[por Norberto Malaj]
[El 1° de enero de 1959 en Cuba.]
Sesenta y dos años atrás Cuba fue conmovida por una de las gestas libertarias más grandiosas
del siglo XX latinoamericano. Entre el 1º y el 8 de enero de 1959, Fidel Castro
y sus “barbudos” de la Sierra Maestra recorren la isla de punta a punta, desde
Santiago a La Habana, en una famosa “Caravana de la Libertad” que reunió en
cada una de las ciudades que atravesó a multitudes increíbles como jamás había
conocido la isla. Fidel, el Che, Camilo Cienfuegos, eran los protagonistas
centrales de la revolución. Sin embargo, cuando los “barbudos” entran en La
Habana dan garantías de formar un gobierno “tradicional” que se plasmará en la
designación de un ex juez como presidente (Urrutia —gobierna 7 meses y luego se
exilia en EE.UU.).
El
dictador Batista se había escapado también a EE.UU. el último día de 1958. En cada una de las paradas de la “caravana” Fidel pronunció
discursos. En ellos jamás se reclamó socialista, no habló de expropiaciones y
ni siquiera se declaró antiimperialista. Fidel se exhibía como un demócrata
nacionalista, reivindicaba la vuelta a la constitución de 1940 y el legado de
los tres grandes líderes nacionalistas que lo precedieron (Martí, Guiteras y
Chivás). El nombre de la caravana era toda una definición: parecía salida del
arsenal gorila porteño. Codovilla —entonces mandamás del stalinismo criollo y
continental— repudió al movimiento guerrillero; hasta el ‘trotskista’ Nahuel
Moreno caracterizó al 26 de Julio de “movimiento pro-gorila” (sic). Ciertamente
Fidel tenía entonces el apoyo (o el guiño por lo menos) de un ala del
imperialismo yanki y Batista era apoyado, entre otros, por el paraguayo
Stroessner o (antes) por el mismísimo Perón (Moreno, que entonces hacía “entrismo”
en el peronismo, siguió al “jefe”). La deriva del Movimiento 26 de Julio
entonces, sin embargo, va a ser muy diferente a la de otros movimientos
nacionalistas.
Nacía
de este modo el mito del “castrismo”, una fuerza que tras el desembarco
fracasado del Granma en 1956 quedó diezmada y reducida a un puñado de hombres.
Incluso cuando la revolución triunfa la fuerza guerrillera no superaba los mil
hombres. Entonces ¿cómo fue posible la victoria?
Las
enseñanzas para el presente no podrían ser más instructivas. No se había acuñado
aún la tesis de “los 20 ó 30 años gloriosos” de reconstrucción capitalista tras
la posguerra y a
En
1959, EE.UU. estaba en vísperas de un viraje democratizante que haría historia. El partido demócrata se
preparaba para recuperar la presidencia después un largo dominio republicano.
John F. Kennedy asumiráel 20 de enero de 1961: será el presidente más joven de
la historia yanqui y antes de ser asesinado protagoniza dos de las
intervenciones imperialistas más gravitantes de la segunda parte del siglo XX:
la invasión de Bahía de los Cochinos e intercede ante la erección del famoso
Muro de Berlín —la burocracia rusa y su peón de la Stasi necesitaban acabar con
el flujo que amenazaba vaciar la Alemania ‘socialist’. Igual que con las
invasiones rusas de 1956, en Hungría y Polonia; o la de Checoslovaquia de 1968,
las “quejas” del imperialismo no trascendieron eso: de hecho fueron
cómplices.
La
revolución cubana demostraba que la reconstrucción capitalista de posguerra no
sólo era ficticia: era un proceso que agravó la opresión imperialista a grado
extremo y acentuó todas las contradicciones del mundo del capital. La
revolución cubana no fue entonces un rayo en cielo sereno, fue expresión del
estallido de esos choques insalvables —que en diverso grado recorrió a todo el
continente en los 15 años siguientes (incluido EE.UU.). Fidel y el Che —que ni
siquiera se reclamaban marxistas ni provenían de organizaciones de esta
tradición— no deshojaron la margarita sobre la madurez o no de las condiciones
para una transformación radical de la sociedad sino que las alimentaron. ¡Qué
abismo con la cantinela derrotista de tantos ‘marxistas’ hoy!
Defender
la vigencia de la revolución cubana 62 años después es un deber histórico
frente al derrotero que ha sufrido la dirección castrista, devenida hace tiempo
en un agente directo de la restauración capitalista. En el 62 aniversario de la
revolución, como una ironía de la historia, la burocracia no sólo ya no rememora
simbólicamente el pasado: ahora puso en marcha un paquetazo de medidas
antipopulares que amenaza con llevar a Cuba a un nuevo ‘período especial’ (como
cuando Cuba se desvinculó de la ex URSS y el PBI cayó un 25% en tres
años). La burocracia, desesperada por la
pérdida de rumbo, por el retroceso sin par de las fuerzas productivas del país,
pretende reproducir —en condiciones infinitamente más difíciles y de crisis
capitalista mundial agravada— un proceso a lo vietnamita. Su tabla de salvación
parece querer hallarla en Biden, el halcón demócrata. Se trata de un callejón
sin salida.
La
revolución cubana solo podrá ser recuperada si los trabajadores y campesinos de
la isla, de la mano de sus hermanos del continente y de EE.UU., y de todo el
mundo, retoman el camino que insinuó el Che tras un proceso de revolución
permanente, reconstruyendo el trabajo internacionalista dirigido a restaurar el
centro mundial de la revolución: la IV Internacional.
(8 enero 2021)
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