(Introducción a la recopilación “Versiones son amores”)
["Manos dibujándose" (1948), litografía de Maurits Cornelis Escher.]
“Traducir es como penetrar en el laberinto.”
Lisandro Z. D. Galtier
A este libro [Versiones son amores] lo considero una intervención
poética y política, ya que en el impulso
originario de cada una de las versiones recopiladas y comentadas a lo largo de sus páginas, hay motivaciones
y necesidades de naturaleza poética y política, es decir: vitales.
Aunque muchas de las
versiones incluidas (sobre todo una parte importante de los poemas de la primera sección) son una respuesta práctica,
intelectual y afectiva ante traducciones que considero fallidas o muy
insuficientes de textos que amo o necesito, esta recopilación no implica
necesariamente una discusión sobre el arte de traducir o versionar. (¡Y claro que
me alegraría saber que existen lectores que pueden y quieren darle tan
interesante uso!)
Pero hay que aclarar de
entrada una cuestión elemental, en lo que hace a las versiones incluidas en las
partes primera y tercera de este libro: al no ser yo hablante de los idiomas en que
los originales versionados están escritos, las mías constituyen un interjuego
de versiones, más o menos complejo pero siempre placentero (versiones finales… de versiones intermedias... de versiones primarias… de
versiones originales), ante materiales de apariencia frágil pero sólidamente
constituidos (los originales mismos), capaces de soportar un despliegue de
interpretaciones, desmenuzamientos, variantes de sentido, oposiciones y
analogías, para un “rearmado” que pretendemos sea, en definitiva, fidedigno y
auténtico.
Por todo ello, este libro es
un Laberinto de juegos deseantes y poiéticos, así como de reflexiones artísticas,
sociales y políticas. Pretende asociar a otros, los lectores, en el juego de la
libertad y el placer, fuerzas indomables en el camino de la vida.
Tres partes lo componen (además
de los apéndices) y sus títulos están tomados de unos versos de mis
«Minigramas»:
a) Son versiones del
poema / que amor de los versos son.
Esta
primera parte está integrada por mis versiones de textos poéticos de “otros”
autores (Dylan Thomas, Salvatore Quasimodo, Gérard de Nerval, Charles
Baudelaire, Arthur Rimbaud, Marcel Schwob, Maurice Ravel, Guillaume
Apollinaire, Pierre Reverdy, Jean-Joseph Rabearivelo, y algunos más), a quienes
he pretendido seguir en el Laberinto.
b) Ver si son sones de mí
/ versión y sonsones que di.
Esta parte colecciona textos poéticos “propios” versionados de diversas
maneras: idiolecto, glosas, interpretaciones, traslaciones a otras lenguas,
etc. Presidido por un umohr “propio”, este ejercicio es el que mejor y
más beneficiosamente “ajena” lúdicamente algunos de mis poemas.
c) ¿Su versión?:/ ¡Subversión!
Y luego encontramos este conjunto
de versiones de textos políticos y críticos (también “ajenos” y “propios”) que
nacieron al calor de los días de lucha y búsqueda por esclarecernos en
cuestiones de la mayor importancia social y humana.
1)
De la versión de poemas ajenos que así los hacemos propios
Parafraseando a Lisandro Z.
D. Galtier, digo que traducir es como penetrar en el Laberinto… pero de la
mano del autor. Esto se aplica, sobre todo, a la versión posible y deseable de aquello que llamamos poema
o texto poético.
Cuando leemos o escuchamos
un poema en su idioma original es como si el autor nos dejara a solas con
su obra, como si nos dejara a la entrada del Laberinto e hiciera un gesto
simple, afirmando: “He ahí la entrada; todo tuyo...”. En cambio, el
quehacer-jugar de la traducción o versión de un poema es como penetrar
en el Laberinto en compañía del autor –así como Virgilio guía a Dante en la
Comedia–, pero con una condición: él se limitará a decir en voz alta y en su
propio idioma aquello que ha dejado escrito “de una vez y para siempre” en sus
muros, y nosotros estaremos obligados a dar de ese poema la versión a nuestro
alcance y en nuestro propio idioma, para que otros puedan, quizá, compartir la
experiencia.
Es Benedetto Croce –también
citado por Galtier en La Traducción
Literaria– quien ofrece una definición que me parece muy acertada, en
cuanto a lo que podemos plantearnos como deseable en materia de traslaciones
poéticas artísticas: “La traducción que merece el nombre de buena es una aproximación que
tiene valor de obra de arte, y que puede vivir independientemente”
(subrayados míos).
Relativizando las palabras
finales de esta definición (que más que definición señala la posibilidad del
juego de las afinidades electivas), la suscribo por completo, no sin dejar de
sustituir la palabra “traducción” por “versión”, para ajustarla mejor a mi
deseo. Digo que es necesario relativizar esa supuesta “independiencia” porque,
así como es cierto que la versión del poema deberá arreglárselas por sí misma
ante el nuevo lector, resulta evidente que la versión es –en potencia–
dependiente de la posible aparición referencial del original, del que no es
sino una aproximación con pretensiones de autosuficiencia o vida propia más o menos condicionada,
relativa a sus nuevos lectores-hacedores.
El versionar consiste en la elección de un rumbo o camino, de un
procedimiento y de una ejecución, tomando como material preexistente un poema
en un idioma que no es el nuestro. No otra cosa sucede cuando se pretende
‘componer’ un sujetobjeto poético y artístico.
Entonces, antes las versiones logradas
(que Croce llama ‘buenas’) nada más acertado que hablar de “aproximación” y de
“obra de arte”, todo lo cual plantea cuestiones importantes: mímesis, identidad
y diferencia, concreción y trascendencia, ser y apariencia, significación y sentido,
contextualización y autenticidad, entre otras.
Más que el azar, fueron la
necesidad y los afectos (y, obviamente, el amor
que unas composiciones poéticas pueden despertar), faces de una misma medalla,
los que me llevaron de la mano como a un niño hasta las puertas de cada uno de
estos textos y me abandonaron ahí, hasta que yo mismo me decidiese a entrar para
encontrarme con su autor.
Y que hayan sido el
entusiasmo y la pasión los que me ayudaron a dar los primeros pasos en cada uno
de estos Laberintos o “sitios encantados”, para disponerme al juego, en la más
primaria de sus acepciones, era inevitable: solamente por las
necesidades primeras y por los afectos primarios cobran auténtico impulso las
acciones “poiéticas”. Pero luego, escuchando y leyendo al autor del que estaría
siguiendo sus pasos en el Laberinto, han sido mis propias experiencias, aconteceres
y búsquedas en el universo complejo de mi propia lengua los que
determinaron los resultados, también de modo inevitable.
Pero, ¿y los lectores? Ah, es
por fin a ellos, y solo a ellos, a quienes les corresponde darle sentido vital
a las palabras en su comunidad posible.
(…)
[julio 2020) - [Continúa]
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De "Versiones son amores" en el blog de Signos del Topo:
Excelente este texto de la introducción a Versiones son amores... Me parece muy oportuno lo que comenta sobre "versiones" en lugar de "traducciones"
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