lunes, 28 de diciembre de 2020

El castrismo vuelve sobre la huella del nacionalismo impotente latinoamericano

[por Norberto Malaj]


¿Por qué Cuba no fue (ni podrá) ser otro Vietnam?

 

[Miguel Díaz Canel y Raúl Castro en la asunción del nuevo presidente de la República de Cuba, el 19 de abril de 2018.]


    El castrismo constituyó un fenómeno único en la historia latinoamericana. El movimiento nacionalista 26 de julio nació de las entrañas de una fracción de la pequeño burguesía cubana que seguía a uno de sus partidos nacionalistas ‘clásicos’: el Ortodoxo, cuyo máximo dirigente fue Eduardo Chibás. Fidel se declaraba admirador de éste y en ese partido abrevó el 26 de Julio. Ni uno ni otro formularon jamás reivindicaciones que trascendieran la lucha contra la “corrupción” y a lo sumo un conjunto de planteos antiimperialistas, que no rozaban la propiedad privada.

    La tradición antiimperialista de la pequeño burguesía cubana destaca sobre cualquiera otra del continente. En el año 1933 bajo el liderazgo entre otros de Antonio Guiteras, un joven revolucionario, cae la dictadura de Machado y se forma un gobierno revolucionario nacionalista (el de “los cien días”) que se recuerda en Cuba como el más radical anterior a la revolución triunfante de 1959. El programa de Guiteras estuvo relativamente a la izquierda del programa del partido Ortodoxo e incluso del 26 de Julio.

    Dos anécdotas: a) ambos líderes nacionalistas citados mueren trágicamente (Guiteras asesinado por sus enemigos; Chibás se quita la vida); b) el stalinismo cubano (que en 1933 seguía la política ultraizquierdista y criminal del ‘tercer período’ de la Comintern) dio la espalda al gran movimiento nacionalista de 1933, lo mismo que ocurrió con la revolución de 1959. El castrismo —eliminado el Che, estatizados los sindicatos, anulados los partidos políticos y transformado el PC stalinista en un aparato de estado— concluye desde el poder en una amalgama de la tradición antiimperialista de Martí, Guiteras y Chibás y la del stalinismo cubano que actuaba bajo las órdenes de Moscú.

    El fenómeno vale de modo general para toda América Latina. El PCA fue anti-yrigoyenista en el ‘tercer período’’, fue pro-gorila en el 45 y volvió a ir a la rastra del nacionalismo peronista tras la Libertadora (la cual el PC también apoyó). Casi un calco de lo que hizo el PC/PSP cubano hasta 1959.

    En 1958/9, el 26 de Julio se apoyaba en la simpatía de la importante ‘colonia’ cubana de Nueva York. Mucho más importante es que un ala menor, llamémosla democratizante, del imperialismo norteamericano coqueteaba con el movimiento liderado por Fidel Castro. Claro que Batista terminó sostenido y pertrechado por los yanquis —y fue el último baluarte del capital norteamericano en la isla—, pero no debe olvidarse que el ex sargento y dictador era sostenido por todo el nacionalismo oligárquico del subcontinente —entre ellos Perón. Antes Batista había gobernado incluso con el apoyo del Partido Popular cubano. El stalinismo de la isla cambió su nombre durante la Segunda Guerra Mundial bajo la impronta del PC de los EE.UU. que en medio de la contienda había decidido, en caso de guerra entre su país y la URSS, apoyar al imperialismo norteamericano. El PC cubano, a diferencia de la mayoría de los PCs del subcontinente que tenían de capanga a Codovilla —el alfil argentino de Moscú— era partidario entonces de Eric Browder, el líder del PC yanqui.

    El 26 de Julio y el castrismo, no sin crisis y sobre todo como fruto de una enorme presión de masas fue mucho más lejos que aquel programa del partido Ortodoxo y emprendió un ataque al imperialismo y al capital que dio lugar en Cuba a la primera gran expropiación del capital imperialista en América Latina. Un estado sui generis que alcanzó rasgos de una peculiaridad absolutamente única.

    Por un lado, fue obra no de una dirección obrera ni siquiera forjada en la tradición del marxismo. El stalinismo de la isla le dio la espalda al movimiento castrista hasta las vísperas del 1º de enero de 1959. Peor aún fue la conducta del stalinismo latinoamericano, bajo el faro del ‘insigne’ argentino que llevó al PCA detrás de la Unión Democrática, que hizo que prácticamente hasta 1966/8 el aparato de los seguidores del Kremlin se negase a apoyar a Cuba. Cuando finalmente lo hizo fue para respaldar el curso burocrático (antes el PC boliviano y Fidel habían dejado al Che abandonado en el altiplano).

    Por otro lado, ese estado nunca permitió la organización autónoma de las masas. Fidel y su hermano conquistaron una autoridad bonapartista que nunca fue la misma en el tiempo ni tampoco tuvo el mismo carácter. Mientras a los inicios de los 60 el bonapartismo castrista tuvo un claro norte antiimperialista (a pesar de todos sus límites) a partir del alineamiento de Fidel junto a la burocracia rusa tras la invasión soviética de Checoslovaquia (1968) el castrismo fue adquiriendo un rol cada vez más conservador. Del apoyo al combate de Salvador Allende contra la dictadura del proletariado en Chile, Fidel pasó con armas y bagajes al virtual apoyo a la dictadura videliana (el castrismo se negó a respaldar la lucha por los derechos humanos en nuestro país).

Con todo, la deriva del castrismo debe medirse sobre todo en el terreno del desarrollo de las fuerzas productivas del país. En este plano, el castrismo mostró su hilacha nacionalista más tradicional —o sea, volvió en forma creciente a sus ‘fuentes’. Al castrismo le vale, a pesar de su periplo ‘socialista’ de casi 70 años, las generales del nacionalismo latinoamericano desde el APRA peruano y el MNR boliviano al varguismo en Brasil, desde el PRI mexicano al peronismo, desde el sandinismo de Ortega en Nicaragua al chavismo venezolano: termina siempre a los pies del imperialismo mundial. Una vez terminada la sociedad del castrismo con la burocracia rusa el primero fue completamente incapaz de abrirse un horizonte por fuera de la restauración del capital, lo que se fue imponiendo en forma muy acentuada desde 1990/3.

    Bien mirado, el nacionalismo de contenido burgués de América Latina (y del mundo entero) anticipó y/o acompañó el recorrido de todas las direcciones ‘comunistas’ (stalinistas) que frente al derrumbe de regímenes políticos asfixiados, sin perspectiva —la construcción del “socialismo en un solo país” fue siempre una quimera anti marxista y ahistórica— y cayeron bajo la férula de las leyes del capital.

    La revolución socialista –enseña el leninismo-trotskismo, y lo verifica la práctica histórica de todo el siglo XX— se inicia en la arena nacional pero sólo puede triunfar y concluir a escala mundial. A la inversa, si esto no ocurre la energía revolucionaria se disipa y las tendencias restauracionistas reaparecen una y otra vez. Es otra manifestación de la ley del desarrollo desigual y combinado del desenvolvimiento histórico contemporáneo, que en la época presente de decadencia imperialista se paga con nuevas guerras y catástrofes sociales de no estructurarse la dirección proletaria revolucionaria —la IV Internacional— y allanarse el camino a la revolución socialista victoriosa.

 

Cuba no es Vietnam …

 

    La burocracia ‘socialista’ cubana hace 20 años por lo menos que intenta imitar el ‘modelo’ vietnamita de reformas capitalistas. La prensa cubana ha dado sobradas pruebas de la “admiración” de Raúl Castro por el ejemplo del país del sudeste asiático. Es obvio que no nos referimos al proceso de lucha antiimperialista del Vietcong que liquidó la mayor intervención imperialista de EE.UU. desde la Segunda Guerra Mundial.

    ¿Por qué la burocracia castrista no alcanzó ese objetivo y ahora que pone el pie en el acelerador “el éxito de su aplicación está más comprometido que nunca” —como dice el economista cubano Mario Valdés Navia, partidario también de la reforma (La Joven Cuba, 12/12)?

    Primero, por las propias dudas y resistencias de la burocracia castrista; segundo, porque Cuba estuvo siempre bajo la sombra del imperialismo norteamericano y del ´bloqueo´. Si bien los yankis insinuaron atenuarlo bajo Obama —política que Trump torció; aunque sólo muy relativamente. Por último, la economía capitalista mundial en el presente ha agravado (pandemia de por medio) todas sus tendencias recesivas y catastróficas relativamente inexistentes cuando Vietnam (y/o China) recorrieron su periplo de ‘integración’ al mercado mundial. Aun así la burocracia castrista, como señalan los análisis más sensatos, incluso de declarados ‘reformitas’ —o sea que apoyan las medidas devaluacionistas y de dolarización económica de la isla anunciadas días atrás— se ha lanzado a “cruzar el Rubicón” en el peor momento.

    Vietnam tras la guerra de emancipación, primero contra el imperialismo francés y después el yanqui, logró primero la unificación del país y luego, paradójica y contradictoriamente, una integración en el mercado mundial capitalista, alcanzando un relativo desarrollo de sus fuerzas productivas aunque su desenvolvimiento social es mucho más controvertido. Vietnam en estos 45 años no sólo selló la ‘paz’ con sus ex colonizadores sino que se asoció con ellos en una escala sin precedentes. A los cinéfilos (y a los no también) les recomendamos la película de Spike Lee, Five Bloods —Cinco Sangres— que da cuenta del proceso restauracionista que transformó a la legendaria Hanoi en una de los principales asientos de Mc Donalds en el mundo. La misma Hanoi que hizo frente a los bombardeos de napalm y derrotó, en 1975, a la potencia por excelencia de occidente en la mayor guerra de liberación triunfante desde la posguerra.

    Desde aquella estrepitosa derrota yanqui, Vietnam transitó una de las parábolas más sorprendentes de los últimos 45 años. Bajo la férrea dictadura de uno de los PCs más stalinistas —Ho Chi Minh y sus sucesores fueron más lejos que el maoísmo y el titismo en su represión de las disidencias en el proceso de emancipación nacional, en primer lugar de los trotskistas. Ninguno de los citados antes —no fueron precisamente ‘santos’ para destruir a los partidarios de la revolución permanente y la IV Internacional— llegó tan lejos.

    Ni bien derrotados los yanquis, el Partido Comunista de Vietnam siguió un proceso restauracionista propio y acompañó, simultáneamente, la trayectoria del proceso del mismo signo de China, primero bajo Deng ahora con Xi Ping (sin por esto existir uniformidad entre uno y otro proceso. En particular China y Vietnam chocaron sobre sus relaciones con sus vecinos —especialmente frente al régimen de Corea del Norte hubo notorias diferencias). Vietnam se asoció fuertemente, en forma reciente, con la burocracia china, Japón y Australia en la iniciativa de un virtual mercado común pan-asiático del Pacífico bajo la batuta china, el que amenaza la hegemonía norteamericana en toda la región.

 

… ni podría serlo

 

    Toda una serie de voceros cubanos afirma que el factor determinante para el giro brusco a favor de la “unificación monetaria” —previsible, pero como ya vimos largamente retrasado— fue el triunfo de Biden en las elecciones de EE.UU. Como ya afirmamos en otras oportunidades, más que oxígeno Cuba debiera esperar de EE.UU. un salvavidas de plomo.

    Una vez más el economista cubano Carmelo Mesa-Lago acaba de recordar que “el senador demócrata cubano-americano Bob Menéndez, (es el) presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado”. El mismo vocero dice que ahora habría que ir más lejos que cuando estaba Obama: “el gobierno cubano tendría que hacer algunas concesiones a las que se negó bajo Obama” (La Joven Cuba, 22/12). ¿Alguien puede creer que el halcón Biden —el mismo que impulsó todas las intervenciones imperialistas de los últimos 40 años— va a servir a una política imperialista que no esté en línea con esa tradición?

    Cuba se enfrenta a un escenario que trasciende sus grandes momentos históricos precedentes. La posibilidad de que el castrismo deshilachado restaure cierto igualitarismo es imposible. No existe una alternativa a un segundo ‘período especial’. Como ha planteado Jorge Altamira: “La clase obrera y los trabajadores de Cuba están forzados a plantarse frente a esta salida capitalista catastrófica, con su propio programa. La cuestión es de naturaleza política: ¿quién va a liderar la transición del viejo régimen –la burocracia estatal y gerencial, o las masas? La columna vertebral de un programa socialista pasa por la lucha contra el 'rodrigazo' y el control obrero, por un lado, y por una campaña de apoyo del proletariado internacional contra el bloqueo del imperialismo. Es cierto que el ‘rodrigazo’ de Miguel Díaz-Canel, el presidente de Cuba, y de Raúl Castro, ha sido forzado por los perjuicios económicos del bloqueo yanqui y la pandemia, pero también por la oportunidad o pretexto que ella ofrece para contener y asfixiar la movilización popular. La evolución de los estados ante el avance del flagelo no ha sido zanjada todavía, como tampoco el alcance social del impacto del virus, ni su efecto último sobre la bancarrota capitalista que se desarrolla desde la crisis asiática de 1997 y la de ‘las hipotecas’ de 2007/8. Todo esto será develado, en última instancia, por una lucha de clases de características históricas excepcionales. La crisis cubana tiene lugar en medio de un desarrollo revolucionario en América Latina, y otro potencialmente mayor en los Estados Unidos”.

 

(26 dic 2020)

 


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