domingo, 10 de enero de 2021

Castrismo demodé: de la ´Caravana de la libertad' a la postración ante Biden

[por Norberto Malaj]


[El 1° de enero de 1959 en Cuba.]



    Sesenta y dos años atrás Cuba fue conmovida por una de las gestas libertarias más grandiosas del siglo XX latinoamericano. Entre el 1º y el 8 de enero de 1959, Fidel Castro y sus “barbudos” de la Sierra Maestra recorren la isla de punta a punta, desde Santiago a La Habana, en una famosa “Caravana de la Libertad” que reunió en cada una de las ciudades que atravesó a multitudes increíbles como jamás había conocido la isla. Fidel, el Che, Camilo Cienfuegos, eran los protagonistas centrales de la revolución. Sin embargo, cuando los “barbudos” entran en La Habana dan garantías de formar un gobierno “tradicional” que se plasmará en la designación de un ex juez como presidente (Urrutia —gobierna 7 meses y luego se exilia en EE.UU.).

    El dictador Batista se había escapado también a EE.UU. el último día de 1958. En cada una de las paradas de la “caravana” Fidel pronunció discursos. En ellos jamás se reclamó socialista, no habló de expropiaciones y ni siquiera se declaró antiimperialista. Fidel se exhibía como un demócrata nacionalista, reivindicaba la vuelta a la constitución de 1940 y el legado de los tres grandes líderes nacionalistas que lo precedieron (Martí, Guiteras y Chivás). El nombre de la caravana era toda una definición: parecía salida del arsenal gorila porteño. Codovilla —entonces mandamás del stalinismo criollo y continental— repudió al movimiento guerrillero; hasta el ‘trotskista’ Nahuel Moreno caracterizó al 26 de Julio de “movimiento pro-gorila” (sic). Ciertamente Fidel tenía entonces el apoyo (o el guiño por lo menos) de un ala del imperialismo yanki y Batista era apoyado, entre otros, por el paraguayo Stroessner o (antes) por el mismísimo Perón (Moreno, que entonces hacía “entrismo” en el peronismo, siguió al “jefe”). La deriva del Movimiento 26 de Julio entonces, sin embargo, va a ser muy diferente a la de otros movimientos nacionalistas.

    Nacía de este modo el mito del “castrismo”, una fuerza que tras el desembarco fracasado del Granma en 1956 quedó diezmada y reducida a un puñado de hombres. Incluso cuando la revolución triunfa la fuerza guerrillera no superaba los mil hombres. Entonces ¿cómo fue posible la victoria?

    Las enseñanzas para el presente no podrían ser más instructivas. No se había acuñado aún la tesis de “los 20 ó 30 años gloriosos” de reconstrucción capitalista tras la posguerra y a 90 millas de las costas de la mayor potencia del mundo se imponía una revolución triunfante, que en tres años terminará barriendo al gran capital y expropiando la gran propiedad agraria e industrial foránea sobre el país —Cuba seguía siendo una virtual colonia y prostíbulo de los yankis. La invasión gusana-imperialista de Bahía de los Cochinos, en 1962, culminará con la mayor movilización de masas y el armamento general de la población como ninguna otra asonada golpista o injerencia imperialista en el continente había sido enfrentada.

    En 1959, EE.UU. estaba en vísperas de un viraje democratizante que haría historia. El partido demócrata se preparaba para recuperar la presidencia después un largo dominio republicano. John F. Kennedy asumiráel 20 de enero de 1961: será el presidente más joven de la historia yanqui y antes de ser asesinado protagoniza dos de las intervenciones imperialistas más gravitantes de la segunda parte del siglo XX: la invasión de Bahía de los Cochinos e intercede ante la erección del famoso Muro de Berlín —la burocracia rusa y su peón de la Stasi necesitaban acabar con el flujo que amenazaba vaciar la Alemania ‘socialist’. Igual que con las invasiones rusas de 1956, en Hungría y Polonia; o la de Checoslovaquia de 1968, las “quejas” del imperialismo no trascendieron eso: de hecho fueron cómplices. 

    La revolución cubana demostraba que la reconstrucción capitalista de posguerra no sólo era ficticia: era un proceso que agravó la opresión imperialista a grado extremo y acentuó todas las contradicciones del mundo del capital. La revolución cubana no fue entonces un rayo en cielo sereno, fue expresión del estallido de esos choques insalvables —que en diverso grado recorrió a todo el continente en los 15 años siguientes (incluido EE.UU.). Fidel y el Che —que ni siquiera se reclamaban marxistas ni provenían de organizaciones de esta tradición— no deshojaron la margarita sobre la madurez o no de las condiciones para una transformación radical de la sociedad sino que las alimentaron. ¡Qué abismo con la cantinela derrotista de tantos ‘marxistas’ hoy!

    Defender la vigencia de la revolución cubana 62 años después es un deber histórico frente al derrotero que ha sufrido la dirección castrista, devenida hace tiempo en un agente directo de la restauración capitalista. En el 62 aniversario de la revolución, como una ironía de la historia, la burocracia no sólo ya no rememora simbólicamente el pasado: ahora puso en marcha un paquetazo de medidas antipopulares que amenaza con llevar a Cuba a un nuevo ‘período especial’ (como cuando Cuba se desvinculó de la ex URSS y el PBI cayó un 25% en tres años).  La burocracia, desesperada por la pérdida de rumbo, por el retroceso sin par de las fuerzas productivas del país, pretende reproducir —en condiciones infinitamente más difíciles y de crisis capitalista mundial agravada— un proceso a lo vietnamita. Su tabla de salvación parece querer hallarla en Biden, el halcón demócrata. Se trata de un callejón sin salida.

    La revolución cubana solo podrá ser recuperada si los trabajadores y campesinos de la isla, de la mano de sus hermanos del continente y de EE.UU., y de todo el mundo, retoman el camino que insinuó el Che tras un proceso de revolución permanente, reconstruyendo el trabajo internacionalista dirigido a restaurar el centro mundial de la revolución: la IV Internacional.

 

(8 enero 2021)

 


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