[1791: La carta de
Derechos de los Estados Unidos de Norteamérica.
Con las primeras diez enmiendas
de la Constitución.]
El partido republicano de los EE.UU.
está embarcado a fondo en la reelección de Trump, quien ahora a diferencia de
2016, no tuvo competencia en las primarias. Si bien esto le funcionó, no ocurre
lo mismo de cara al último tramo de la campaña: los actos han sido un fiasco y
todas las encuestas lo dan varios puntos debajo de Biden. Ciertamente, el
candidato demócrata (incluso con el apoyo de Sanders) está bien lejos de
´agitar las aguas´ o de simpatizar con el despertar democrático y la lucha
social que agita a los EE.UU. como hace mucho tiempo no sucedía. A la inversa,
Trump ni remotamente se da por vencido y está azuzando el combate.
Una de las manifestaciones más
groseras de esto es la tendencia de Trump a invocarel ´patriotismo´ y, más
recientemente, en forma descarada, el supremacismo blanco y el odio racial,
provocando a los millones de estadounidenses que ganaron las calles tras el
asesinato de George Floyd y el movimiento Black
LivesMatter. Trump, en su ´republicanismo´ se jacta de que lo
sostiene el partido de Abraham Lincoln. Sin embargo, curiosamente, se ha
transformado en un cruzado de la defensa de la herencia de la Confederación
sureña que fue derrotada en la Guerra de Secesión por Lincoln. Días atrás llegó
al extremo de exhibir la bandera
confederada, diciendo "Mi postura es muy simple: es libertad de
expresión". Entre el republicanismo de Trump y el nacional-socialismo
hitleriano hay más de una coincidencia. A la inversa, el abismo entre el
partido republicano de Trump y el de Lincoln no puede ser mayor.
Historia y presente
El trumpismo con su legión
evangélica, la Asociación Nacional del Rifle y los restos (que no son tan
restos) del KuKluxKlan detrás, abreva en una postura que durante mucho tiempo
dominó la opinión pública de los EE.UU. y supone que la Guerra de Secesión fue “innecesaria”
y hasta podría haber sido evitada. Legiones de historiadores, incluso
´izquierdistas´ como Leo Huberman, autor de “Nosotros,
el pueblo, una historia socialista de los Estados Unidos”, Ed. Palestra,
1965) la desprecian olímpicamente.
EE.UU. es un país único en muchos
sentidos. De alguna manera vale aun hoy lo que John Stuart Mill dijo para los EE.UU. antes de aquella guerra: un “país en el que las instituciones aseguran
basarse en la igualdad y que, sin embargo, mantienen la esclavitud de hombres
de raza negra…”. La guerra de Secesión no solo fue necesaria sino inevitable.
No por casualidad Marx en uno de sus primeros y más famosos textos breves trata
a los EE.UU. como un país “colonial” (ver “Salario, precio y ganancia”). Antes de
la guerra de Secesión los estados sureños eran virtuales vasallos de la ex
madre patria, Gran Bretaña. Virginia, Georgia, Carolina del Sur eran todavía
entonces los estados más prósperos de la Unión sobre la base de su
complementación con la industria textil de Manchester. Las plantaciones
esclavistas de algodón habían en gran medida suplantado a las de tabaco. La
ilusión de “los dirigentes sudistas de la revolución como Washington, Jefferson
y Patrick Henry (que) aguardaban esperanzados el día en que la esclavitud
desaparecería por completo de la república” se disipó muy pronto. De la mano
del desarrollo simultáneo, por un lado, de la manufactura inglesa y, por el
otro, del invento de la máquina desmochadora que permitía separar rápida y
económicamente el algodón de la planta, “la esclavitud renació y pronto
prosperaría como nunca”. Esto lo explica un gran historiador: Carl N. Degler, Historia de Estados Unidos,
Ariel, 1986).
La guerra de Secesión quebró el
intento de escindir a los EE.UU. revirtiendo su gran revolución de independencia.
El sur amenazaba transformarse en una republiqueta abastecedora
de materias primas, del tipo de las que poblaban toda Hispanoamérica y para
frenar esta amenaza fue necesaria una guerra sangrienta: “Entre 620.000 y 750.000 personas
muertas, más que el número de muertes militares de los Estados Unidos en todas
las demás guerras combinadas” (https://www.civilwar.org/learn/articles/civil-war-facts).
Gran Bretaña era el principal soporte del sur confederado. La clase
obrera inglesa, a la inversa, bajo la influencia de Marx y la Primera
Internacional, dejó entonces una de las primeras enseñanzas de
internacionalismo proletario.
Lincoln, a pesar de todas sus limitaciones, fue probablemente
la última expresión del ciclo vital de la revolución burguesa. La primera
guerra de independencia de Cuba, pocos años después de la guerra de Secesión, y especialmente
la segunda (fines del siglo XIX), demostrarían, a la inversa, el pasaje
definitivo del imperialismo norteamericano al campo de la reacción.
Trump y los que han glorificaron
con monumentos y montones de símbolos la tradición de la Confederación del sur
no solo enlodan a Lincoln, son la expresión de la negación de su legado. Entre
el partido republicano de Lincoln y el de Trump, hay mucha distancia. Lincoln
fue la expresión del progreso histórico y del avance del capitalismo en EE.UU.
sobre la base de una expansión agrícola revolucionaria (el fenómeno farmer, que Lenin tanto
valoraba). Trump es la cruda expresión de la decadencia imperialista, de la
reacción en toda la línea.
¿Un destino como el de Nixon o peor?
La provocación de Trump a los
negros, a las reservas indígenas de EE.UU., a los inmigrantes, está alcanzando
proporciones inauditas. “El discurso incendiario es alarmante para muchos en su
propio partido y va en contra de los consejos de algunos en su círculo íntimo,
quienes creen que corre el riesgo de alienar a los votantes independientes y de
los suburbios”, dice una información de Associated Press que publica Haaretz (8/7).“ ´No se trata de quién es el
objeto de la burla o el vitriol (*). El problema real es comprender el
atractivo del resentimiento y el miedo de los blancos´, dice Eddie Glaude,
presidente del Departamento de estudios afroamericanos de la Universidad de
Princeton. ‘Todo está arraigado en este pánico sobre el lugar de los blancos en
esta nueva América´ ”.
Trump azuza el temor a los negros o
al “otro” como Hitler lo hacía a los judíos o a los gitanos. Esto “ha alcanzado
un ritmo vertiginoso en los últimos días a medida que la nación lidia con la
injusticia racial” (idem).”Los comentarios de Trump son un descendiente aparente,
medio siglo después, del alcance codificado de Richard Nixon a los votantes
blancos conocido como la Estrategia del Sur” (idem). Su muletilla
"la mayoría silenciosa", que él representaría, la tomó de Nixon.
“Los
asesores de la Casa Blanca, Kellyanne Conway y Jared Kushner, según los
funcionarios, advirtieron que parte de la retórica racista, incluido el uso de
la ´gripe Kung´que culpa a China de la pandemia de COVID-19, podría apagar a su
franja de votantes. Algunos creen que había más audiencia para la retórica
incendiaria sobre la inmigración hace cuatro años, porque las encuestas
muestran que el movimiento Black Lives Matter está ganando un amplio apoyo” (idem).
Doce años atrás, cuando Obama ganó
las presidenciales, se abrió la ilusión de que EE.UU. podía superar su
racismo estructural. La cooptación de una franja profesional ultra minoritaria
negra demostró que poco y nada se podía cambiar.
Ahora
ha llegado el turno de la verdad. Las masas norteamericanas tendrán que abrirse
su camino con independencia de cualquiera de los dos grandes partidos de la
burguesía yanqui. Hace mucho tiempo que la clase obrera norteamericana se debe
la construcción de su propio partido.
(11 julio 2020)
________
(*) Vitriol
son las iniciales de una expresión masónica que indica introspección.
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