domingo, 12 de julio de 2020

M (1)

[por Alberto a. Arias]


M


Qué simple:
su olvido vivimos –
Si recuerda, morimos.

                                                     (2003)


1.
    En toda vida hay periodos donde M parece aproximarse demasiado. Atravesé uno de estos en los últimos años y apenas se han difuminado un poco las huellas hendidas en la estela de sombra-de-sombras que dejó a su paso.
    Rostros y no rostros, cuerpos y no cuerpos, presencias y no presencias dan todavía el tictac de las horas huidizas –y desde el sueño oímos nuestra propia voz diciendo unos poemas casi como conjuro.
    De eso se trata en esta reunión de poemas: M aparece en todo su denso esplendor oscuro,  sol negro elevado a su cenit y máxima potencia.

2.
    M es persona incorpórea desde el instante en que la convertimos en portadora de la llave del «destino» de nuestro cuerpo; es poseedora del instante final, del hilillo tenue y delgado del que solo M sabe en cuál milisegundo se cortará.
    Pero M, oscuro espejo incorpóreo en el que no podremos vernos aunque miremos allí, oculta la verdad tácita de su topoderosa Nada, de su grado cero de la existencia que, por la dialéctica esencial de lo viviente, lo es Todo.

                                                                     (julio 2019)


Muerte



Muerte, te nombramos
tácita — literal — densa — ubicuamente.
Y asimisma te apersonamos,
aunque sos de verdad mentira una gran Nadagrata Antipersona.

Y te empoderamos de un poder omnímodo,
aunque sos apenas la que cabe en la cabeza impensante
del alfiler implacable que pincha el globo «Ilusiones del Ser»
                — o todavía menos.

Muerte — te nombramos.

Muerte.
                                 Muerte.
                                                                 Muerte.

          _________________________

¡ Pero caray, qué nombre tan espantable
para tan Atractora Antipersona !


                               (1º de julio de 2017)



El sol oculto de Monelle y Marcel 



De la mano de Marcel,
emergió Monelle de las penumbras del mar que me tenía cautivado
en la hora previa al crepúsculo.

Apenas recordaba yo sus palabras antiguas,
nuevas en boca de Marcel,
pero el viento ululante y helado como una medusa abisal
volcó en mis oídos el alfabeto primigenio de Monelle:
«No ames tu dolor, puesto que no ha de durar».

Marcel la abrazó entonces
para que el congelante mar no les impidiese hablar y ser felices
                en el «momento fulgurante»:
«Agota en cada momento la totalidad positiva y negativa
                de las cosas».

Y Monelle redobló ese abrazo fundente
para no sucumbir ambos en el vórtice azaroso de una torpe nada
sino en el fluir de la vida muerta y la muerte viva:
eterno río fugaz, constelación esplendente,
fulguración del universo inaccesible.

Delante de mí, en el ocaso de la luz,
los cuerpos enlazados de Marcel y de Monelle
se iluminaron poco a poco
hasta alcanzar una apariencia de roca arenisca
tocada por la baba de un sol oculto.

Recordé entonces lo que Monelle — ¿o acaso fue Marcel? —
sentenciaba, en el remolino de pasadas penumbras:
«No te preocupes por tu libertad: olvídate de ti mismo.
Sé el alba mezclada con el crepúsculo».


                                                                                     (octubre 2017)

[Continúa en: M (2) ]




1 comentario:

  1. Hasta en la muerte se puede encontrar la belleza... para cantar a la vida en su final...

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