[por Norberto Malaj]
[Foto: Télam]
Aunque
Trump ha frenado, momentáneamente, a sus bandas armadas para el asalto de
lugares votación y escrutinio —como se temía— todo indica que el derechista se
apresta a una batalla judicial a fin de impugnar varios millones de votos
emitidos por correo. En particular en los estados claves de Pennsilvania y
Michigan y otros cuatro, donde la elección es más reñida y donde los cómputos
finales se pueden retrasar varios días. Si bien los cómputos provisorios
favorecen incluso en el Colegio Electoral a Biden, ninguno de los dos araña aún
la cifra imprescindible de los 270 electores.
Trump
se declaró ganador, acusó tempranamente “fraude” contra Biden y que le quieren
“robar” la elección. Escrutados, sin embargo, al momento de este texto casi 136
millones de votos, la diferencia a favor de Biden era superior a los 2,3
millones (50.2% para Biden; 48.3% para Trump). Se estima que faltan escrutar
casi 15 millones de votos, lo que podría llevar ese abismo a una cifra muy por
encima de los casi 3 millones que le sacó Hillary en 2016. El régimen de
Colegio Electoral distorsiona agudamente la representación ciudadana. Ese
Colegio en EE.UU. ni siquiera es como bajo la constitución de Alberdi en
Argentina: el que gana —no importa la proporción— se lleva todos los electores
del estado (sólo no es así en Maine y Nebraska). De ahí que la apuesta de Trump
se dirige a amputar la elección vía postal, violando incluso la legislación de
los estados que establecen que debe computarse todo voto cuyo sello postal
tenga fecha hasta el 3 de noviembre.
La
´prudencia´ de Trump al poner en caja a sus bandas fascistas responde a varios
factores. Por un lado, para no enfrentarse abiertamente con el FBI y las FF.AA.
que por el momento se oponen a dar rienda suelta a las mismas. Por el otro,
apuesta a la carta del uso de la Corte Suprema adicta, que ahora tiene una mayoría
absoluta ultraderechista de 6 miembros.
Trump
ha hecho, relativamente, una elección importante atendiendo a la situación
calamitosa del país, por la pandemia y por la crisis económica. Logró plantarse
como una ´barrera´ contra el peligro del “desorden social”, en términos que
recuerdan las presidencias más reaccionarias de la historia reciente (Nixon y
Reagan). Trump logró torcer, relativamente también, el derrumbe del partido
republicano en varios estados, en particular en Texas —donde el establishment
del partido se había sumado a la campaña de Biden— y también en Florida, donde
el trumpismo apostó fuerte, en particular, a la comunidad latina (gusano-cubana). Todo esto pone de relieve el carácter pusilánime, en todo sentido, de la campaña del partido demócrata, que en ningún momento enfrentó la campaña filo-fascista de Trump y rozó por momentos características abiertamente racistas, antisemitas e islamofóbicas. Esta caracterización acentúa aún más la conducta de los Demócratas Socialistas de EE.UU., completamente sometidos al ala izquierda del partido demócrata, a través de Sanders y Alexandra Ocaña que el halcón imperialista Biden integró a sus comités de campaña.
El
trumpismo logró ciertos triunfos que revelan el avance profundo de una corriente
abiertamente fascista en EE.UU., como no ocurría hace mucho tiempo. En Georgia fue elegida una candidata republicana a la Cámara de representantes, Marjorie Taylor Greene, que apoyó la teoría de la conspiración racista de QAnon y emplea múltiples tropos antisemitas. En Iowa fue reelecta la senadora Joni Ernst, paladín para llevar a la Corte a la ultraderechista Amy Coney Barrett. El trumpismo aparece así como una fuerza conservadora que busca reconfigurar a EE.UU. en términos de una acción abiertamente reaccionaria, antisindical y de refuerzo de todas las tendencias de opresión racial contra las minorías negra, latina y asiática que sostienen el aparato productivo del país. Es falso que Trump sea expresión de la derechización de la “clase obrera blanca” y o, menos aún, busque redimir al poderoso movimiento obrero norteamericano.
El “first American” de Trump es la
manifestación de una vieja tendencia nacionalista-imperialista que lejos está
de ser expresión de “aislacionismo”. Trump es partidario de un fuerte
intervencionismo imperialista, como se revela frente a Venezuela o Irán. Trump
se viste de “obrerista” defiendiendo una serie de industrias muy cuestionadas
por sus efectos sobre el cambio climático (fracking en la industria del
petróleo, la minería contaminante, la deforestación, etc.). Biden ha sido
incapaz de enfrentar la defensa del mundo del trabajo y permitió que Trump
explotara ese ángulo en forma pérfida. Biden reculó en todos sus planteos
respecto a limitar todas esas industrias cuestionadas —la primera, en
particular, está enfrentando una aguda bancarrota.
Las elecciones norteamericanas no han resuelto ningún problema.
EE.UU. ha ingresado definitivamente en el torrente de la lucha de clases
mundial que pondrá en el orden día la lucha por la revolución proletaria en la
nación más importante del planeta.
4 nov 2020 - 10.45 am
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