sábado, 11 de julio de 2020

Lincoln, Trump, «libertad de expresión» y fascismo


[1791: La carta de Derechos de los Estados Unidos de Norteamérica.
Con las primeras diez enmiendas de la Constitución.]


    El partido republicano de los EE.UU. está embarcado a fondo en la reelección de Trump, quien ahora a diferencia de 2016, no tuvo competencia en las primarias. Si bien esto le funcionó, no ocurre lo mismo de cara al último tramo de la campaña: los actos han sido un fiasco y todas las encuestas lo dan varios puntos debajo de Biden. Ciertamente, el candidato demócrata (incluso con el apoyo de Sanders) está bien lejos de ´agitar las aguas´ o de simpatizar con el despertar democrático y la lucha social que agita a los EE.UU. como hace mucho tiempo no sucedía. A la inversa, Trump ni remotamente se da por vencido y está azuzando el combate.
    Una de las manifestaciones más groseras de esto es la tendencia de Trump a invocarel ´patriotismo´ y, más recientemente, en forma descarada, el supremacismo blanco y el odio racial, provocando a los millones de estadounidenses que ganaron las calles tras el asesinato de George Floyd y el movimiento Black LivesMatter. Trump, en su ´republicanismo´ se jacta de que  lo sostiene el partido de Abraham Lincoln. Sin embargo, curiosamente, se ha transformado en un cruzado de la defensa de la herencia de la Confederación sureña que fue derrotada en la Guerra de Secesión por Lincoln. Días atrás llegó al extremo de exhibir la bandera confederada, diciendo "Mi postura es muy simple: es libertad de expresión". Entre el republicanismo de Trump y el nacional-socialismo hitleriano hay más de una coincidencia. A la inversa, el abismo entre el partido republicano de Trump y el de Lincoln no puede ser mayor.

Historia y presente

    El trumpismo con su legión evangélica, la Asociación Nacional del Rifle y los restos (que no son tan restos) del KuKluxKlan detrás, abreva en una postura que durante mucho tiempo dominó la opinión pública de los EE.UU. y supone que la Guerra de Secesión fue “innecesaria” y hasta podría haber sido evitada. Legiones de historiadores, incluso ´izquierdistas´ como Leo Huberman, autor de “Nosotros, el pueblo, una historia socialista de los Estados Unidos”, Ed. Palestra, 1965) la desprecian olímpicamente.
    EE.UU. es un país único en muchos sentidos. De alguna manera vale aun hoy lo que John Stuart Mill dijo para los EE.UU. antes de aquella guerra: un “país en el que las instituciones aseguran basarse en la igualdad y que, sin embargo, mantienen la esclavitud de hombres de raza negra…”. La guerra de Secesión no solo fue necesaria sino inevitable. No por casualidad Marx en uno de sus primeros y más famosos textos breves trata a los EE.UU. como un país “colonial” (ver “Salario, precio y ganancia”). Antes de la guerra de Secesión los estados sureños eran virtuales vasallos de la ex madre patria, Gran Bretaña. Virginia, Georgia, Carolina del Sur eran todavía entonces los estados más prósperos de la Unión sobre la base de su complementación con la industria textil de Manchester. Las plantaciones esclavistas de algodón habían en gran medida suplantado a las de tabaco. La ilusión de “los dirigentes sudistas de la revolución como Washington, Jefferson y Patrick Henry (que) aguardaban esperanzados el día en que la esclavitud desaparecería por completo de la república” se disipó muy pronto. De la mano del desarrollo simultáneo, por un lado, de la manufactura inglesa y, por el otro, del invento de la máquina desmochadora que permitía separar rápida y económicamente el algodón de la planta, “la esclavitud renació y pronto prosperaría como nunca”. Esto lo explica un gran historiador: Carl N. Degler, Historia de Estados Unidos, Ariel, 1986).
    La guerra de Secesión quebró el intento de escindir a los EE.UU. revirtiendo su gran revolución de independencia. El sur amenazaba transformarse en una republiqueta abastecedora de materias primas, del tipo de las que poblaban toda Hispanoamérica y para frenar esta amenaza fue necesaria una guerra sangrienta: “Entre 620.000 y 750.000 personas muertas, más que el número de muertes militares de los Estados Unidos en todas las demás guerras combinadas” (https://www.civilwar.org/learn/articles/civil-war-facts). Gran Bretaña  era el principal soporte del sur confederado. La clase obrera inglesa, a la inversa, bajo la influencia de Marx y la Primera Internacional, dejó entonces una de las primeras enseñanzas de internacionalismo proletario.
Lincoln, a pesar de todas sus limitaciones, fue probablemente la última expresión del ciclo vital de la revolución burguesa. La primera guerra de independencia de Cuba, pocos años después de la guerra de Secesión, y especialmente la segunda (fines del siglo XIX), demostrarían, a la inversa, el pasaje definitivo del imperialismo norteamericano al campo de la reacción.
    Trump y los que han glorificaron con monumentos y montones de símbolos la tradición de la Confederación del sur no solo enlodan a Lincoln, son la expresión de la negación de su legado. Entre el partido republicano de Lincoln y el de Trump, hay mucha distancia. Lincoln fue la expresión del progreso histórico y del avance del capitalismo en EE.UU. sobre la base de una expansión agrícola revolucionaria (el fenómeno farmer, que Lenin tanto valoraba). Trump es la cruda expresión de la decadencia imperialista, de la reacción en toda la línea.

¿Un destino como el de Nixon o peor?

    La provocación de Trump a los negros, a las reservas indígenas de EE.UU., a los inmigrantes, está alcanzando proporciones inauditas. “El discurso incendiario es alarmante para muchos en su propio partido y va en contra de los consejos de algunos en su círculo íntimo, quienes creen que corre el riesgo de alienar a los votantes independientes y de los suburbios”, dice una información de Associated Press que publica Haaretz (8/7).“ ´No se trata de quién es el objeto de la burla o el vitriol (*). El problema real es comprender el atractivo del resentimiento y el miedo de los blancos´, dice Eddie Glaude, presidente del Departamento de estudios afroamericanos de la Universidad de Princeton. ‘Todo está arraigado en este pánico sobre el lugar de los blancos en esta nueva América´ ”.
    Trump azuza el temor a los negros o al “otro” como Hitler lo hacía a los judíos o a los gitanos. Esto “ha alcanzado un ritmo vertiginoso en los últimos días a medida que la nación lidia con la injusticia racial” (idem).”Los comentarios de Trump son un descendiente aparente, medio siglo después, del alcance codificado de Richard Nixon a los votantes blancos conocido como la Estrategia del Sur” (idem). Su muletilla "la mayoría silenciosa", que él representaría, la tomó de Nixon.
    “Los asesores de la Casa Blanca, Kellyanne Conway y Jared Kushner, según los funcionarios, advirtieron que parte de la retórica racista, incluido el uso de la ´gripe Kung´que culpa a China de la pandemia de COVID-19, podría apagar a su franja de votantes. Algunos creen que había más audiencia para la retórica incendiaria sobre la inmigración hace cuatro años, porque las encuestas muestran que el movimiento Black Lives Matter está ganando un amplio apoyo” (idem).
    Doce años atrás, cuando Obama ganó las presidenciales, se abrió la ilusión de que EE.UU. podía superar su racismo estructural. La cooptación de una franja profesional ultra minoritaria negra demostró que poco y nada se podía cambiar.
    Ahora ha llegado el turno de la verdad. Las masas norteamericanas tendrán que abrirse su camino con independencia de cualquiera de los dos grandes partidos de la burguesía yanqui. Hace mucho tiempo que la clase obrera norteamericana se debe la construcción de su propio partido.

                                                               (11 julio 2020)

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(*) Vitriol son las iniciales de una expresión masónica que indica introspección.


                                                                                                                      



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