del norte de Italia que expandieron explosivamente la
difusión del virus al negarse al lockdown.
Fue lo que después hicieron Trump y Bolsonaro en forma desvergonzada, y en
forma apenas más velada todos los gobiernos del planeta.
Normalmente
farmacéuticas y laboratorios se disputan un mercado restringido y a la baja,
fruto de que el consumo de medicamentos está más afectado incluso que el de los
alimentos —por la insuficiencia del poder adquisitivo de las grandes masas. De
ahí que no pudieron dar respuesta a la demanda extraordinaria frente a la
pandemia. De la noche a la mañana la producción de barbijos y alcohol en gel no
alcanzó. Las necesidades insatisfechas de las grandes masas fueron la dicha de
estas industrias: los precios saltaron por los cielos, y mucho más los
beneficios. Los medios logísticos de la era de la cibernética y el “just in
time” no sirvieron para nada. Estalló entonces una guerra declarada que se
expresó en vuelos desviados de su destino. Las compras de barbijos en la
fábrica de baratijas del mundo, China, encontró sus aeropuertos atestados de compradores
‘fantasmas’ que doblaban los precios o, lisa y llanamente, robaban los
cargamentos como en tiempos de guerra o de los bucaneros.
La
proeza tecnológica de las vacunas ahora, a su turno, ha llevado esto a una
escala aun superior. Los trabajadores y científicos empleados en laboratorios
medicinales perciben que sus descubrimientos más que bienes preciados para
“salvar vidas humanas” parecen “armas bioquímicas” que las empresas y sus
estados utilizan para batir a sus competidores. La tecnología moderna se
demuestra así, no como un fruto de la fraternidad humana para satisfacer la
salud y la preservación de la especie, sino más bien en su contrario, o sea en
una fuente prioritariamente de perpetuación de los beneficios capitalistas.
La pelea
por la vacuna de AstraZeneca, propiedad de un laboratorio inglés-suizo, puso al
rojo vivo una disputa que trasciende por lejos la cuestión del Brexit. El Reino
Unido hizo valer lo que se ha dado en llamar el “nacionalismo de las vacunas”,
apropiándose de más dosis que ningún otro país de Europa, a pesar de que la
principal fuente de financiamiento de las investigaciones del laboratorio fue
aportada por la Unión Europea. Bruselas llegó al extremo de incautar vacunas de
una fábrica continental que iban a ser despachadas al Reino Unido. El “mercado
común” europeo amenazó con prohibir exportaciones del otro lado del canal de la
Mancha. El dictador ruso Putin, en el Foro de Davos, “comparó el escenario
mundial actual con aquel de la década del 30, previo a la Segunda Guerra
Mundial”. El ex hombre fuerte de la KGB dijo que “espera (que eso sea)
imposible por una cuestión de principios” (Financial
Times, 27/1). Omitió señalar a qué principios se refería.
Lo de
AstraZeneca es la punta de un iceberg. Anjana Ahuja, en el mismo diario inglés,
un día antes decía que, en todo el mundo, “Las vacunas están ‘sobrevendidas’…
como solución para vencer la pandemia” (título del artículo). Cabe preguntarse,
¿qué diferencia hay entre una sobreventa de vacunas y proclamar el
terraplanismo o que las vacunas son inocuas para combatir el virus? Se ha venido
a saber, además, que si hasta ahora “alrededor del 75% de las dosis fueron
aplicadas en solo 5 países: EE.UU., China, el Reino Unido, Israel y Emiratos
Árabes Unidos” (Nora Bar en La Nación,
29/1, en base a datos del ourworldindata.org recogidos por el bioquímico y
analista Santiago Olszevicki) esto se debe a que fueron acaparadas por los
países productores o pagaron sobreprecios exorbitantes. Es el caso de los dos
últimos países informados. Israel, en forma criminal, además, discrimina a la
población de los ‘territorios’ ocupados que no han recibido una sola vacuna.
En
EE.UU., el país que está en el epicentro de la pandemia con récords de muertes
y contagios a escala planetaria, la distribución de las vacunas revela un
carácter absolutamente discriminatorio. Según informan Hannah Recht y Lauren
Weber de Kaiser Health Newsen en The Guardian
(29/1) “Los miembros de raza negra están recibiendo las vacunas de Covid a
tasas dramáticamente más bajas que los estadounidenses de raza blanca”.
Alrededor del 3% de los estadounidenses han recibido al menos una dosis de una
vacuna contra el coronavirus hasta ahora. Pero en 16 estados que han publicado
datos por raza, los residentes blancos están siendo vacunados en tasas
significativamente más altas que los residentes negros, según el análisis, en
muchos casos dos o tres veces más. En EE. UU. “los afroamericanos, los hispanos
y los nativos americanos están muriendo de Covid a una tasa casi tres veces
mayor que la de los estadounidenses blancos, según un análisis de los Centros
para el Control y la Prevención de Enfermedades. Y los trabajadores de la salud
negros y asiáticos no hispanos tienen más probabilidades de contraer Covid y
morir a causa de él que los trabajadores blancos” (ídem).
EE.UU.,
además, tiene un historial macabro de haber usado a su población negra como
‘conejillo de indias’ de todo tipo de experimentos, lo que dejó secuelas que
ahora se expresa en un marcado temor o prejuicio a la aplicación de las
vacunas. “Los funcionarios de salud pública deben superar (problemas) para
vacunar a los afroamericanos (cuyas) raíces se encuentran en generaciones de
maltrato y el legado del infame estudio de sífilis de Tuskegee y la experiencia
de Henrietta Lacks” (ídem). Hay una película que describe esta historia.
Esta
situación pesa mucho en EE.UU. y da lugar a un “despliegue vacunatorio que
parece un ‘proceso darwiniano’ ”. “Las poblaciones negras pueden necesitar más
tiempo para la divulgación lo que determina que se queden atrás. Solo el 18% de
los vacunados en Mississippi hasta ahora son negros, en un estado que es 38%
negro” (ídem).
(1º febrero 2021)
¿La fraternidad humana?
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