[por Norberto Malaj]
La
Georgia del KKK consagra a dos luchadores, un ´negro´ y un ´judío´
EE.UU.
ha dejado caer hace tiempo el velo de la ‘democracia modelo’, ‘inmaculada’ o
‘ejemplar’ del mundo capitalista. El ascenso de Trump en 2016 fue fraudulento.
En esas elecciones perdió por casi 3 millones de votos —lo que no le impidió
“ganar” dado que en EE.UU rige el anacrónico sistema de Colegio electoral o
voto indirecto (no fue la primera vez que eso ocurrió). En noviembre perdió por
7 millones de votos y en el Colegio electoral obtuvo 71 electores menos que
Biden. Sin embargo, Trump dice —en medio de la pandemia de covid-19 que tiene a
EE.UU. en el epicentro de la tragedia— que los votos por correo “no valen”
(históricamente el voto por correo había servido a los sectores más
conservadores; ahora que lo hizo la población trabajadora en masa frente a la
pandemia Trump lo impugna).
Trump no
reconoce la derrota a pesar de que sus reclamos ante la Corte Suprema que él
manipuló, como las casi 70 demandas de fraude que impulsó, no prosperaron. Los
supremacistas-islamofóbicos-antisemitas y las milicias que alimentó acaban de
protagonizar un virtual “incendio del Reichstag”. Entre aquella jornada de
febrero de 1933, en Berlín, bajo el impulso de Hitler y el asalto ahora al Congreso de EE.UU., en Washington, para
impedir el traspaso presidencial hay solo una diferencia de grado. En esencia
es lo mismo.
La mayor
“democracia” de occidente ha sido siempre la ciudadela de la reacción política.
Se funda en la mayor opresión imperialista contemporánea y en dos pilares
centrales: EE.UU. fue, por un lado, asiento del mayor sistema esclavista jamás
conocido bajo el capitalismo —sus rémoras llegan hasta el presente como lo
reveló, a) la extraordinaria rebelión anti-racial que desencadenó el asesinato
de George Floyd; b) que las cárceles norteamericanas estén pobladas por un 50%
de negros cuando estos no llegan al 12% de la población total. Por otro lado,
en el sistema militar, policial y paramilitar más poderoso del planeta. Los
idiotas que asimilan el derecho a portar armas en EE.UU. con el “armamento
popular” no saben de qué hablan.
Nunca se
debe olvidar que el régimen político yanki sirvió de “guía” a las democracias
oligárquicas de toda América Latina; muy especialmente a la Constitución
alberdiana.
En las
grandes contiendas mundiales del siglo XX, EE.UU. pudo vestirse con oropeles
‘democráticos’ frente al totalitarismo nazi-fascista en nombre de su régimen
parlamentario interno. Todo esto se ha caído a pedazos. Entre las ‘democracias’
imperialistas y las otras no ha habido jamás diferencias sustanciales.
Golpismo
desembozado… en EE.UU.
EE.UU.
fue históricamente la mayor fuerza golpista, intervencionista, contraria desde
tiempos de nuestras primeras emancipaciones a todos los procesos
revolucionarios de América Latina, comenzando por su oposición a la instalación
de la primera república independiente del subcontinente ¡y negra! del planeta
—el Haití de Toussaint Louverture. EE.UU. estranguló los dos últimos intentos
emancipatorios de las dos principales islas del Caribe —Cuba y Puerto Rico—
sobre fines del siglo XIX. Fue responsable del 99% de los golpes de estado
plasmados en nuestra larga historia de los siglos XX y XXI, desde su
intervención desembozada en la guerra campesina mexicana contra Pancho Villa y
Zapata hasta el golpe contra Jacobo Arbenz y las invasiones de Bahía de los
Cochinos en Cuba, de Dominicana contra Bosh; del golpismo genocida de los
Videla y Pinochet.
¿Va
camino entonces EE.UU. a repetir la trágica historia de golpes de estado de
nuestras ‘republiquetas’? Antes de ese ‘asalto a lo Hitler’, el mismo 6/1, uno
de los analistas más afamados de EE.UU., el periodista de The New York Times Thomas Friedman denunciaba esto y algo más: el
sistema bipartidario norteamericano —dijo— está virtualmente en extinción.Trump
y el puñado de secuaces que en el partido republicano lo siguen en ambas
cámaras intentaron, antes de recurrir al asalto del Capitolio —dice Friedman—
“el primer golpe de Estado legislativo en Estados Unidos” (sic). Thomas
Friedman no es obviamente siquiera un partidario de Sanders o de Alexandria
Ocasio-Cortez. Del mismo modo que desenmascara la “gran mentira” de Trump,
Friedman alerta sobre el peligro que “la alternativa de centroizquierda” de
Biden no sea fagocitada “por la opción del ala democrática de
extrema-izquierda-socialista-que quiere-desfinanciar-a-la-policía”.
Friedman,
igual que los últimos 11 comandantes en jefe del Pentágono retirados —entre
ellos dos de los tres que tuvo Trump—que se pronunciaron contra el intento de
usar a las FF.AA. para dirimir los entuertos de la crisis de régimen de EE.UU.,
temen que EE.UU. sea llevado precipitadamente a una guerra civil. Un argentino
faldero de los yanquis que desde hace décadas escribe desde Miami, Andrés
Oppenheimer, reconoce que “el presidente Donald Trump alentó tácitamente a sus
seguidores a tomar las calles… fue un ejemplo clásico de un intento de
‘autogolpe’ latinoamericano” (La Nación,
7/1).
Llega la
hora del proletariado y la revolución socialista a EE.UU.
Trump,
como Hitler, Mussolini o Videla no son exabruptos de la historia. Trump, como
los otros, es el producto de condiciones económicas, sociales y políticas que
expresan una maduración de la descomposición del imperialismo norteamericano
jamás alcanzada. Lo notable del fenómeno norteamericano, como ocurre siempre en
circunstancias de polarización extrema es que ésta no es de una sola vía.
Bien
mirada, la caída de Trump es en un sentido estrepitosa y a manos de una
poderosa tendencia a la politización de las masas yanquis. El ascenso del
movimiento Black LivesMatter, de la rebelión anti-racial, del repudio
generalizado a la gestión sanitaria de la pandemia por parte de Trump, de una
creciente lucha por mejores condiciones de vida, fue la antesala que permitió
su derrota electoral en noviembre. A principios de 2020, nadie daba tres guitas
por Biden. Para éste, como para el establishment demócrata, el problema era el
ascenso electoral de Sanders. Sólo la capitulación de éste y la comprensión de
todo un amplio espectro del capital yanqui de que las aventuras de Trump
podrían conducir a un desastre —como de cualquier forma ocurre— llevó a este
cambio de frente.
La caída
de Trump es infinitamente más importante que la de Nixon tras Watergate y
Vietnam, cuando el primero no pasó ni por una guerra —la cual según algunas
fuentes podría precipitar contra Irán antes del 20 próximo— y el impeachment que sufrió pasó sin pena ni
gloria ante un Partido Demócrata desmoralizado.
Por todo
lo indicado es enteramente falsa la tesis que sostiene el 90% de la izquierda
argentina y mundial de que nos encontramos en un período de “contrarrevolución
mundial” o de “iniciativa estratégica” del capital. La derrota de Trump ha
dejado en el ridículo a quienes aún después de la movilización anti-racial de
EE.UU. clamaban porqueTrump mantenía “la iniciativa”.
Bien
mirado ocurre lo contrario. La segunda vuelta electoral en Georgia, donde
acaban de triunfar los dos candidatos demócratas y garantiza una mayoría de
este partido en el Senado, ha destacado el enorme ascenso del movimiento por
derechos civiles en EE.UU. Ambos candidatos responden a movimientos
reivindicativos y sociales ligados a la lucha por esos derechos. Georgia fue
históricamente asiento del conservadurismo más recalcitrante y anti-negro de
EE.UU. Pues bien, ambos candidatos dieron vuelta la primera ronda en la que los
candidatos al senado republicano se impusieron en votos a los demócratas (a la
inversa de lo que ocurrió a presidente). La candidatura del contrincante de Ossoff
(33 años) había rozado casi el 50% de los votos. Este senador republicano, un
hombre de la elite más rancia del estado, que iba por su reelección emprendió
una campaña maccartista y antisemita sin precedentes contra Ossoff. Dirigente
de la Liga Anti-Difamación fundada en el estado a raíz de un asesinato
antisemita en Georgia “Perdue (su contrincante) publicó un anuncio de ataque en
el que el tamaño de la nariz de Ossoff parecía estar mejorado digitalmente…
Ossoff lo enfrentó: ‘Primero, alargabas mi nariz en anuncios para recordarles a
todos que soy judío’… cuando eso no funcionó, empezaste a llamarme una especie
de terrorista islámico. Y luego, cuando eso tampoco funcionó, comenzó a
llamarme comunista chino’ ” (Haaretz,
6/1). Ossoff será ahora el miembro más joven de la Cámara de senadores. El otro
candidato se impuso a otro miembro de la elite empresaria blanca del estado. El
pastor negro Warnock, un partidario de Black Lives Matter, ganó más
holgadamente aún que Ossof y se transforma en el primer senador negro de la
historia de Georgia.
Contra
la alianza de Trump con la ‘crème’ de una minoría sionista ultra-reaccionaria
que lo apoyó, en Georgia se impuso “una alianza entre negros y judíos por lo
menos en la última década, una coalición multirracial y multigeneracional a
través de líneas raciales y religiosas comprometidas con levantar a los
trabajadores de todos los orígenes" —así la definió Ossoff. El negro
Warnock, “quien tiene vínculos con la comunidad judía de Atlanta derrotó a su
oponente republicano, Kelly Loeffler, a pesar de los intentos de pintarlo como
un ‘extremista’ antiisraelí. Warnock relacionó el bombardeo de The Temple en
1958, una sinagoga reformada en Atlanta, por el apoyo de su congregación al
movimiento de derechos civiles con la forma en que las comunidades negras y
judías se unieron después de la masacre del Árbol de la Vida en Pittsburgh hace
dos años, en la que once fieles judíos fueron asesinados por un nacionalista
blanco, y las protestas que se extendieron por Estados Unidos tras la muerte de
George Floyd a manos de un oficial de policía en mayo pasado” (ídem).
Por
supuesto que estos escarceos no indican aún que la clase obrera norteamericana
esté transitando ya la vía de su organización autónoma y revolucionaria. Pero
son síntomas elocuentes de que la vía para ello está siendo trazada.
Entre la
Georgia del Ku Klux Klan y la de Ossoff y Warnock la clase obrera
norteamericana ha dado varios pasos adelante. Si Marx se permitió saludar al
campo de Lincoln contra el sur esclavista de EE.UU. nosotros nos permitimos
hacerlo con la victoria georgiana.
(7 enero 2021)
No hay comentarios:
Publicar un comentario