jueves, 7 de enero de 2021

La decadencia y descomposición yanki al desnudo (De la república de Lincoln a la de Weimar-Trump)

   [por Norberto Malaj]



[Cuatro muertos y decenas de heridos en el asalto al Capitolio de los EE.UU, 6 enero 2021]


La Georgia del KKK consagra a dos luchadores, un ´negro´ y un ´judío´

 

    EE.UU. ha dejado caer hace tiempo el velo de la ‘democracia modelo’, ‘inmaculada’ o ‘ejemplar’ del mundo capitalista. El ascenso de Trump en 2016 fue fraudulento. En esas elecciones perdió por casi 3 millones de votos —lo que no le impidió “ganar” dado que en EE.UU rige el anacrónico sistema de Colegio electoral o voto indirecto (no fue la primera vez que eso ocurrió). En noviembre perdió por 7 millones de votos y en el Colegio electoral obtuvo 71 electores menos que Biden. Sin embargo, Trump dice —en medio de la pandemia de covid-19 que tiene a EE.UU. en el epicentro de la tragedia— que los votos por correo “no valen” (históricamente el voto por correo había servido a los sectores más conservadores; ahora que lo hizo la población trabajadora en masa frente a la pandemia Trump lo impugna).

    Trump no reconoce la derrota a pesar de que sus reclamos ante la Corte Suprema que él manipuló, como las casi 70 demandas de fraude que impulsó, no prosperaron. Los supremacistas-islamofóbicos-antisemitas y las milicias que alimentó acaban de protagonizar un virtual “incendio del Reichstag”. Entre aquella jornada de febrero de 1933, en Berlín, bajo el impulso de Hitler y el asalto ahora al  Congreso de EE.UU., en Washington, para impedir el traspaso presidencial hay solo una diferencia de grado. En esencia es lo mismo.

    La mayor “democracia” de occidente ha sido siempre la ciudadela de la reacción política. Se funda en la mayor opresión imperialista contemporánea y en dos pilares centrales: EE.UU. fue, por un lado, asiento del mayor sistema esclavista jamás conocido bajo el capitalismo —sus rémoras llegan hasta el presente como lo reveló, a) la extraordinaria rebelión anti-racial que desencadenó el asesinato de George Floyd; b) que las cárceles norteamericanas estén pobladas por un 50% de negros cuando estos no llegan al 12% de la población total. Por otro lado, en el sistema militar, policial y paramilitar más poderoso del planeta. Los idiotas que asimilan el derecho a portar armas en EE.UU. con el “armamento popular” no saben de qué hablan.

    Nunca se debe olvidar que el régimen político yanki sirvió de “guía” a las democracias oligárquicas de toda América Latina; muy especialmente a la Constitución alberdiana.

    En las grandes contiendas mundiales del siglo XX, EE.UU. pudo vestirse con oropeles ‘democráticos’ frente al totalitarismo nazi-fascista en nombre de su régimen parlamentario interno. Todo esto se ha caído a pedazos. Entre las ‘democracias’ imperialistas y las otras no ha habido jamás diferencias sustanciales.

 

Golpismo desembozado… en EE.UU.

 

    EE.UU. fue históricamente la mayor fuerza golpista, intervencionista, contraria desde tiempos de nuestras primeras emancipaciones a todos los procesos revolucionarios de América Latina, comenzando por su oposición a la instalación de la primera república independiente del subcontinente ¡y negra! del planeta —el Haití de Toussaint Louverture. EE.UU. estranguló los dos últimos intentos emancipatorios de las dos principales islas del Caribe —Cuba y Puerto Rico— sobre fines del siglo XIX. Fue responsable del 99% de los golpes de estado plasmados en nuestra larga historia de los siglos XX y XXI, desde su intervención desembozada en la guerra campesina mexicana contra Pancho Villa y Zapata hasta el golpe contra Jacobo Arbenz y las invasiones de Bahía de los Cochinos en Cuba, de Dominicana contra Bosh; del golpismo genocida de los Videla y Pinochet.

    ¿Va camino entonces EE.UU. a repetir la trágica historia de golpes de estado de nuestras ‘republiquetas’? Antes de ese ‘asalto a lo Hitler’, el mismo 6/1, uno de los analistas más afamados de EE.UU., el periodista de The New York Times Thomas Friedman denunciaba esto y algo más: el sistema bipartidario norteamericano —dijo— está virtualmente en extinción.Trump y el puñado de secuaces que en el partido republicano lo siguen en ambas cámaras intentaron, antes de recurrir al asalto del Capitolio —dice Friedman— “el primer golpe de Estado legislativo en Estados Unidos” (sic). Thomas Friedman no es obviamente siquiera un partidario de Sanders o de Alexandria Ocasio-Cortez. Del mismo modo que desenmascara la “gran mentira” de Trump, Friedman alerta sobre el peligro que “la alternativa de centroizquierda” de Biden no sea fagocitada “por la opción del ala democrática de extrema-izquierda-socialista-que quiere-desfinanciar-a-la-policía”.

    Friedman, igual que los últimos 11 comandantes en jefe del Pentágono retirados —entre ellos dos de los tres que tuvo Trump—que se pronunciaron contra el intento de usar a las FF.AA. para dirimir los entuertos de la crisis de régimen de EE.UU., temen que EE.UU. sea llevado precipitadamente a una guerra civil. Un argentino faldero de los yanquis que desde hace décadas escribe desde Miami, Andrés Oppenheimer, reconoce que “el presidente Donald Trump alentó tácitamente a sus seguidores a tomar las calles… fue un ejemplo clásico de un intento de ‘autogolpe’ latinoamericano” (La Nación, 7/1).

 

Llega la hora del proletariado y la revolución socialista a EE.UU.

 

    Trump, como Hitler, Mussolini o Videla no son exabruptos de la historia. Trump, como los otros, es el producto de condiciones económicas, sociales y políticas que expresan una maduración de la descomposición del imperialismo norteamericano jamás alcanzada. Lo notable del fenómeno norteamericano, como ocurre siempre en circunstancias de polarización extrema es que ésta no es de una sola vía.

    Bien mirada, la caída de Trump es en un sentido estrepitosa y a manos de una poderosa tendencia a la politización de las masas yanquis. El ascenso del movimiento Black LivesMatter, de la rebelión anti-racial, del repudio generalizado a la gestión sanitaria de la pandemia por parte de Trump, de una creciente lucha por mejores condiciones de vida, fue la antesala que permitió su derrota electoral en noviembre. A principios de 2020, nadie daba tres guitas por Biden. Para éste, como para el establishment demócrata, el problema era el ascenso electoral de Sanders. Sólo la capitulación de éste y la comprensión de todo un amplio espectro del capital yanqui de que las aventuras de Trump podrían conducir a un desastre —como de cualquier forma ocurre— llevó a este cambio de frente.

    La caída de Trump es infinitamente más importante que la de Nixon tras Watergate y Vietnam, cuando el primero no pasó ni por una guerra —la cual según algunas fuentes podría precipitar contra Irán antes del 20 próximo— y el impeachment que sufrió pasó sin pena ni gloria ante un Partido Demócrata desmoralizado.

    Por todo lo indicado es enteramente falsa la tesis que sostiene el 90% de la izquierda argentina y mundial de que nos encontramos en un período de “contrarrevolución mundial” o de “iniciativa estratégica” del capital. La derrota de Trump ha dejado en el ridículo a quienes aún después de la movilización anti-racial de EE.UU. clamaban porqueTrump mantenía “la iniciativa”.

    Bien mirado ocurre lo contrario. La segunda vuelta electoral en Georgia, donde acaban de triunfar los dos candidatos demócratas y garantiza una mayoría de este partido en el Senado, ha destacado el enorme ascenso del movimiento por derechos civiles en EE.UU. Ambos candidatos responden a movimientos reivindicativos y sociales ligados a la lucha por esos derechos. Georgia fue históricamente asiento del conservadurismo más recalcitrante y anti-negro de EE.UU. Pues bien, ambos candidatos dieron vuelta la primera ronda en la que los candidatos al senado republicano se impusieron en votos a los demócratas (a la inversa de lo que ocurrió a presidente). La candidatura del contrincante de Ossoff (33 años) había rozado casi el 50% de los votos. Este senador republicano, un hombre de la elite más rancia del estado, que iba por su reelección emprendió una campaña maccartista y antisemita sin precedentes contra Ossoff. Dirigente de la Liga Anti-Difamación fundada en el estado a raíz de un asesinato antisemita en Georgia “Perdue (su contrincante) publicó un anuncio de ataque en el que el tamaño de la nariz de Ossoff parecía estar mejorado digitalmente… Ossoff lo enfrentó: ‘Primero, alargabas mi nariz en anuncios para recordarles a todos que soy judío’… cuando eso no funcionó, empezaste a llamarme una especie de terrorista islámico. Y luego, cuando eso tampoco funcionó, comenzó a llamarme comunista chino’ ” (Haaretz, 6/1). Ossoff será ahora el miembro más joven de la Cámara de senadores. El otro candidato se impuso a otro miembro de la elite empresaria blanca del estado. El pastor negro Warnock, un partidario de Black Lives Matter, ganó más holgadamente aún que Ossof y se transforma en el primer senador negro de la historia de Georgia.

    Contra la alianza de Trump con la ‘crème’ de una minoría sionista ultra-reaccionaria que lo apoyó, en Georgia se impuso “una alianza entre negros y judíos por lo menos en la última década, una coalición multirracial y multigeneracional a través de líneas raciales y religiosas comprometidas con levantar a los trabajadores de todos los orígenes" —así la definió Ossoff. El negro Warnock, “quien tiene vínculos con la comunidad judía de Atlanta derrotó a su oponente republicano, Kelly Loeffler, a pesar de los intentos de pintarlo como un ‘extremista’ antiisraelí. Warnock relacionó el bombardeo de The Temple en 1958, una sinagoga reformada en Atlanta, por el apoyo de su congregación al movimiento de derechos civiles con la forma en que las comunidades negras y judías se unieron después de la masacre del Árbol de la Vida en Pittsburgh hace dos años, en la que once fieles judíos fueron asesinados por un nacionalista blanco, y las protestas que se extendieron por Estados Unidos tras la muerte de George Floyd a manos de un oficial de policía en mayo pasado” (ídem).

    Por supuesto que estos escarceos no indican aún que la clase obrera norteamericana esté transitando ya la vía de su organización autónoma y revolucionaria. Pero son síntomas elocuentes de que la vía para ello está siendo trazada.

    Entre la Georgia del Ku Klux Klan y la de Ossoff y Warnock la clase obrera norteamericana ha dado varios pasos adelante. Si Marx se permitió saludar al campo de Lincoln contra el sur esclavista de EE.UU. nosotros nos permitimos hacerlo con la victoria georgiana.

 

(7 enero 2021)

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario