viernes, 5 de febrero de 2021

De la batalla comercial por los barbijos a la guerra por las vacunas

  [por Norberto Malaj]


Disputas interimperialistas, racismo, etc.



    La pandemia de coronavirus reveló hasta qué punto en el presente el desarrollo de las fuerzas productivas está subordinada a la razón de ser de la producción capitalista: generar plusvalor va siempre primero. Vale en forma especial para las necesidades básicas, entre ellas los insumos médicos. De ahí que la pandemia de covid lejos de validar la potencialidad de los recursos extraordinarios del mundo moderno para combatir el virus puso al rojo vivo hasta qué punto el capital sacrifica la salud y la vida de los trabajadores, la fuerza productiva Nro. 1, en aras de conquistar el beneficio a cualquier precio.

    La producción de insumos para combatir la pandemia es para el capital sólo una “mercancía” más. Le valen las generales de la ley de las mercancías: no importa si se trata de un medicamento, de alimentos o de armas. Todos esos bienes se producen como mercancías, con el fin de que cada industria valorice el capital invertido (producir plusvalor que genera la explotación del trabajo asalariado). La producción privada de medicamentos y la anarquía capitalista, como ocurre con casi todas las mercancías bajo el capitalismo, llevan normalmente a la sobreproducción. O a su contrario, como ocurre en el presente con la pandemia de covid. Los extraordinarios recursos tecnológicos al alcance del hombre son neutralizados por el régimen social anacrónico. El capital procede ex post las crisis, no las prevé. Opera ciegamente. El capital a nivel mundial no ‘escuchó’ las alertas de la pandemia desatada en China y siguió su marcha como si nada. Sólo cuando la pandemia llegó a los grandes países capitalistas el capital reaccionó, siempre buscando sobre todo la preservación de la explotación de la fuerza de trabajo a lo que sea. Fue lo que ocurrió con las fábricas automotrices del norte de Italia que expandieron explosivamente la difusión del virus al negarse al lockdown. Fue lo que después hicieron Trump y Bolsonaro en forma desvergonzada, y en forma apenas más velada todos los gobiernos del planeta.

    Normalmente farmacéuticas y laboratorios se disputan un mercado restringido y a la baja, fruto de que el consumo de medicamentos está más afectado incluso que el de los alimentos —por la insuficiencia del poder adquisitivo de las grandes masas. De ahí que no pudieron dar respuesta a la demanda extraordinaria frente a la pandemia. De la noche a la mañana la producción de barbijos y alcohol en gel no alcanzó. Las necesidades insatisfechas de las grandes masas fueron la dicha de estas industrias: los precios saltaron por los cielos, y mucho más los beneficios. Los medios logísticos de la era de la cibernética y el “just in time” no sirvieron para nada. Estalló entonces una guerra declarada que se expresó en vuelos desviados de su destino. Las compras de barbijos en la fábrica de baratijas del mundo, China, encontró sus aeropuertos atestados de compradores ‘fantasmas’ que doblaban los precios o, lisa y llanamente, robaban los cargamentos como en tiempos de guerra o de los bucaneros.

    La proeza tecnológica de las vacunas ahora, a su turno, ha llevado esto a una escala aun superior. Los trabajadores y científicos empleados en laboratorios medicinales perciben que sus descubrimientos más que bienes preciados para “salvar vidas humanas” parecen “armas bioquímicas” que las empresas y sus estados utilizan para batir a sus competidores. La tecnología moderna se demuestra así, no como un fruto de la fraternidad humana para satisfacer la salud y la preservación de la especie, sino más bien en su contrario, o sea en una fuente prioritariamente de perpetuación de los beneficios capitalistas.

    La pelea por la vacuna de AstraZeneca, propiedad de un laboratorio inglés-suizo, puso al rojo vivo una disputa que trasciende por lejos la cuestión del Brexit. El Reino Unido hizo valer lo que se ha dado en llamar el “nacionalismo de las vacunas”, apropiándose de más dosis que ningún otro país de Europa, a pesar de que la principal fuente de financiamiento de las investigaciones del laboratorio fue aportada por la Unión Europea. Bruselas llegó al extremo de incautar vacunas de una fábrica continental que iban a ser despachadas al Reino Unido. El “mercado común” europeo amenazó con prohibir exportaciones del otro lado del canal de la Mancha. El dictador ruso Putin, en el Foro de Davos, “comparó el escenario mundial actual con aquel de la década del 30, previo a la Segunda Guerra Mundial”. El ex hombre fuerte de la KGB dijo que “espera (que eso sea) imposible por una cuestión de principios” (Financial Times, 27/1). Omitió señalar a qué principios se refería.

    Lo de AstraZeneca es la punta de un iceberg. Anjana Ahuja, en el mismo diario inglés, un día antes decía que, en todo el mundo, “Las vacunas están ‘sobrevendidas’… como solución para vencer la pandemia” (título del artículo). Cabe preguntarse, ¿qué diferencia hay entre una sobreventa de vacunas y proclamar el terraplanismo o que las vacunas son inocuas para combatir el virus? Se ha venido a saber, además, que si hasta ahora “alrededor del 75% de las dosis fueron aplicadas en solo 5 países: EE.UU., China, el Reino Unido, Israel y Emiratos Árabes Unidos” (Nora Bar en La Nación, 29/1, en base a datos del ourworldindata.org recogidos por el bioquímico y analista Santiago Olszevicki) esto se debe a que fueron acaparadas por los países productores o pagaron sobreprecios exorbitantes. Es el caso de los dos últimos países informados. Israel, en forma criminal, además, discrimina a la población de los ‘territorios’ ocupados que no han recibido una sola vacuna.

    En EE.UU., el país que está en el epicentro de la pandemia con récords de muertes y contagios a escala planetaria, la distribución de las vacunas revela un carácter absolutamente discriminatorio. Según informan Hannah Recht y Lauren Weber de Kaiser Health Newsen en The Guardian (29/1) “Los miembros de raza negra están recibiendo las vacunas de Covid a tasas dramáticamente más bajas que los estadounidenses de raza blanca”. Alrededor del 3% de los estadounidenses han recibido al menos una dosis de una vacuna contra el coronavirus hasta ahora. Pero en 16 estados que han publicado datos por raza, los residentes blancos están siendo vacunados en tasas significativamente más altas que los residentes negros, según el análisis, en muchos casos dos o tres veces más. En EE. UU. “los afroamericanos, los hispanos y los nativos americanos están muriendo de Covid a una tasa casi tres veces mayor que la de los estadounidenses blancos, según un análisis de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Y los trabajadores de la salud negros y asiáticos no hispanos tienen más probabilidades de contraer Covid y morir a causa de él que los trabajadores blancos” (ídem).

    EE.UU., además, tiene un historial macabro de haber usado a su población negra como ‘conejillo de indias’ de todo tipo de experimentos, lo que dejó secuelas que ahora se expresa en un marcado temor o prejuicio a la aplicación de las vacunas. “Los funcionarios de salud pública deben superar (problemas) para vacunar a los afroamericanos (cuyas) raíces se encuentran en generaciones de maltrato y el legado del infame estudio de sífilis de Tuskegee y la experiencia de Henrietta Lacks” (ídem). Hay una película que describe esta historia.

    Esta situación pesa mucho en EE.UU. y da lugar a un “despliegue vacunatorio que parece un ‘proceso darwiniano’ ”. “Las poblaciones negras pueden necesitar más tiempo para la divulgación lo que determina que se queden atrás. Solo el 18% de los vacunados en Mississippi hasta ahora son negros, en un estado que es 38% negro” (ídem).

 

(1º febrero 2021)

 

 


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