domingo, 25 de octubre de 2020

El presente y las perspectivas revolucionarias (Conversación con Norberto Malaj)

 [por: Alberto a. Arias]


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Alberto a. Arias — El propósito es abordar cuestiones fundamentales. Y todas van hacia el mismo centro: la revolución socialista posible. Hace siete años (con ocasión del juicio a Savas Michael-Matsas, atacado en Grecia por ‘Amanecer Dorado’) advertíamos: «Con esta cita de Trotsky en relación con los nazis en 1933, desde Signos del Topo hacemos un llamado a considerar con la máxima seriedad todo lo que se relaciona con el resurgimiento y fortalecimiento del fascismo en el mundo a la fecha, incluida la ideología nazi¿Cuál cita de Trotsky? La siguiente: «¿...Tal vez han asimilado los estalinistas la sabiduría pacifista de que la única guerra permisible es la “puramente defensiva”? Que Hitler nos ataque primero, luego nos defenderemos. Este fue siempre el razonamiento de la socialdemocracia alemana: que primero ataquen los nacionalsocialistas abiertamente la Constitución, ah, luego... etc. No obstante, cuando Hitler atacó abiertamente la Constitución, ya era demasiado tarde para defenderla. Quien no vence al enemigo cuando éste todavía es débil; quien le deja pasivamente fortalecerse y reforzarse, proteger su retaguardia, crear un ejército propio, recibir apoyo del exterior, asegurarse aliados; quien deja al enemigo completa libertad de iniciativa: ése es un traidor, incluso si los motivos de su traición no son prestar servicio al imperialismo, sino la debilidad pequeñoburguesa y la ceguera política» (León Trotsky: “La lucha contra el fascismo en Alemania”, 1933).

    Transcurrió menos de una década y los hechos están a la vista en cuanto al resurgimieno del nazismo, no ya solo las diversas variantes fascistas y fascistoides. ¿Qué reflexión te sugiere todo esto?

 

Norberto Malaj — Las tendencias al fascismo anidan en el imperialismo contemporáneo hace mucho tiempo. El nazismo no fue el primer régimen totalitario. El fascismo nació en Italia a inicios de la década del ‘20, e igual que el otro llegó al poder por vía ‘democrática’. Los alumbraron las burguesías de ambos países y, más importante aún, los imperialismos ‘democráticos’ urbi et orbi saludaron el devenir del ‘orden’ en esos países. Las tendencias pro-fascistas en Inglaterra y EE.UU. fueron notorias antes de la guerra. Aún hasta Pearl Harbor, EE.UU. abrigaba la ilusión de una paz por separado con Japón (que ya entonces integraba el Eje) y toda un ala del imperialismo norteamericano no quería embarcarse en la guerra en Europa. Prefería, a su manera, que los imperialismos rivales se debilitaran. Todas las potencias —no solo las que abrazaron el totalitarismo nazi-fascista— y todas las burguesías del mundo querían que Hitler cumpliera lo que había prometido: liquidar a la URSS. Deshacerse del régimen soviético (por lejos que hubiera llegado Stalin en la degeneración del primer estado obrero y en el exterminio de la vanguardia revolucionaria), esa era una aspiración común de totalitarios y ‘demócratas’. Mientras esto ocurría, la resistencia al fascismo apareció firmemente en los Balcanes y Yugoslavia más temprano que tarde. Luego fue el turno de Italia, donde también la resistencia la encabezó exclusivamente la izquierda. Las viejas monarquías en el exilio —la yugoslava, la griega; la primera asilada en Londres, la segunda en El Cairo, por entonces principal asiento de Inglaterra en todo Medio Oriente— o las que fueron preservadas bajo el fascismo (y…  un tiempo después, como la de Italia), todas intentaron sobrevivir de la mano de los ‘aliados’. El movimiento de las masas lo impidió. Esas monarquías ‘constitucionales’ habían apañado al fascismo y las masas no iban a permitir su retorno. Cuando la resistencia en esos países empalma, además, con la derrota hitleriana en Stalingrado y el avance del ejército Rojo, recién entonces las ‘democracias’ reaccionan, cierran los acuerdos contra-revolucionarios (Teherán en adelante), dirigidos a contener el ascenso obrero y la revolución que el viejo Trotsky había pronosticado. Un ascenso revolucionario de características históricas extraordinarias —no repetido hasta el presente. Los ‘demócratas’ que antes habían intentado ‘apaciguar’ a Hitler (pacto de Munich), ahora no dudan en llamar de ‘bombero’ a Stalin para que discipline a los PCs de todo el mundo. La Unión Democrática gorila-stalinista de 1945 en la Argentina tuvo su correlato a escala mundial. Thorez en Francia y Togliatti en Italia lograron contener por ‘izquierda’ esos ascensos revolucionarios en esas dos ciudadelas claves del viejo continente, salvando allí el orden burgués prácticamente disuelto y cuestionado por un doble poder revolucionario. En Yugoslavia no lo lograron (el PC de Tito se negó a acatar a Stalin –como va a ocurrir después en China con Mao) y en Grecia ocurrió lo peor —la mayor de las tragedias. Como el país ya estaba en manos de la resistencia armada popular, cuando los alemanes se retiran pactan con un gobierno fantoche que respondía a aquella monarquía despreciada. Ese gobierno títere de Churchill entra en Atenas sostenido en tropas inglesas que nada tienen que envidiar al accionar de las nazis, que se acaban de retirar. Inglaterra se dirige no a “liberar el país” del hitlerismo sino a aplastar la resistencia que había terminado primero con la ocupación italiana-hitleriana. Los ingleses y el gobierno monárquico restaurado se apoyan en las mismas organizaciones colaboracionistas derechistas del período anterior y practican un baño de sangre que cuesta cientos de miles de víctimas. Grecia, más que ningún otro caso, demostraba que entre fascismo y ‘democracia’ no había fronteras delimitadas. El fascismo dejaba su lugar a otro régimen totalitario que va a ser tan o más cruento que el anterior en Grecia, que se apoya, como ya se ha dicho, en las mismas milicias fascistas o filo-fascistas en que se sostenía el régimen de la ocupación. Si la guerra civil que se desató entonces en Grecia no condujo a la victoria de la resistencia, como en Yugoslavia, se debió a la conducta criminal del PC griego, que se sometió a los dictados de Stalin.

    Resumiendo: de modo general el ascenso o ‘resurgir’ de la derecha y el fascismo es un fenómeno que se explica no porque las masas son ‘desinteresadas’, ‘apáticas’ o se muestren ‘derrotadas’, como piensa un amplio sector de la izquierda argentina y mundial. Las tendencias fascistas van y vienen según los vaivenes de la economía y de la lucha de clases, a escala de cada país y a escala mundial. Mirá vos lo que ocurre con Trump en EE.UU., con Bolsonaro en Brasil o con Piñera en Chile. La izquierda impresionista caracterizó esos ascensos como el registro de un ‘planchazo’ de las masas. Tenemos ahora el ascenso más grande de la lucha democrática y de clases de EE.UU. por lo menos desde la década del ‘30 del siglo pasado —superando los registros de la lucha antirracial de los años 60 y del movimiento contra la guerra de Vietnam. Trump está en caída libre en todas las encuestas; el movimiento obrero de Chile está en su ascenso más grande desde la época de la Unidad Popular y en Brasil se esperan acontecimientos decisivos en las próximas semanas. En los tres casos por supuesto también destaca la conducta pusilánime de los llamados ‘demócratas’ que están más asustados por el eventual devenir del movimiento de las masas que por el terror que les provoca la derecha. Esta dinámica es lo que hay que destacar. Los revolucionarios apostamos al desarrollo de una izquierda consecuente, que no repita los errores del pasado, que no se someta a esos ‘demócratas’ que tanto daño provocan.

    Una reflexión más. Cuando escribo estas líneas se difunde que dos legisladores del FIT-U votaron con los K (que fueron los que tomaron la iniciativa) una declaración de apoyo al sionismo de carácter inadmisible. Los K actuaron en este terreno como agentes de la derecha mundial (que el macrismo por supuesto acompañó). En nombre de la lucha contra el antisemitismo, la izquierda permitió traficar una iniciativa de la derecha pro-fascista sionista que pretende acusar de antisemitismo cualquier crítica a la actuación del estado de Israel contra el pueblo palestino. Quiere decir que se censura incluso a los propios judíos, una porción cada vez más creciente de los cuales advierte que el sionismo no es lo mismo que judaísmo, o incluso se revela como su negación. Elementos intelectuales de las filas del judaísmo —de ninguna manera el sionismo (aunque no faltaron las vertientes ‘izquierdistas’ de éste), alimentaron en gran medida el pensamiento socialista y revolucionario. El sionismo, en cambio, se emparenta cada vez más con las prácticas del fascismo. ¿Nos damos cuenta de la importancia de la comprensión política y de la necesidad de la clarificación de los problemas?

 




A. a. Es fundamental lo que decís sobre comprensión y clarificación. Esto nos lleva al tema del rol de la “conciencia (política y de clase) de la necesidad”. A menudo se buscan justificaciones, más que explicaciones. Las masas explotadas se insurgen ante su estado de necesidad –o las necesidades de su situación concreta. Y la historia muestra repetidamente que las masas generalmente son obligadas a retroceder tanto por la violencia ejercida contra ellas (la sujeción o la represión) como por la acción (o reacción) retardataria de sus dirigentes, a menudo en nombre del “socialismo” e inclusive del “comunismo”, lo que implica que hay algo bastante poco esclarecido sobre el profundo poder de cooptación que tiene el capital sobre los dirigentes de masas con supuesta conciencia de clase, que terminan machacando con eso de “las masas no dan”. ¿No hay un verdadero divorcio entre las masas de trabajadores (la mayor parte sumida en la pobreza) y quienes, según la afirmación de Lenin (eso sí, escrita en la época de su lucha contra el “economicismo”), deberían ser quienes lleven a la clase obrera –“desde fuera de la relación económica”– la “conciencia política de clase”, con el supremo objetivo de la derrota de la burguesía y la conquista del poder? Habría que buscar las razones profundas de semejante mecanismo cooptador y semejante divorcio.

 

N.M. — Me permito, primero, una corrección. En forma relativa no es la “necesidad” la que requiere una conciencia. El socialismo es la acción consciente de la clase obrera que deja de actuar como clase en sí –hoy diríamos ‘zombie’– para transformarse en clase para sí —en términos de Marx. Es decir, es la conciencia de su necesidad histórica, de un giro revolucionario en la conciencia popular que supere la lucha inmediata o reivindicativa. Sólo en este sentido, la “conciencia revolucionaria” viene de “afuera”. Más bien, en términos de los clásicos del marxismo el socialismo es hacer consciente el proceso inconsciente de la lucha de clases o de las masas. Cuando en nombre del socialismo o de Marx una organización obrera o de izquierda actúa en defensa del orden burgués está traicionando los ideales o principios socialistas, abandona no sólo los principios del socialismo sino que opera su pasaje al campo de la reacción. El divorcio consiste en eso, en una traición imperdonable a las necesidades históricas de los explotados, que estos pagan muy caro, bajo la forma de terribles derrotas, incluso del abandono de las organizaciones que un día consideraron suyas y por las cuales dieron todo. El obrero alemán que construyó hasta los años 30 las más grandes organizaciones sindicales y políticas de la clase obrera de Europa, es el mismo obrero que bajo la traición de la II y la III Internacionales cae bajo las fauces del hitlerismo y es llevado a la barbarie de la Segunda Guerra Mundial.

 

A. a. — Volviendo al tema del fascismo. Es impresionante ver a Bolsonaro marchando con un mástil con la bandera tripartita de la potencia imperialista y sus satélites (EE.UU., Israel y Brasil). Y ahí están los regímenes de Hungría, la India, entre tantos otros, como posibles perros de presa “estatales” dispuestos a colaborar... Y la historia ha demostrado que movimientos fascistas brotan rápidamente en los países económicamente más avanzados, pero en crisis, dependiendo de las circunstancias pero siempre con las multifacéticas ideologías ‘nacionalistas’ como base.

    ¿Puede todo esto significar que el imperialismo hoy se está viendo obligado, por el grado de la crisis, a intentar temprana y rápidamente el máximo control posible de las masas? ¿O, al contrario, estamos ante las dificultades del imperialismo para armar su “entente fascistoide”? De una manera o de otra, ¿no parece ser más o menos inminente el desenlace de una debacle global, aunque a muchos ni se les ocurra pensarlo o imaginarlo? ¿Cómo se analiza esta dinámica?

 

N. M. — La humanidad nunca se desenvolvió en forma lineal y unívoca. Menos que nunca bajo el capitalismo. Las tendencias al fascismo son un signo de descomposición y barbarie de la época imperialista, pero esas tendencias de ningún modo se desenvuelven en el vacío. Las derrotas de las masas por fuertes que sean no anulan la lucha de clases que, por otra parte, igual que el capital se expresa en la arena mundial y nacional simultánea y contradictoriamente. Esto significa muchas veces contradicciones y contra tendencias según los países. En medio del ascenso revolucionario de la posguerra, como ya dije de características nunca vistas, los proletariados de España y Portugal no se levantaron. ¿Es que no fue entonces tan grande? No. Ocurrió que, una vez más, el stalinismo pactó con Occidente la preservación de Franco y Salazar. La gran escritora española Almudena Grandes —no sé si proponiéndoselo, ya que Almudena no oculta sus simpatías con el PC español— describe en sus libros magistralmente el fenómeno. Recomiendo la lectura, en particular, de su Inés y la alegría. Mientras Europa se debatía en la barbarie de la Segunda Guerra Mundial los países de América Latina, relativamente, se encontraban con economías reactivadas y movimientos obreros muy activos (de un modo general vale para todo el mundo semicolonial). Las transformaciones que sufre nuestro proletariado en ese período son fundamentales, especialmente porque sus direcciones ´tradicionales´ el PC y el PS —o sea, partidos de izquierda– se pasan con armas y bagajes a la defensa del orden oligárquico-imperialista. Es imposible comprender el ascenso del peronismo al margen de ese fenómeno. Las simpatías del ascendente peronismo con el Eje son, relativamente, completamente secundarias frente a la sublevación política que expresa el nacionalismo burgués, que a pesar de sus enormes limitaciones, da lugar a la satisfacción de un conjunto de reivindicaciones fundamentales de las masas. Volviendo al principio, entonces. Una vez más, la democracia impotente (y junto a esto los fracasos de la izquierda stalinista y democratizante) alimentan el fascismo. Claro que, además, nunca hay que olvidar que ulteriormente el fracaso del fascismo llevó a casi toda Europa a situaciones revolucionarias en la mayoría de los países (desde Bélgica a Yugoslavia, desde Italia a Francia). Relativamente sólo no ocurrió en muy pocos países importantes —como es el caso de Inglaterra, pero aun así es imposible explicar el “estado de bienestar” de la posguerra al margen de la enorme derrota del totalitarismo nazi-fascista. Si no ocurrió en Alemania fue porque los ‘aliados’ se dieron a la tarea de la destrucción y división del proletariado más importante de Europa. Bombardearon Alemania para destruir sus ciudades (lo que no habían hecho nunca para acabar con las cámaras de gas o las vías férreas que conducían a los campos de concentración). El ejército rojo envió a Alemania soldados-campesinos incultos a los que se permitió millones de violaciones de mujeres, jóvenes y niñas. Stalin desmanteló la industria de Alemania Oriental. Los “tres grandes” victimizaron al pueblo alemán como si hubiese sido el responsable de la dictadura hitleriana. Ni hablar de la partición contra-revolucionaria que hicieron del país; la cual fue reforzada por la burocracia totalitaria más tarde con uno de los muros más nefastos de la historia (el de Berlín). Y algo más: el capital relativamente se reconstruyó sobre bases ‘democráticas’, pero preservando no sólo el totalitarismo stalinista (que se impuso finalmente en todos los países donde el primero fue —¡contradictoriamente!— expropiado), sino también en toda la península ibérica. ¡Los regímenes filo-fascistas del franquismo y del salazarismo duraron 30 años más!


    Ésta es la dinámica concreta, real. El otro aspecto de tu pregunta nos lleva a un viejo debate en las filas del marxismo. ¿Existe la posibilidad de un “orden internacional” contra-revolucionario, una especie de súper-imperialismo capaz de saldar las disputas inter-imperialistas y cerrar filas contra las masas? La historia zanjó por la negativa esta hipótesis que formuló antes que nadie Kautsky (que en verdad formuló a la inversa: el súper imperialismo derivaría pacíficamente, según él, en el socialismo). Ojo, no es que el imperialismo no amenace con nuevas catástrofes y barbaries (¡como si hubiéramos conocido pocas!). El desenvolvimiento de tendencias fascistas es relativamente permanente –como lo prueban tantos fenómenos desde los EE.UU. de Trump, a la Hungría de Orbán, la India de Modi y el estado sionista de Netanyahu. El problema es que la base del imperialismo es la propiedad privada cuyo asiento tiene lugar a escala nacional. La burguesía es una clase mundial, pero su base de sustentación está en cada país. Las burguesías imperialistas pueden cartelizarse (en ramas o sectores, lo que suelen hacer), pero están condenadas a chocar y disputarse el mismo botín. Es la propia dinámica del proceso de acumulación capitalista la que lleva a la anarquía del mercado, a escala nacional e internacional. Los monopolios imperialistas no pueden eliminar la competencia del mercado, al contrario, la exacerban al máximo y, en último término, dirimen sus disputas por medio de la guerra.

 

A. a. — Pero ¿no son el peronismo y otros “nacionalismos” movimientos de contención pseudo-nacionalistas, montados sobre un ascenso de masas y reclamos obreros y populares crecientes? ¿No son, en definitiva, tributarios de una “burguesía nacional” que no puede zafar de su vínculo con el capital internacional?

 

N. M. — En primer lugar, cuando me referí al fenómeno del peronismo en sus orígenes primero corresponde decir que la conducta que señalé del PC o del PS tuvo un carácter contra-revolucionario directo frente a un ascenso anti-imperialista y nacional genuino, indiscutible. En esas circunstancias sería criminal poner un signo igual entre la acción de la oligarquía cipaya del Contubernio (y la conducta de la izquierda tradicional que se sometió a ella) y el nacionalismo burgués ascendente que choca con el anterior. Este nacionalismo tiene su razón de ser en la opresión nacional que coloca no sólo a la clase obrera, sino relativamente al conjunto de la nación oprimida en una condición de yugo colonial contra el que se subleva. La Unión Democrática gorila (con el PC y el PS adentro) representaba los intereses de la primera. ¿Cómo debemos orientar a los trabajadores en una situación semejante? Por supuesto que someterse al nacionalismo burgués sería también criminal, aun si éste pudiera actuar en un sentido progresivo. Es que el nacionalismo de este carácter intentará siempre valerse de su posición dirigente para sacrificar los intereses de la clase obrera. Se impone una lucha independiente de una como de otra fracción de la burguesía y el imperialismo, demostrando que el nacionalismo de contenido burgués nunca podrá llevar a buen puerto las reivindicaciones antiimperialistas, agrarias y nacionales. La izquierda en el ‘45 fue gorila (o se ‘abstuvo’, lo que en circunstancias tales significa capitular frente a las tareas nacionales). Luego se transformó en filo-nacionalista cuando el nacionalismo perdió incluso todo rasgo progresivo y cerró filas con la opresión nacional (vale para el PC, pero incluso para toda una serie de variantes del seudo-trotskismo —Moreno, Posadas, Jorge A. Ramos, etc.


A. a. — Volviendo al tema de la guerra… Es notoria la inevitabilidad del involucramiento de las naciones en la crisis global del capital. La creciente disputa interimperialista (EEUU, China, Rusia, Europa, etc.) crece a pasos agigantados, ¿no?

 

N. M. — La mayoría de las guerras de los últimos 50 años en todo el mundo han sido guerras por procuración, en la que se enfrentan diversas burguesías respaldadas por diversos bloques imperialistas. Vale claramente para las más recientes: las guerras civiles de Siria y Libia e incluso para el actual conflicto entre Armenia y Azerbaiján. El último punto: China. China protagonizó en los últimos 40 años el proceso de restauración capitalista más ‘exitoso’. O sea que, sobre la base de la súper explotación de una clase obrera joven y semi-militarizada, la burocracia aspira a transformarse definitivamente en burguesía. De ahí a que lo logre faltan varios pasos y los escollos no son pocos (el más importante: la conducta de la propia clase obrera china). China ha recorrido un camino que hicieron otros países atrasados que alcanzaron determinado grado de industrialización pero que están lejos, sin embargo, de ser nuevas potencias imperialistas. Que China y otros países subdesarrollados hayan acercado su distancia con los anteriores dice más de la decadencia de esas potencias que de la vitalidad de los últimos. Son estas cuestiones fundamentales las que alimentan una dinámica que nos dice que el futuro está potencialmente lleno de explosiones por venir. Nada más lejos de la realidad que un mundo apático o condenado a la barbarie. Cada paso que dan las clases dominantes no hace más que acrecentar, simultáneamente, las tendencias a la revolución.


A. a. La tan vapuleada “tendencia al colapso del capitalismo” parece hoy estar haciéndose evidente, en muchos casos de modo distorsionado, incluso a los ojos de quienes querrían cerrarlos para no ver. Teniendo en cuenta que el derrumbe capitalista no se producirá en condiciones propicias para la humanidad sin la lucha aguerrida, consciente y consecuente del proletariado (partidos revolucionarios, gobierno de los trabajadores, dictadura del proletariado, una internacional activa) por la instauración del socialismo internacional, te pregunto: ¿No hay que analizar definitivamente “de otra manera” (aggiornada, quiero decir) el choque definitivo de las clases en el sentido de que la clase obrera cuenta ahora, a nivel general, con herramientas nuevas y experiencias históricas que le dan al siglo 21 un carácter de “tierra promisoria” para la caída definitiva del sistema mundial capitalista?

 

N. M. — Las cosas nunca se presentan a los revolucionarios de forma ‘idílica’. Cuando Marx y Engels se proponen fundar la Primera Internacional los partidos obreros y la independencia política de los trabajadores eran todavía casi una quimera. ¿Cómo olvidar que en aquel intento se sumó a los bakuninistas (1868), o sea al “anarquismo”, el que permaneció hasta 1872 cuando las divergencias con motivo de la fallida Comuna de París llevó primero a la expulsión de estos y poco tiempo después a la propia disolución de la Internacional? A partir de que el capital entra definitivamente en su fase “final”, en términos de Lenin, es decir en su etapa de agonía, descomposición y hasta putrefacción, lo cual no es un fenómeno del siglo XXI, sino que se inició tempranamente en los albores del siglo XX, la humanidad entró en lo que, más que “tierra promisoria”, Lenin llamó un período irreversible de guerras y revoluciones. El capital no tiene alternativas a esto: en términos de Rosa Luxemburg, es “socialismo (revolución) o barbarie”. El capitalismo condena a la humanidad a contradicciones irreversibles, cada vez más grandes: por momentos se aggiornan tiempos revolucionarios y por momentos ocurre lo contrario; lo que nunca se presenta de forma uniforme ni siquiera de manera universal. El capitalismo no puede operar como un régimen de fascismo universal y mecánico. Eso no existe ni existirá jamás.


    Las fuerzas productivas, y la más importante de ellas en todo sentido, la fuerza de trabajo, el hombre social, el homo sapiens de nuestra época desarrollada con recursos inmensos de todo tipo a su alcance, esta fuerza productiva esencial y, tras esta, todas las que fue capaz de desarrollar la humanidad hasta el presente; todas están estranguladas desde el punto de vista de su potencial desarrollo. Es éste el problema estratégico. El capitalismo amenaza la existencia no sólo del género humano, sino de las condiciones más elementales del medio ambiente, de nuestro ecosistema. Fijate vos la incapacidad del capital para tratar con la presente pandemia de coronavirus. A pesar de los extraordinarios recursos tecnológicos, científicos, etc., la sociedad capitalista parece retroceder a las épocas de las cavernas. Un régimen social que se niega a defender a su fuerza de trabajo con el uso masivo de barbijos, garantizando la cuarentena hasta tanto se encuentren los medios para combatir la enfermedad mediante una vacuna, es un régimen de barbarie. En la edad media la población moría porque no había medios para combatir la peste. Ahora los trabajadores mueren porque el capital pretende que la fuerza de trabajo siga rindiendo plusvalor, sin importar que mueran millones de seres humanos.


La tecnología bajo el capitalismo es un medio para la explotación obrera. El aprovechamiento que los trabajadores podamos hacer de ella es solo marginal o, mejor dicho, el capital lo subordina a lo anterior. No se debe confundir el orden de los factores. Por supuesto que nos debemos aggiornar en el sentido de usar todos los recursos técnicos que favorezcan el desenvolvimiento de nuestras ideas. Pero debemos ser conscientes de que la revolución no vendrá de la mano de la ‘tecnología’ sino de la capacidad de los trabajadores, la juventud y los movimientos de resistencia a estructurar una salida propia, socialista, revolucionaria. En este sentido bien valdría decir algo básico: hay que volver a las fuentes, a Marx y a Lenin.

 

A. a. Y a Trotsky y Rosa Luxemburg, ¿no?

 

N. M. — Por supuesto, pero en honor a la síntesis y a que el lector nos lea, te propongo que esta pregunta y otras que seguramente tendrás queden para la próxima.


[Buenos Aires, julio-octubre 2020] 

                                                                                                                              (CONTINUARÁ)

 

1 comentario:

  1. Muy actuales y conflictivas problemáticas planteadas en esta sección por Signos del Topo a Malaj, quien aborda su análisis con profundo conocimiento y fundamentación de las mismas

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